Hoy, al amparo de la enferma luz del otoño, el cielo parece volver a alejarse como si se liberara -él también- de la presión del acero. Sin banderas ni proclamas que lo ataran a las fundiciones del Capital, uno ha vuelto a mirar alrededor y a dedicarse a la lectura de Saint-John Perse. En la feria del libro de ocasión de Barcelona que se celebró el mes pasado topé con una vieja edición de
Anábasis y otros poemas, incluida en una colección sobre los Premios Nobel, al módico precio de dos euros y la compré. Ya manifesté hace tiempo que
las dudas sobre su actuación política en el caso de Checoslovaquia provocadas por Laurent Binet habían afectado a la fascinación que sentía por el poeta pero su relectura ha inclinado la tensión entre el hombre y escritor hacia el equilibrio de la benevolencia.
Dejo aquí, de "Las imágenes para Crusoe", que prefiero a los textos más herméticos, el poema "La ciudad":
"La pizarra cubre sus techos, o bien la teja en que vegetan los
musgos.
Su aliento se vierte por el tiro de las chimeneas.
¡Grasas!
¡Olor de los hombres urgidos, como de un soso matadero!,
¡agrios cuerpos de las mujeres bajo las faldas!
¡Oh ciudad contra el cielol
Grasas, aspirados alientos, y el vaho de un pueblo contaminado
-pues toda ciudad se ciñe de inmundicia.
Sobre la lumbrera del tenderete -sobre los cubos de basura del
hospicio
-sobre el olor de vino azul del barrio de los marineros
-sobre la fuente que solloza en los patios de la policía
-sobre las estatuas de piedra mohosa y sobre los perros vagabundos
-sobre el chiquillo que silba, y el mendigo cuyas mejillas tiemblan
en la cavidad de las mandíbulas,
sobre la gata enferma que tiene tres pliegues en la frente,
la noche desciende, entre el vaho de los hombres...
-La Ciudad por el río mana hacia el mar como un absceso...
¡Crusoe! Esta noche, cerca de tu Isla, el cielo que se aproxima
loará al mar,
y el silencio multiplicará la exclamación de los astros solitarios.
Corre las cortinas; no enciendas:
Es la noche sobre tu Isla y en su contorno, aquí y allá,
dondequiera se curva el impecable vaso del mar;
es la noche color de párpados, sobre los caminos entretejidos del cielo
y del mar.
Todo es salado, todo es viscoso y pesado como la vida de los
plasmas.
El pájaro se arrulla en su pluma, bajo un sueño aceitoso;
el fruto vano, sordo de insectos cae en el agua de las caletas, cavando
su ruido.
La isla se adormece entre el circo de vastas aguas,
lavada por cálidas corrientes y grasas lechadas,
en la frecuentación de légamos suntuosos.
Bajo los manglares que lo fecundan, lentos peces entre el cieno
han descargado burbujas de su cabeza chata; y otros que son lentos,
manchados como reptiles, velan. -Los légamos son fecundados.
-Oye chasquear a las huecas bestias en sus conchas.
-Sobre un trozo del cielo verde hay un humo apresurado
que es el enmarañado vuelo de los mosquitos.
-Los grillos bajo las hojas se llaman dulcemente.- Y otras bestias que
son dulces,
atentas a la noche, cantan un canto más puro que el anuncio de las
lluvias:
es la deglutición de dos perlas hinchendo su gollete amarillo...
¡Vagido de las aguas girantes y luminosas!
¡Corolas, bocas de moaré: el duelo que apunta y se ensancha!
Son grandes flores móviles en viaje, flores vivientes para siempre,
y que no cesarán de crecer por el mundo...
¡Oh el color de las brisas circulando sobre las aguas calmas,
las palmas de las palmeras que se menean!
Y ni un lejano ladrido de perro que signifique la choza;
que signifique la choza y el humo de la tarde
y las tres piedras negras bajo el olor de pimiento.
Pero los murciélagos cortan la noche blanda con pequeños gritos.
¡Alegría!. ¡oh alegría desatada en las alturas del cielo!
...¡Crusoe!, ¡estás ahí! y tu rostro se ofrece a los signos de la
noche,
como una invertida palma de la mano." (trad. de Jorge Zalamea)