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6 de mayo de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (VII): y sin embargo...


Y, sin embargo, esa excrecencia constitutiva que todo lo impregna puede llegar a parecer no sólo justificable, o comprensible, sino adecuada cuando en algunas magníficas páginas Archipiélago Gulag parece condensar, como pocos libros, la naturaleza del sistema totalitario.

Por ejemplo:

"Veamos ahora una imagen usual en esos años. Se estaba celebrando en la región de Moscú una conferencia distrital del partido. La moderaba el nuevo secretario del Comité Regional en sustitución del que habían encarcelado recientemente. Al final de la conferencia se adoptó una resolución de fidelidad al camarada Stalin. Como es natural, todos se pusieron en pie (como se ponían en pie, de un salto, cada vez que se mencionaba su nombre en el curso de la conferencia). La pequeña sala prorrumpió en «tumultuosos aplausos que desembocaron en una ovación».b Tres minutos, cuatro minutos, cinco minutos, y continuaban siendo tumultuosos y desembocando en ovación. Pero las palmas de las manos dolían ya. Se entumecían los brazos levantados. Los hombres maduros iban quedándose sin aliento. Se trataba de una estupidez insoportable incluso para los que adoraban sinceramente a Stalin. Sin embargo: ¿Quién sería el primero que se atrevería a parar? Habría podido hacerlo el secretario del Comité Regional, que estaba en la tribuna y que acababa de dar lectura a la resolución. Pero él era reciente en el puesto y estaba en lugar del encarcelado, ¡él tenía miedo! ¡En la sala había miembros del NKVD aplaudiendo de pie y controlando quién paraba primero! ¡Y en aquella pequeña sala perdida, sin que llegaran al líder, los aplausos hacía seis minutos que duraban! ¡siete minutos! ¡ocho minutos! ¡Estaban perdidos! ¡Eran hombres muertos! ¡Ya no podían parar hasta que les diera un ataque al corazón! En el fondo de la sala, por lo menos, entre las apreturas, se podía hacer trampa, se podía batir palmas más espaciadamente, con menos fuerza, con menos vehemencia, ¡pero en la presidencia, a la vista de todo el mundo! El director de la fabrica de papel del lugar, un hombre fuerte e independiente, de pie en la presidencia, era consciente de la falsedad de aquella situación sin salida ¡y sin embargo aplaudía! ¡Ya van nueve minutos! ¡Diez! Miró con desesperanza al secretario del Comité Regional, pero éste no se atrevía a parar. ¡Una locura! ¡Colectiva! Mirándose unos a otros con un atisbo de esperanza, pero fingiendo éxtasis en sus caras, los jefes del distrito aplaudirían hasta caer en redondo, ¡hasta que los sacaran en camilla! ¡E incluso entonces, los que quedaran no vacilarían! Y en el minuto once, el director de la fabrica de papel adoptó un aire diligente y se dejó caer en su asiento de la presidencia. ¡Y se produjo el milagro!, ¿adonde había ido a parar aquel entusiasmo incontenible e inenarrable? Todos dejaron de aplaudir de una sola palmada y se sentaron. ¡Estaban salvados! ¡La ardilla se las había ingeniado para salir de la rueda!

Sin embargo, así es como se ponen en evidencia los hombres independientes. De esta manera los eliminan. Aquella misma noche el director de la fabrica fue arrestado. Le cargaron fácilmente diez años por otro motivo. Pero después de firmar el «206» (el acta final del sumario), el juez de instrucción le recordó:

—¡Y nunca sea el primero en dejar de aplaudir!

(¿Y qué le vas a hacer? ¡Alguna vez hay que detenerse!)

Esta es la selección de Darwin. A eso se le llama agotamiento por estupidez." (p97-99).

Una ilustración ejemplar del funcionamiento del sistema totalitario y su asunción por los sujetos. Parecería que la literatura, de la mano de Solzhenitsyn, volvería a demostrar que, cuando se trata de captar la "naturaleza" de algo con la mayor cantidad posible de matices y detalles, no hay otro género discursivo igual.

Y sin embargo... ¿Es así? ¿Proporciona la literatura una aproximación más vívida, exacta y penetrante en la naturaleza del totalitarismo bolchevique que, por ejemplo, La revolución rusa del historiador británico E.H. Carr? ¿Se certificaría la admisión del exceso no sólo a modo de disculpa sino como logro del texto que, enfrentado a la monstruosidad debe tomarla sobre sí en cierto modo?

Tal vez Archipiélago Gulag, como mucha literatura, incluso "literatura canónica" produzca ese efecto de mayor penetración en las entrañas del ser que, por ejemplo, la parcial ciencia o la asbtracta filosofía. Empero, ¿a qué precio? Tal vez ¿al de despreciar justo esos matices que se supondría podría y debería preservar?

Pues de matices se trata.

El historiador Carr en su árida La revolución rusa no seduce con su plasticidad, ni cautiva con su simplicidad pero está atento a los detalles. Mucho. Atento a por qué no se puede equiparar tan fácilmente nazismo y bolchevismo pues, por ejemplo, los bolcheviques no aplicaron inmediatamente una políticia de ajusticiamientos masivos, como sí hicieron los nacionalsocialistas, ni tampoco prohibieron todos los partidos en cuanto tuvieron la oportunidad para instaurar su dictadura:

"Hasta junio de 1918 el tribunal revolucionario no pronunció su primera sentencia de muerte" (p35).
"La prohibición de los mencheviques fue levantada en noviembre de 1918 y la de los socialistas revolucionarios en febrero de 1919; y delegados mencheviques y socialistas revolucionarios intervinieron en las sesiones del Congreso Panruso de los Soviets en 1919 y 1920, aunque aparentemente sin derecho a voto" (p53).

¿Es una dinámica idéntica a la de los nazis y su implantación de una dictadura inmediata y el baño de sangre general como nos intenta convencer, con éxito en muchos momentos, Solzhenitsyn?

¿Dónde está la mayor penetración de la literatura, del escritor, en la realidad?

2 de mayo de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (VI): la insoportable gravedad del ser


Con todo, los reproches que puedan, y deban, hacérsele a Solzhenitsyn no empañan la grandeza de la empresa que acomete Archipiélago Gulag. Resulta difícil, pese a todo, no atribuir sus deficiencias al exceso constitutivo que supone el horror estalinista o, para el autor, el terror bolchevique en su conjunto como núcleo del texsto. Puede, y debe, hacerse responsable de sus excesos a ese exceso inabsorbible del que intenta dar testimonio. ¿Quién, encarado con la experiencia del Gulag, no se hubiera dejado dominar por el exceso? Y aunque se puede oponer a Solzhenitsyn la mesura y el equilibrio de quienes como Levi o Kertesz padecieron la experiencia del Holocausto y en sus obras no cedieron al delirio báquico, no por ello resulta menos injustificable su escritura rendida a la desmesura. Quien esté libre de Gulag que tire la primera piedra...

¿Cómo no claudicar cuando los crímenes del totalitarismo bolchevique desbordan nuestros recursos digestivos? ¿Cómo no rendirse y dejarse llevar por el exceso cuando la crueldad y el crimen desbordan la medida humana?

El mismo autor se apercibe de este exceso pero es que siempre encuentra un quiebro ulterior por donde el sufrimiento se acrecienta, profundiza o refina un poco más.

"Observo ahora que estoy a punto de empezar a repetirme, que se me hará tedioso escribir y que tedioso será leer, puesto que el lector sabe ya lo que viene a continuación: que ahora los llevarán en camiones a centenares de kilómetros y después les harán cubrir a pie unas decenas más. Que allí inaugurarán un nuevo campo y que empezarán a trabajar desde el primer momento. Que comerán pescado y harina sazonados con nieve. Que dormirán en tiendas.

Cierto, eso fue lo que ocurrió. Pero antes, los primeros días, los instalarán en Magadán, en unas tiendas de campaña. Allí los comisionarán, es decir, los examinarán desnudos, y por el estado de su trasero determinarán su capacidad para el trabajo (a todos los declararán aptos). Además, como es natural, los llevarán al baño y les ordenarán que dejen en el vestíbulo sus abrigos de cuero, sus pellizas forradas, sus jerseys de lana, sus trajes de paño fino, sus capas caucásicas, sus botas de cuero y de fieltro (pues no se trataba de unos ignorantes campesinos, sino de la cúpula del partido: directores de periódico, de fábricas y consorcios estatales, funcionarios de comités regionales, profesores de economía política, gente toda ella que a principios de los años treinta sabía apreciar las buenas prendas). «¿Y quién va a estar aquí vigilando?», preguntarán escépticos los recién llegados. «¿Y quién va a querer estas cosas?», responderá el personal del baño fingiendo ofensa. «Entrad y lavaos con toda tranquilidad.» Y ellos entrarán. Y saldrán por otra puerta, donde les darán unos pantalones y unas camisetas de algodón ennegrecidas, chaquetas guateadas sin bolsillos —modelo campo penitenciario— y unas botas de piel de cerdo. (¡Oh, no es un detalle insignificante! Eso es tanto como decir adiós a la vida anterior, a los títulos, a los cargos, a la soberbia.) «¿Y nuestras cosas?», exclamarán.«¡Vuestras cosas se quedaron en casa!», les rugirá cualquier jefe. «¡En el campo ya no habrá nadavuestro! ¡Aquí en el campo hay comunismo! ¡Los de delante, en marcha!»

Si de comunismo se trataba, ¿qué podían ellos objetar? Al comunismo habían consagrado su vida..." (p676)

No hay consuelo, levedad o ironía que apacigue la gravedad del sufrimiento del cual el cronista quiere ser fiel transmisor. Por ello no hay tregua, límite, contención. Por ello el exceso todo lo domina.

29 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (V): el zarismo como paraíso perdido


La topología de Archipiélago Gulag se ve sacudida por otro exceso: la conversión del régimen zarista en una especie de "paraíso perdido" donde la represión era insignificante, se gozaba de libertades que los bolcheviques luego suprimieron y, aunque no se atreve a afirmarlo más que ocasionalmente, de pasada, sin ruido, el nivel de vida de la población era superior.

Uno de los ejemplos quizás más sangrantes de esta legítima pero difícilmente digerible reevaluación del zarismo lo hallamos en el asunto de la apliación de la pena de muerte.

Escribe Solzhenitsyn:

"Pues claro que había tribunales que juzgaban y condenaban a muerte, pero no debemos olvidar que además, paralela e independientemente de ellos, discurría por sus propios derroteros la represión extrajudicial. ¿Cómo hacernos una idea de su envergadura? En su popular exposición divulgativa sobre las actividades de la Cheká, M. Latsis nos da unas cifras referidas solamente a año y medio (1918 y la primera mitad de 1919) y que abarcan tan sólo veinte gubernias de la Rusia central («las cifras que presentamos aquí distan de ser completas», una parcialidad que quizá pueda deberse a esa modestia tan propia de los chekistas). Estos son los datos: fusilados por la Cheká (es decir, extrajudicialmente, al margen de los tribunales), 8.389 personas (ocho mil trescientas ochenta y nueve); organizaciones contrarrevolucionarias descubiertas, 412 (una cifra quimérica si tenemos en cuenta nuestra secular incapacidad para cualquier clase de organización, además del desánimo y la falta de cohesión entre la gente que caracterizan aquellos años); detenidos en total: 87.000 (esta cifra, en cambio, huele a rebaja).
¿Hay algo con lo que podamos confrontar estos datos? En 1907 un grupo de activistas sociales publicó una recopilación de artículos titulada Contra la pena de muerte (dirigida por Ghernett). Contenía una lista de todos los condenados a muerte entre 1826 y 1906. Los redactores concedían que la lista no era completa (aunque no presenta más lagunas que los datos recogidos por Latsis durante la guerra civil). La relación aportaba 1.397 nombres, de los que había que descontar 233 (por conmutación de pena) y los 270 que seguían con orden de busca y captura (principalmente, insurgentes polacos que habían huido a Occidente). Quedaban, pues, 894 personas. Teniendo en cuenta que dicha lista cubre un periodo de ochenta años, la cifra es 255 veces menor que la de los chekistas, quienes, además, incluyen menos de la mitad de las gubernias (y encima no tienen en consideración los abundantes fusilamientos del Cáucaso Norte y del Bajo Volga). Cierto que los autores de la recopilación dan a continuación una segunda cifra, esta vez estimada (seguramente de manera que corrabore sus propósitos), según la cual fueron condenadas a muerte (aunque ello no implica que fueran ejecutadas, porque con frecuencia se concedían indultos) 1.310 personas tan sólo en el año 1906. Se trataba precisamente del momento en que la famosa reacción de Stolypin cobró más intensidad (en respuesta a un terror revolucionario que se había desbordado). Sobre este periodo existe además otra cifra: 950 ejecuciones en seis meses. (La época de los consejos de guerra de Stolypin duró exactamente eso: seis meses justos.). Resulta horrible decirlo, pero para unos nervios tan templados ya como los nuestros la cifra se queda corta, porque si calculamos la cantidad que correspondería a la Cheká en medio año, nos seguiría dando el triple, y eso sólo en veinte gubernias, y además sin contar el resto de juicios y tribunales que también dictaban condenas a muerte." (p356)

La validez de la comparación se aviene poco con el sentido moral que debería impregnar íntegramente el texto: en cierto sentido, la diferencia cuantitativa no tiene porqué ser cualitativa cuando se habla de magnitudes que superan lo aleatorio o lo anecdótico.
El problema surge cuando, además, se manipulan las cifras o, mejor, simplemente se seccionan y recontextualizan de forma interesada sin que la exigencia de un alto sentido moral lleve a dar cuenta del motivo de esta interpretación.
Varias decenas de páginas más adelante, sentadas ampliamente las bases de la criminalidad extraordinaria del régimen bolchevique, Solzhenitsyn no tiene empacho en reconocer, cosa que podía haber hecho antes, que la cifra de ejecutados por el régimen zarista entre 1905 y 1908 fue de ¡2200! (p512), una cantidad sensiblemente superior a la que citó inicialmente para comparar su criminalidad con la del bolchevismo y en un lapso de tiempo lo suficientemente breve como para que se aproximara a los estándares de la sangrienta Cheka. Es evidente que si en el primer fragmento hubiera suprimido el periodo 1826-1906 por el de 1905-1908 la distancia no hubiera sido tan increíblemente beneficiosa para el benigno y tolerante zarismo.

Nota: Como muestra de esta relectura del zarismo como régimen tolerante (solo le falta decir democrático) encontramos esta extraordinaria apostilla a una carta cruzada entre Korolenko y Gorki: "Korolenko escribía a Gorki el 29 de junio de 1921: «Algún día la Historia dirá que la revolución bolchevique reprimió a los socialistas y a los revolucionarios sinceros con métodos idénticos a los del régimen zarista». ¡Ojalá hubiera sido así! Habrían sobrevivido todos. (sn)" (p59).

26 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (IV): nazismo y bolchevismo



Comparar el nazismo con el bolchevismo/comunismo es pertinente siempre y cuando se sea cuidadoso con los parámetros respecto a los cuales se realice. No es lo mismo encarar ambos entramados ideológicos que las prácticas de los respectivos regímenes políticos, sus políticas educativas, sus producciones artísticas, etc. Pero Solzhenitsyn, preocupado por mostrar la verdadera realidad del totalitarismo bolchevique, no es cuidadoso al ponerlos en la balanza y desatiende los matices para no poner en riesgo su fantasmática. El problema es que, inadvertidamente, esa falta de atención al detalle acaba volviéndose en su contra y su empeño en aseverar el carácter criminal del bolchevismo, asimilándolo al nacionalsocialismo, es tan furibundo que, en ocasiones, comete grave e inadmisible imprudencia de ver una criminalidad mayor en el comunismo y exculpar al nazismo.


Tres ejemplos de esta comparación poco atenta a trazo fino y que acaba en afirmaciones esperpénticas:

a) La comparación entre la Gestapo y el MGB (antecedente del KGB):

"Es imposible evitar la comparación entre la Gestapo y el MGB: hay demasiadas coincidencias, tanto en los años como en los métodos. Más natural aún es que las comparen quienes han pasado por la Gestapo y por el MGB, como Yevgueni Ivánovich Dívnich, un emigrado. La Gestapo lo acusó de actividades comunistas entre los obreros rusos de Alemania; el MGB de contactos con la burguesía mundial. Tras comparar, Dívnich saca una conclusión desfavorable para el MGB: aunque en ambas partes torturaban, la Gestapo buscaba la verdad y, cuando la acusación quedó refutada, soltaron a Dívnich. El MGB no buscaba la verdad y cuando agarraba a uno no estaba dispuesto a soltarlo de sus garras (sn)." (p179-180)

Sabemos que al Departamento IV-B de la Gestapo dirigido por Eichmann la verdad no le interesaba en demasía, que sus métodos eran distintos, radicalmente distintos, de los del MGB y que auqellos judíos que caían en sus garras difícilmente se les soltaba en otro lugar que no fuera Auschwitz. Solzhenitsyn debería haberlo sabido y no dar pábulo a la opinión de Dívnich que hace suya. Tampoco otras secciones de la Gestapo se distinguieron por hacer de la investigación criminal y la búsqueda de la verdad su estandarte. Tan sólo la Kripo (Policía criminal) dirigida por el problemático Arthur Nebe (exterminador de judíos y conspirador antinazi al mismo tiempo) podía exhibir, con matices, esa pátina de respetabilidad. Que en una comparación como esta sea la Gestapo la que salga beneficiada dice poco de la objetividad de Solzhenitsyn.

b) La atribución del exterminio de más de dos millones de soldados soviéticos prisioneros de guerra en campos de prisioneros alemanes al propio Stalin y no al régimen nazi.

"De aquí y de allá van llegando poco a poco las explicaciones: la URSS no reconoce la firma de Rusia en la Convención de la Haya sobre prisioneros de guerra, por tanto no contrae ninguna obligación respecto al trato de los prisioneros, ni exige ninguna protección para los suyos capturados por el enemigo. La URSS no reconoce a la Cruz Roja Internacional. La URSS no reconoce a sus soldados de ayer: no le trae cuenta socorrerlos en el cautiverio (sn)." (p257)

La mayoría de los historiadores más documentados y ecuánimes de ese período sostienen que si más de dos millones de soldados soviéticos murieron de inanición en los campos alemanes durante los dos primeros años de la contienda no fue sólo, ni primordialmente, porque la URSS se desentendiera de ellos. Debe atenderse a una primera circunstancia: un ejército en desbandada y diezmado en los primeros meses y un régimen que se tambaleaba, difícilmente podían hacer mucho por sus prisioneros de guerra. Es difícil imaginarse a los trabajadores soviéticos en las fábricas de los Urales confeccionando paquetes de ropa, o alimentos, para los prisioneros cuando apenas pueden suministrar armas a sus combatientes (se dice que en Stalingrado, en algunos momentos, llegó a haber un fusil para cada diez soldados...). Por otro lado, aunque no hubiera sido así, los historiadores convergen en afirmar que la decisión de no hacerse cargo de los prisioneros soviéticos amparándose en que la URSS no había firmado la convención de La Haya, existió desde los primeros tiempos de la invasión alemana. La justificación encubre una decisión política que Raoul Hillberg ha documentado con claridad (hasta el extremo de demostrar que la muerte de millones de prisioneros de guerra se debió a la decisión de no alimentarlos y que, por ejemplo, también hubo un plan para exterminar a todos los soldados prisioneros de origen judío y sospechosos de simpatías bolcheviques, La destrucción de los judíos europeos, p366ss). Solzhenitsyn debería haber evaluado esta posibilidad antes de adjudicar tan taxativamente el crimen y eximir de él a unos nazis que, en su narración, se comportan extraordinariamente bien (!) con los prisioneros de guerra occidentales porque sí que habían firmado la Convención.

c) Finalmente, por lo patético, cabe citar, por ejemplo, la descripción de las vicisitudes del renegado Kaminski, SS-Brigadeführer y jefe de la SS Sturmbrigade R.O.N.A (Brigada de Liberación Nacional Rusa de las SS) que ilustra hasta qué punto el feroz anticomunismo puede llevar a cometer no sólo inexactitudes, valoraciones poco ajustadas a la realidad sino también evaluar moralmente de manera reprobable.

"La brigada de Kaminski, formada en Lokot, en la región de Briansk, se componía de cinco regimientos de infantería, un grupo de artillería y un batallón de tanques. En julio de 1943 se encontraba en una franja del frente cercana a Dmitrovsk-Orlovski. En otoño uno de sus regimientos defendió firmemente Sevsk hasta perder el último hombre: las tropas soviéticas remataron a los heridos y al jefe del regimiento lo llevaron a Ostras, atado a un tanque, hasta matarlo. Cuando la brigada hubo de retarse de Lokot, su región natal, lo hizo en una sola columna, con sus «millas y sus carros, formando un éxodo de más de cincuenta mil personas (¡ya podemos imaginarnos cómo peinaría el NKVD esta región autónoma antisoviética nada más entrar en ella!). Más allá de Briansk les aguardaba un largo y amargo periplo: esperaron en forma humillante a las puertas de Lepel, los utilizaron contra los guerrilleros y más tarde tuvieron que replegarse a la Alta Silesia, donde Kaminski recibió la orden de aplastar la insurrección de Varsovia y no fue capaz de desobedecer (sn). Partió con 1700 hombres solteros que llevaban uniforme soviético y brazaletes amarillos. Así era como entendían los alemanes todas esas escarapelas tricolores, el campo de San Andrés y la efigie de San Jorge Victorioso. Entre el ruso y el alemán era imposible que hubiera traducción, ni comunicación, ni entendimiento." (p304)

Solzhenitsyn olvida en su bucólica descripción que el "pobre" Kaminski se distinguió por su crueldad en la represión del levantamiento de Varsovia: saqueos, violaciones, ejecuciones en masa, torturas, asesinatos de mujeres y niños... Fue ejecutado por las propias SS por
crímenes de guerra (!) a instancias de Bach-Zelewski, el SS-Obergruppenführer encargado de dirigir la represión, aunque este episodio está por establecer indudablemente ya que, según otras fuentes, fue asesinado por orden de Himmler. 

Para hacerse una idea de las implicaciones morales de la benévola estampa ofrecida por Solzhenitsyn, otro escritor de menor talla pero algo mejor informado hace una breve reconstrucción de la figura de Kaminski algo más ajustada a lo que los historiadores han reconstruido. Se trata del celebrado (!) y sensacionalista Sven Hassel que en Commando "Reichsführer" Himmler escribe:


"La carencia de formación militar del llamado teniente coronel Oskar Dirlewanger y del maestro de escuela ucraniano Miczyslaw Kaminski eran compensadas por una inimaginable rivalidad de terribles crueldades. Incendiando y asesinando como salvajes, las brigadas SS de estos dos forajidos avanzaban hacia el centro de Varsovia. Todo cuanto se encontraba en su camino -polacos e incluso alemanes del Ejército- era exterminado.
Dos pirámides de cabezas cortadas señalaban el Cuartel General de Kaminski. En cuanto a Dirlewanger, coleccionaba manos cortadas. Horrorizado, el general Hans Guderian, mayor general del Ejército, protestó cerca de Hitler y exigió no sólo la retirada inmediata de Varsovia, de las Brigadas SS, sino también la comparecencia, ante un Consejo de guerra, de sus dos jefes. De lo contrario, el general Guderian amenazó con presentar su dimisión en el propio campo de batalla.
El jefe de brigada SS Fegerlein, pariente de Eva Braun, amante de Hitler, informó también a Hitler que los sádicos individuos reclutados por Dirlewanger y Kaminski eran, simplemente, criminales de Derecho común, y que sus acciones superaban, en horror, a todo cuanto habían visto en las guerras precedentes. Si no se ponía fin a tales cosas, éstas arrojarían una mancha indeleble sobre el honor del Ejército alemán.  
A regañadientes, Hitler accedió y ordenó a Himmler la retirada de las dos Brigadas, que serían remplazadas por una División de Waffen SS. Sólo entonces aceptó capitular el general Bor-Komorovski. Pero Himmler mantuvo secretamente a sus órdenes a ambas Brigadas. 
El oficial SS Morgen, encargado, por el Consejo de guerra, de efectuar una investigación sobre los antecedentes de Kaminski y de Dirlewanger, desapareció sin dejar rastro
. El 23 de diciembre de 1944, una bala, disparada, sin duda, por orden de Himmler, dio muerte a Kaminski, el cual se había convertido en un testigo incómodo. En cuanto a Dirlewanger, fue hecho prisionero, a finales de febrero de 1945, por los partisanos polacos, quienes lo asaron a fuego lento." (p383).

Del cruel asesino Kaminski de Hassel al Kaminski perseguido por los bolcheviques que salva a sus fieles del exterminio y que no es capaz de desobedecer la orden de aplacar la insurrección de Varsovia en la que, al parecer y con lo prolijo en detalles que es Solzhenitsyn, no sucedió nada digno de mención que no fuera una batalla militar, media demasiado moralmente hablando por no entrar en cuestiones de conocimiento histórico...

Tres muestras más de los excesos de Solzhenitsyn.

21 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (III): los peligros del anticomunismo primitivo



Hay un exceso excesivo en Archipiélago Gulag que acaba favoreciendo el menosprecio de la obra y la crítica fácil, al igual que la entrega acrítica y su ensalzamiento santurrón: el anticomunismo primitivo.

El anticomunismo elemental es, habitualmente, una forma fanática y demonizadora de encarar la discusión crítica con esta ideología. No se diferencia en mucho del antisemitismo o el anticristianismo. Como cualquier fundamentalismo simplista y maniqueo busca nivelar, aplanar y esquematizar sin dejar resquicio alguno a la heterogeneidad, la diferencia, el detalle, el matiz o, más calaramente, la racionalidad.

Por muy comprensible que pueda resultar el anticomunismo de Solzhenitsyn, en atención a su biografía y a las circunstancias históricas, lo cierto es que impregna de tal manera su interpretación de los acontecimientos históricos que incurre en groseras comparaciones, deplorables valoraciones y  tergiversaciones o, más benevolamente, errores.

Tres serían, a ojos de uno, las colosales equivocaciones históricas y morales que ponen en entredicho la fuerza moral del libro:

a) la equiparación entre bolchevismo/comunismo y nazismo;
b) la comparación entre el zarismo y el régimen soviético; y
c) la comprensión de la historia del régimen soviético como una totalidad homogénea.

En estos tres espacios, el feroz anticomunismo de Solzhenitsyn parece cegarle e inducirle a cometer errores difícilmente disculpables y que empañan, en opinión de uno gravemente, la dimensión ética de la obra.

Así, equipara sin matices nazismo y bolchevismo/comunismo (una comparación que puede ser realizada sin problemas en términos de política empírica pero que debe ser muy matizada en términos ideológicos) proyectando una valoración positiva del nacionalsocialismo en el fiel de la balanza comparativa para forzar la apreciación de la brutalidad del estalinismo. Compara zarismo y estado soviético con una indisimulada benevolencia hacia el primero basada, a veces, en valoraciones cuantitativas cuya ejemplaridad rehúsa conceder al régimen bolchevique. Y, finalmente, interpreta diacrónicamente el régimen soviético como un bloque compacto, homogéneo y solidario en la perpetración de una empresa criminal aplanando, al mismo modo en que cierta izquierda "radical" hace con los régimenes burgueses al no diferenciar entre democracias, autoritarismos y totalitarismos, las diferencias en beneficio de aquello que es común.

18 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (II): desbordando el género


Respecto a los excesos internos de Archipiélago Gulag, a su autodesborde, a su implosión narrativa, a su quebrantamiento de pactos y convenciones novelescas, a su continuo cambio de perspectivas, tiempos, sucesiones y lógicas, a su polifonía heterogénea no cabe decir que sean novedosas, rupturistas o geniales sino, justamente, que son excesivas.

Es excesivo, en un sentido "positivo", el autodesbordamiento: el ir más allá de las intenciones confesadas. No es, en realidad, algo extraño el fracaso del propósito, la imposibilidad del autocumplimiento. Se podría decir que es inherente al género y a cualquier escritura: traicionarse a sí misma, desbordarse, sobrepasarse, no ceñirse a sus propios principios. En el caso de Solzhenitsyn esta traición es un exceso inseparable de su propósito. No osa escribir una historia del Archipiélago" porque "no me ha sido dado leer la documentación pertinente" pero la emprende y se deja llevar por la lógica del relato histórico con sus antecedentes, causas y consecuencias y busca su lógica intrínseca, como si fuera historiador, encontrándola ora en la ideología bolchevique, ora en la naturaleza humana.

Excesiva es, también, su implosión narrativa: cómo las exigencias del relato histórico, de la reconstrucción de la lógica interna del Gulag, se imponen sobre la narración pura deteniéndola, ralentizándola, embrollándola, hasta el punto que a algunos les resulte plúmbea la lectura de un caso tras otro, un proceso tras otro, una condena tras otra.

Excesivo, por supuesto, la puesta entre paréntesis del pacto de ficción ("En este libro no hay personajes ficticios ni sucesos imaginarios... En aquellos casos en que no se citan nombres, se debe únicamente a que la memoria humana no los retuvo. Todo ocurrió como se relata") que obliga al lector a profesar una fe ciega en que lo que se relata sucedió, en efecto, exactamente tal y cómo se relata.

Excesivo, cómo no, el continuo cambio de perspectivas: el narrador homodiegéticoque se transforma en heterodiegético y pasa, a veces sin solución de continuidad, a omnisciente. El narrador se sitúa, al tiempo, como testigo de los hechos vividos en propia carne, como cronista y recopilador del testimonio de otros que le preceden y de otros contemporáneos, como conocedor del destino de muchos de los personajes que desfilan por la trama y que se limita a relatar, como evaluador moral, como documentalista, como erudito, como historiador, etc.

Excesivo, finalmente, los traslados en el tiempo, las interrupciones, el ir y venir por la geografía física y espiritual del Gulag y de la URSS y la heterogenidad polifónica: las voces de fiscales, jueces, dirigentes bolcheviques, abogados defensores, chekistas, eseristas, patriarcas y metropolitanos, torturadores, policías, asesinos, víctimas, hijos de víctimas, familiares de víctimas...

13 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (I)


Concluyendo el primer volumen de Archipiélago Gulag, la palabra que más le viene a uno a la mente para describir esta obra es "exceso". No se trata de que en este término se condense la naturaleza de las páginas de la obra de Solzhenitsyn. No resume ni sintetiza nada. Ni tan sólo la distingue críticamente. Únicamente, como lector, es la que merodea cuando trato de objetivar su recepción y enunciarla públicamente.

Exceso triple, tres excesos, triplemente excesiva.

Exceso formal y material, novelesco y literario: exceso, por así decirlo, interno.

Exceso formal por el acopio de recursos de los que debe servirse para representar un terror y un horror que sobrepasan cualquier forma. Exceso material por su desmesura. Exceso novelesco porque transgrede y supera los pactos y las convenciones del género aunque parta de ellos. Exceso literario porque es literatura y, al tiempo, más que literatura o, al menos, más que literatura en ese sentido restringido de la "Ficción" de Genette, por ejemplo: es documento histórico, recopilación memorial, archivo, acta notarial, levantamiento de testimonio... La obra de arte, el texto literario en este caso, en lo que tiene de irreductiblemente cognoscitivo va más allá de cualquier intento de restringirlo a la autorreferencia: el arte entra en relación con la verdad, una relación sin la cual la comprensión de aquél, dicho sea de paso, queda sensiblemente mermada.

Exceso ideológico, crítico. Exceso fronterizo.

Exceso de anticomunismo primitivo y elemental, de anticomunismo visceral que recuerda mucho al antiamericanismo trivial que la intelligentsia izquierdista europea ha cultivado como seña de identidad desde los años cincuenta del siglo pasado. Un exceso que conduce a Solzhenitsyn a realizar valoraciones históricas difícilmente digeribles, a simplificar, manipular o interpretar sesgadamente algunos hechos históricos y algunos documentos.

Exceso del objeto de la representación. Exceso del fenómeno totalitario. Exceso externo.

Exceso del totalitarismo que Solzhenitsyn intenta retratar y documentar para que no caiga en el olvido pero también para comprenderlo y poder domarlo y que otorgan a su obra una parte, la primera, del elevado juicio que a Vargas Llosa le merece la obra según consta en la portada: "La fuerza documental y moral de esta obra no tiene paralelo en la historia moderna". Sin Archipiélago Gulag el exceso criminal del totalitarismo bolchevique y estalinista habría sido menos accesible, más tergiversable, más eludible. Gracias a él eso no ha podido acontecer y cabe esperar que no suceda en el futuro y que la memoria de este exceso incalculable permanezca razonablemente vigente.