Mostrando entradas con la etiqueta Textos de J. Jorge Sánchez publicados. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Textos de J. Jorge Sánchez publicados. Mostrar todas las entradas

23 de diciembre de 2020

A la espera de las presentaciones

 

 

A la espera de que se pueda presentar El informe Ohlendorf como de costumbre, o más bien como estábamos acostumbrados, Eva Serra, directora de la revista digital Catalunya Vanguardista que iba a encargarse de la presentación de la novela en Barcelona, ha elaborado un video para este "mientras tanto" que, de momento, se ha instalado en nuestra cotidianidad. Ha contado con la colaboración de Rubén Arve. Muchas gracias a ambos y ojalá no se posponga demasiado en el tiempo este ritual que nos da la ocasión de visitar la República de las Letras por unas horas.

8 de noviembre de 2020

Y ahora El informe Ohlendorf en las calles

Y, casi un año después, El informe Ohlendorf sale del ciberespacio para aterrizar en estas calles menos concurridas que de costumbre y, a días, casi vacías. Publicado por la editorial Onuba, ha tenido la mala fortuna de abandonar la imprenta justo cuando ha comenzado la nueva tanda de restricciones así que, de momento, la presentación prevista -aunque todavía no anunciada-  para este mes en el Ateneu de Barcelona se pospone. Es de suponer que si la situación no mejora sustancialmente deberé contentarme con un acto online que se celebraría en las próximas semanas, esperemos que antes de Navidad. Entretanto, si a alguien le apetece, la edición es mucho mejor que la publicada en Amazon y puede adquirirse bajo pedido en la web de la propia editorial.

13 de noviembre de 2019

El informe Ohlendorf en las calles (eso sí, en las del ciberespacio...)


Mientras el poemario que había denominado Rememoración así como otro escrito el año pasado, todavía sin título, continúan su lento, lentísimo, proceso de reescrituras, correcciones, cajón (más bien disco duro extraíble), relecturas, reescrituras y vuelta al cajón, he decidido acabar con los infortunios de la novela que concluí hace algunos años y que esperaba llegar a publicar antes de 2020 (eso decía en 2011 y si me descuido...). Un par de docenas de negativas, varias propuestas que eran en realidad coediciones simuladas (y no tan simuladas, alguna era un descarado timo) e incluso una propuesta inicial que no pasó de eso, de inicial, han acabado con mi paciencia así que, aprovechando las ventajas de la edición en tapa blanda de Amazon, he preferido dejar de perder el tiempo (y el dinero) y publicar allí El informe Ohlendorf pese a los reparos prejuiciosos en favor de las pequeñas librerías, la edición artesanal, las editoriales independientes y todo eso. También está disponible una versión para Kindle. Podéis echarle un vistazo, y si os apetece, comprarlo aquí.

Me gustaría poder decir que reanudaré pronto este cuaderno, como era mi intención, en lugar de limitarme a consignar, como en los viejos tiempos, algunas notas rápidas en un dietario privado de los de papel, pero la lentitud de la escritura poética y un proyecto complicado (y complejo) de reflexión a partir del retorno a Nietzsche, otras lecturas y lo sucedido estos últimos años en Catalunya, hacen poco probable retomarlo en un futuro inmediato. Hasta entonces...

29 de junio de 2017

"A propósito de Robespierre" y el cierre

Lamentablemente el cierre temporal se está prolongando más de lo esperado y todavía no tiene fecha final. Rememoración, lejos de haberse acabado se ha complicado y está precisando una nueva reescritura prácticamente total. Como es la primera vez que uno no tiene prisa por concluir un libro, está disfrutando con la minuciosidad y la lentitud, con los cambios y las vacilaciones, con los experimentos y las intentonas que se frustran o que parecen momentáneamente exitosas: con la escritura en su dimensión más puramente formal. Así que es difícil saber cuándo decidiré parar y petrificar alguna de las versiones en forma de poemario apto para su publicación y volver sobre este cuaderno. Mientras tanto, este mes ha aparecido - con un notable retraso - en Cuadernos Hispanoamericanos el artículo "A propósito de Robespierre" sobre el que ya dije alguna cosa en su momento. Puede leerse aquí: https://issuu.com/publicacionesaecid/docs/-web___ch_804_junio_2017/106

26 de noviembre de 2015

En "Cuadernos Hispanoamericanos"


En el número de noviembre de Cuadernos Hispanoamericanos (el 785, páginas 75 a 87) se acaba de publicar el ensayo que uno escribió a raíz de la conferencia (que debía haber sido más bien una charla-coloquio) que dio el año pasado en la Universidad de Barcelona gracias a la invitación de Xavier Jové y el Departamento de Filología anglo-germánica. La conferencia se tituló en su momento "Valor, sentido, justicia y pesadilla" pero una vez reescrita hasta en dos ocasiones, ha dado como fruto un texto algo distinto. Cuanto menos en el título. Ahora ha pasado a ser "Poesía después de Auschwitz": provocación e intempestividad". "Cosas del estudio"...

Por cierto, en este número estoy acompañado, entre otros, por Agustín Calvo Galán que escribe además sobre Corónicas de Ingalaterra de Eduardo Moga (p1301-34). Buena compañía.

27 de junio de 2015

El Barón de Münchhausen en las redes sociales


La colaboración que se publicó hace unos días en la revista digital Catalunya Vanguardista con el título "Las 'Timelines' de Facebook" a cuenta de la coincidencia entre una relectura de La sociedad del espectáculo de Debord y la lectura de Las Aventuras del Barón de Münchhausen en la versión de Bürger:

El Barón de Münchhausen en las redes sociales


jorge_editedJ.Jorge Sánchez / jjorge@jjorgesanchez.com
Hace unas semanas Luis Goytisolo señalaba en El País («Lo reciente queda antiguo», 01/05/2015) que «tal vez nos encontremos ante un cambio de Edad similar al que se creó en el Renacimiento, en el tránsito de la Edad Media y la Edad Moderna». Esta transición sería consecuencia del impacto de Internet no sólo en los ámbitos económico o político sino, especialmente, en los hábitos sociales.
El escritor ponía como ejemplo la diferencia entre la magnitud de las transformaciones que provocan en las conductas de los sujetos las tecnologías vinculadas a las “redes sociales” y las que suscitaron, en el pasado, aquellas otras que también alteraron notablemente los modos de vida como el automóvil o el avión que, sin embargo, no conmovieron con tal fuerza la vida social en su conjunto. Podría argüirse contra su afirmación que no toma en cuenta el terremoto que supuso el teléfono, la irrupción del cual relata Proust con maestría en la segunda parte del cuarto volumen (Sodome et Gomorrhe) de La recherche du temps perdu de una forma que evoca – no muy lejanamente – las ansiedades, fascinaciones y fobias que suscitan actualmente en muchos las “nuevas tecnologías”. Mas quizás tenga razón y se esté en los albores de una nueva Edad. O puede que en los estertores de otra. O simplemente nos hallemos ante una transformación que dejará inalterados los fundamentos de las estructuras sociales y las costumbres vigentes como en su momento sucedió con la radio o la televisión: los historiadores futuros emitirán un veredicto resaltando para ello las rupturas o las continuidades pues de todo hay. En todo caso, hoy día probablemente lo que sí puede hacerse es analizar con prudencia estos cambios e intentar evitar esquematismos milenaristas apocalípticos o utópicos como los que acostumbran a guiar la práctica política y que tanto sufrimiento producen cuando aplican sus recetas fáciles y simplistas.
Guy Debord "La sociedad del espectáculo"
Guy Debord “La sociedad del espectáculo”
.
Las “redes sociales”, entendidas como comunidades predominantemente virtuales (aunque no sólo) que se sustentan en un específicosoftware propiedad de una empresa u organización privada – generalmente con ánimo de lucro -, presentan a primera vista, es cierto, singularidades irreductibles a los antiguos medios de entablar lazos públicos pero también semejanzas y la reflexión crítica no debería detenerse en una sola de sus caras. En estas líneas, y en esta ocasión, una de estas novedades podría ser examinada a la luz, u oscuridad, de algunas de las tesis del célebre trabajo del situacionista francés Guy Debord La sociedad del espectáculo, publicado en una fecha al tiempo tan lejana y próxima como 1967.
“El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes”
Debord caracteriza la sociedad capitalista contemporánea como una “sociedad del espectáculo” en la que éste, lejos de ser un “suplemento”, una “decoración sobreañadida”, una diversión u ornamento o una creación para facilitar nuestra propia comprensión de lo que somos, es “el núcleo del irrealismo de la sociedad real”. El “espectáculo”, la representación de la vida social, ha reemplazado de hecho a esta misma hasta el punto que, actualmente, “el espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizada por las imágenes”. Las imágenes ya no serían la expresión, la decoración armada o la construcción imaginaria que explica y da razón de una organización social, algo secundario y posterior, sino un elemento constituyente: no habría relación social que no estuviera atravesada y configurada por las representaciones contemporáneas de la existencia comunitaria e individual y no al revés.
De la aceptación de su afirmación pueden deducirse numerosas consecuencias algunas explícitamente presentes en sus textos, otras implícitas y otras que ni siquiera anticipó. De entre las pertenecientes al primer grupo podría seleccionarse aquella que afirma que en nuestra cultura se está produciendo la sustitución del tiempo vivido de las personas por su versión publicitada, una apreciación que puede entenderse en el sentido de que si un suceso no es difundido públicamente no es integrado como tal en la conciencia del individuo. O su envés: la posibilidad de la construcción de una biografía a partir de acontecimientos no vividos realmente pero sí publicitados algo que, en las redes sociales, está jugando cada vez más un papel nada desdeñable.
Una muestra de la frecuencia y multiplicación de esta capacidad de construir existencias falsas la ha protagonizado recientemente en España la actriz Anna Allen
Así, las timelines de Facebook pueden llegar a contener ingentes cantidades de sucesos citados, mencionados, referidos, apropiados, compartidos y, en esa medida, integrados en nuestro acontecer biográfico – de hecho el timeline es una biografía virtual – aunque no hayan sido directamente experimentados. Pero también incorporan otros inventados, imaginados o pura y simplemente falseados que no pueden ser discriminados sin una investigación atenta y minuciosa y cuya publicación, en algunos casos, se convierte en la referencia principal sobre la que se formulan juicios iniciales de tanta importancia como la candidatura a un puesto de trabajo, propuestas de intercambio, de venta, de compra, citas, etc. Una muestra de la frecuencia y multiplicación de esta capacidad de construir existencias falsas la ha protagonizado recientemente en España la actriz Anna Allen[1] pero las redes sociales están plagadas de producciones adulteradas y si se hiciera un inventario referido sólo a personajes de los llamados “públicos”, a celebrities, encontraríamos denuncias de estas invenciones casi diariamente[2]. Con todo, hay que reconocer que esto no constituiría una novedad cualitativa respecto al pasado. Puede que incluso sea una característica habitual de los humanos desde el Neolítico: levantar personajes mediante la fábula, la ficción, la desmesura, la reinterpretación o, lisa y llanamente, la mentira.
Hasta ahora, sin embargo, en el repertorio canónico de “lo público” las figuras con notoriedad social que habían producido biografías manifiestamente falsas eran relativamente pocas y los ejemplos expuestos a la opinión pública se enmarcaban habitualmente en el régimen de la ficción literaria: recordemos el Barón de Münchhausen de Bürger o el mismísimo Quijote. De hecho, muestra no sólo de una posible insuficiencia científica sino también de la rareza del fenómeno, la descripción de la acumulación de mentiras como patología hubo de esperar a que el psiquiatra francés Ernest Dupré, a principios del s. XX, acuñara el término “mitomanía” para referirse a esta anomalía de la conducta y enunciara sus rasgos distintivos. Con todo, esta afirmación tan genérica sobre su limitación ¿no podría ser puesta entre paréntesis? ¿Quién no incluiría en esta categoría a sujetos de relevancia histórica como Alejandro Magno, Napoleón, Hitler o Stalin por citar sólo algunos? Mas a pesar de que estos casos pudieran soportar su incorporación al tipo del mitómano ni se agotan en absoluto en él, ni está claro que éste constituya el elemento dominante de esas personalidades.
La frontera entre la mitomanía y la realidad ha estado fuertemente trazada a lo largo de la historia reciente
En cualquier caso, y admitiendo la pertinencia de una posible discusión conceptual sobre los límites del fenómeno, la frontera entre la mitomanía y la realidad ha estado fuertemente trazada a lo largo de la historia reciente no sólo desde el punto de vista filosófico – pese a las variaciones de acento en distintos períodos, escuelas y autores – sino también desde el que podría denominarse “existencial” o “vivencial”. Por ello, las personalidades edificadas sobre experiencias ficticias no dominaban el espacio público y en el privado, en cuanto sobrepasaban determinados límites, eran o tratadas como variantes de la locura, y por ello excluidas de la actividad social o recluidas en instituciones, o consideradas perturbadas y orilladas de los núcleos sociales decisorios.
En esta época, en cambio, las “redes sociales”, están quebrando la siempre frágil línea de separación entre lo público y lo privado sobre la que se asentaba la política de la fabulación socialmente admitida: en Facebook o Twitter lo privado y lo público se confunden hasta el punto de que la exhibición ostentosa y cotidiana de privacidad llega hasta la antaño íntima y restringida esfera de la desnudez o la actividad sexual. Y esta extensión del dominio de lo público ha permitido que las habituales restricciones sobre la fantasía o la simple y burda mentira abandonen sus antiguos recintos y se expandan y, con ella, las producciones de personalidades ficticias: Münchhausen ha dejado de ser una excepción curiosa, una figura meramente literaria para devenir un término capaz de caracterizar el comportamiento en las redes sociales de muchos sujetos.
redes-sociales_edited
.
¿Estamos entonces ante un escenario apocalíptico, ante una ruptura radical, ante el triunfo de la falsedad sobre la realidad? No necesariamente ¿Qué puede suceder cuando una patología se generaliza? La respuesta más simple sería: que se convierte en una conducta normal. Ya está. Algo parecido pasó en su momento con el estrés, la histeria, la angustia o la depresión y el mundo Occidental es difícil diagnosticar si es hoy peor, moralmente hablando, que en la época previa a la Primera Guerra Mundial o a la Segunda cuando estas patologías saturaron el horizonte. Tampoco se trataría de recuperar viejas proclamas como aquella que afirmaba que el verdadero manicomio es el que está fuera, en el exterior de los muros de reclusión, y los locos son los cuerdos: ¿reina el mundo de la mentira y la verdad ha desaparecido? Cabe repetirlo: no necesariamente. Ahora bien, esta voluntad de evitar la sentimentalidad milenarista no debe conducirnos a ignorar la dimensión de esta transformación o minimizarla y darla por buena, considerarla inocua o, peor, calificarla como un “progreso” en el marco de una revolución tecnológica que, ésta y esta vez sí, nos traerá el paraíso sobre la Tierra.
“La íntima conexión de esas mentiras, que se encadenan tan naturalmente unas con otras, acaba por destruir en el lector el sentimiento de la realidad”
El problema y su posible solución, si se acepta que existe tal problema y que debe resolverse, tal vez debería pensarse “fuera” de la disyuntiva apocalipsis/utopía y de una actitud ingenua ante “lo tecnológico”: bastaría con no fiar una parte sustancial de nuestra comunicación a las “redes sociales”[3]. Si en ellas imperara la ficción y la invención lo más recomendable sería limitar nuestra exposición y moderar la intensidad de nuestros intercambios en ellas. Así reduciríamos el peligroso efecto sobre el que el escritor Théophile Gaultier alertaba en su prólogo a la edición francesa de Las Aventuras del Barón de Münchhausen en 1853: “La íntima conexión de esas mentiras, que se encadenan tan naturalmente unas con otras, acaba por destruir en el lector el sentimiento de la realidad”.
.
Notas al pie:
[1]http://www.lavanguardia.com/series/personajes/20150302/54427820907/anna-allen-mentiras-oscars.html.
[2]Probablemente una de las más famosas de los últimos tiempos es la del falso productor de cine Christophe Rocancourt (http://fr.wikipedia.org/wiki/Christophe_Rocancourt).
[3]Una propuesta tan de sentido común como la instrucción que la empresa Ferrari dirigió recientemente a sus empleados: «Menos correos electrónicos y más diálogo con tus compañeros» (http://tlife.guru/profesional/por-que-estamos-abandonando-el-email/).

13 de junio de 2015

"Las Timelines de Facebook"


Coincidiendo con una relectura de La sociedad del espectáculo de Debord mientras leía Las Aventuras del Baron de Münchhausen de Bürger en la revista digital Catalunya Vanguardista:

"Hace unas semanas Luis Goytisolo señalaba en El País («Lo reciente queda antiguo», 01/05/2015) que «tal vez nos encontremos ante un cambio de Edad similar al que se creó en el Renacimiento, en el tránsito de la Edad Media y la Edad Moderna». Esta transición sería consecuencia del impacto de Internet no sólo en los ámbitos económico o político sino, especialmente, en los hábitos sociales.
El escritor ponía como ejemplo la diferencia entre la magnitud de las transformaciones que provocan en las conductas de los sujetos las tecnologías vinculadas a las “redes sociales” y las que suscitaron, en el pasado, aquellas otras que también alteraron notablemente los modos de vida como el automóvil o el avión que, sin embargo, no conmovieron con tal fuerza la vida social en su conjunto. Podría argüirse contra su afirmación que no toma en cuenta el terremoto que supuso el teléfono, la irrupción del cual relata Proust con maestría en la segunda parte del cuarto volumen (Sodome et Gomorrhe) de La recherche du temps perdu de una forma que evoca – no muy lejanamente – las ansiedades, fascinaciones y fobias que suscitan actualmente en muchos las “nuevas tecnologías”. Mas quizás tenga razón y se esté en los albores de una nueva Edad. O puede que en los estertores de otra. O simplemente nos hallemos ante una transformación que dejará inalterados los fundamentos de las estructuras sociales y las costumbres vigentes como en su momento sucedió con la radio o la televisión: los historiadores futuros emitirán un veredicto resaltando para ello las rupturas o las continuidades pues de todo hay. En todo caso, hoy día probablemente lo que sí puede hacerse es analizar con prudencia estos cambios e intentar evitar esquematismos milenaristas apocalípticos o utópicos como los que acostumbran a guiar la práctica política y que tanto sufrimiento producen cuando aplican sus recetas fáciles y simplistas."

El artículo completo aquí.

31 de mayo de 2015

"La literatura de la Shoah"



La colaboración que se publicó la semana pasada en la revista Catalunya Vanguardista con el título "La literatura de la Shoah" a cuenta de la lectura de El canto del pueblo judío asesinado de Itsjok Katzenelson:

El canto del pueblo judío asesinado

Por J. Jorge Sánchez jjorge@jjorgesanchez.com

Estos días se ha celebrado el 70 aniversario del final de la II Guerra Mundial pero la serie de conmemoraciones, que abarca desde el suicidio de Adolf Hitler a la batalla de las Ardenas, las liberaciones de Viena o Budapest o las capitulaciones ante los aliados, empezaron ya, en enero, con una de las más importantes en el imaginario europeo: el recuerdo de la entrada en Auschwitz de las tropas soviéticas y con él la reiteración de las distintas versiones de la provocación de Adorno acerca de si podía escribirse poesía después de Auschwitz. Literalmente, o en formas tan alejadas y deformadas que apenas son reconocibles, han proliferado en los medios de comunicación como antesala del inevitable catálogo a modo de respuesta siempre afirmativa puesto que es evidente que ha habido poesía tras aquel acontecimiento: mucha, muchísima.
Se puede hablar de la emergencia de todo un género que ya se conoce como la “literatura de la Shoah Quizás, numéricamente hablando, como nunca antes. Incluso, lo más significativo y que seguramente daría qué pensar al filósofo alemán, ha habido poesía “sobre” Auschwitz, tomando el nombre del campo polaco en su sentido amplio, como metáfora de los múltiples genocidios nazis. De hecho, se puede hablar de la emergencia de todo un género que ya se conoce como la “literatura de la Shoah” (término preferido en los últimos años al de “Holocausto”) que englobaría aquella producción literaria realizada bien por testigos, supervivientes o víctimas implicadas directamente en el exterminio de los judíos europeos, bien por escritores que lo han convertido en tema de sus obras, presidida por la intención de dejar testimonio y contribuir a que “nunca más” suceda nada semejante. Asimismo, la llamada “literatura concentracionaria” o literatura “de los campos” podría ser incluida en este dominio. Y, aunque no se suelen incorporar a él, la proliferación de novelas, relatos y películas de éxito acerca de lo acontecido en Europa durante la primera mitad del siglo XX, desde Las benévolas a El niño del pijama de rayas, desde La lista de Schindler a El lector, El pianista o La vida es bella, no pueden por menos que añadirse al gran volumen de literatura (y arte) producido no ya “después de” sino “sobre” Auschwitz.
En esta inmensa cantidad de escritura, sin embargo – paradójicamente -, la “poesía”, esa privilegiada representante de la cultura esgrimida en la famosa frase ha representado una fracción diminuta cuantitativamente hablando: novelas, memorias, autobiografías, reportajes o filmes ocupan la mayor parte de lo dicho [1]. Y el desequilibrio es aun mayor si para el recuento se acude a la distinción entre textos escritos por aquellos que vivieron la experiencia inmediata y los que no: entonces la cantidad disminuye. Y si se afina todavía más y se diferencia entre los textos de los que padecieron la reclusión en un campo de exterminio salvando milagrosamente la vida y los que sufrieron la represión pero en campos de concentración, trabajo o cualquier otra de las múltiples instalaciones nacionalsocialistas dedicadas a la esclavización la cifra sigue reduciéndose: Celan, por ejemplo, uno de estos pocos poetas y quizás el de más renombre no pasó por un campo de exterminio sino que estuvo confinado en uno de trabajo que no estaba bajo administración de las SS sino de la policía rumana y Nelly Sachs, probablemente la otra gran figura de la poesía sobre el Holocausto, judía como Celan y premio Nobel de Literatura en 1966, huyó a Suecia en 1940 antes de ser detenida librándose, por tanto, del suplicio: no estuvo jamás en un campo como prisionera.
Entre los supervivientes que han dejado por escrito su testimonio hay prosa pero pocos versos Si restringiéramos la poesía “sobre” Auschwitz a esta última distinción, encontraríamos que entre los supervivientes que han dejado por escrito su testimonio hay prosa pero pocos versos. Entre los más destacados por la crítica, “Si esto es un hombre”, el poema que da título a la obra de Primo Levi y que, nada casualmente, figura como proemio de su relato; los escritos por Ruth Klüger en el marco de su autobiografía Seguir viviendo (Weiter Leben); o los que aparecen en la trilogía de Charlotte Delbo, otra superviviente de Auschwitz como Klüger y Levi, Auschwitz et après. Respetando esa extraña pauta, poca poesía en comparación con la prosa. Y una última consideración: en su absoluta mayoría, los poemas de los que se tiene constancia, además de los de las obras más reconocidas, fueron escritos con posterioridad a la experiencia del internamiento en los campos ¿Azar, pura contingencia, fortuna? ¿Simple frecuencia estadística? ¿O límite de lo poético?
Pues, en efecto, parecería poder esclarecerse esta anomalía acudiendo a una supuesta naturaleza de la poesía, reducida a la lírica por demás, que sería incompatible con la expresión o enunciación del mal radical, del horror absoluto, del crimen inconcebible: sería una imposibilidad constitutiva de la poesía la que justificaría y daría razón de esta singularidad. Existe, sin embargo, una hermosa excepción que podría ayudar a decidir, provisionalmente, si se debe recurrir a esta explicación: El canto del pueblo judío asesinado, una elegía escrita en yiddish por el judío de origen bielorruso Itsjok Katzenelson durante su cautiverio en el campo de tránsito francés de Vittel entre octubre de 1943 y enero de 1944.
Itsjok Katzenelson nació en 1886 en Karelitz (Bielorrusia)
Itsjok Katzenelson nació en 1886 en Karelitz (Bielorrusia)
Katzenelson creció y vivió la mayor parte de su vida en Lodz, Polonia, donde su familia se trasladó al poco de su nacimiento. Criado en un ambiente ilustrado, su padre Jakob Benjamin era escritor y director de una escuela judía que él continuaría, a los 13 años ya escribía poemas y antes de la guerra había traducido al yiddish a Heine, así como pasajes del Antiguo Testamento y escrito poemas épicos y obras de teatro. Dos meses después de que la Wehrmacht invadiera Polonia, Itjsok se trasladó a Varsovia con su mujer y sus tres hijos. Allí fue recluido en el ghetto entre 1941 y 1943.
En agosto de 1942, su mujer y dos de sus hijos son capturados en una de las periódicas redadas que tenían lugar, deportados a Treblinka y gaseados. Cuando en octubre del mismo año se constituye la Organización Judía de Combate, que protagonizará el levantamiento del 19 de abril de 1943, Itsjok y su hijo Zvi forman parte de ella. Poco antes de la sublevación, la Organización consigue conducirlos clandestinamente al lado «ario» de la ciudad donde esperan conseguir pasaportes para huir a Latinoamérica pero el plan fracasa y, detenidos de nuevo por la Gestapo, en mayo son trasladados al campo francés de Vittel, un campo de concentración concebido para “personalidades” o presos que pudieran ser utilizados como moneda de cambio. Durante los meses que pasa en él escribirá un diario en hebreo y compondrá el Canto del que hará seis copias y que ocultará: no se hacía ilusiones respecto a su suerte final. El 18 de abril Itjsok y Zvi, formando parte de un grupo de 170 judíos procedentes de Varsovia, son enviados al campo de Drancy desde donde partirán, el 29 de abril, en un convoy (el 72) con destino a Auschwitz. El 1 de mayo morirán en Birkenau.
Las fuentes difieren acerca de cómo se logró recuperar el manuscrito y si fue antes de la liberación de Vittel o no. En todo caso, parece que la responsable fue Myriam Novitch, compañera de detención, que además tradujo parcialmente la obra al francés y ayudó a su edición.
El último canto de Katzenelson: «Así nos asesinaron, de Grecia a Noruega y hasta las afueras de Moscú,/a cerca de siete millones» La importancia, por así decirlo, “interna” del texto, que se compone de quince cantos de quince cuartetos cada uno, no sólo reside en su belleza formal, en la fuerza del dolor que intenta transmitir y que se plasma desde la dedicatoria (“Para el alma de mi Jane,/para el alma de mi hermano Berl,/exterminados junto con sus hijos,/y junto con todo mi pueblo,/sin sepultura”) hasta el último cuarteto (“¡Ay de mí, no queda nadie ya! ¡Hubo un pueblo… y ya no más!”) sino también en los sorprendentes detalles que aporta sobre el genocidio. Insólitos porque en la época en que lo escribe todavía no se había producido la última gran deportación – la de los judíos húngaros (aproximadamente medio millón) que fueron aniquilados casi en su totalidad – para la que fue imprescindible la colaboración de líderes de la comunidad hebrea como el tristemente famoso Rudolf Kastner. Estos arguyeron en su descargo, años después, que desconocían la suerte definitiva que iban a correr sus compatriotas. Aun más: que sólo los asesinos sabían lo que en realidad se ocultaba tras la expresión “reasentamiento”. Katzenelson les desmiente y, de paso, a todos aquellos que posteriormente se escudaron en el presunto sigilo con el que se llevó a cabo la política asesina nazi: la frase neotestamentaria “Quien tiene oídos para oír, que oiga” halla aquí una feroz ilustración. Así, en el primer canto menciona campos de exterminio de los que apenas se habló por ejemplo en Nuremberg, como Sobibor o Treblinka, pese a que en este último murieron más de 900,000 judíos, apenas unas decenas de miles menos que en Auschwitz-Birkenau. Cita al propio Auschwitz y lugares de ejecuciones masivas como Ponar o ghettos como el de Bełżyce, liquidado en mayo de 1943. Y en el último canto calcula con macabro e inaudito acierto, para la época y el momento, el número de judíos asesinados: «Así nos asesinaron, de Grecia a Noruega y hasta las afueras de Moscú,/a cerca de siete millones». No conviene llamarse a engaño: si alguien preso durante años, primero entre los muros de Varsovia y luego en Francia, pudo saber de la existencia precisa de tantos lugares de aniquilación en masa y suponer aproximadamente, de una forma nada descabellada, la dimensión de proceso destructor es que no se estaba ante el secreto mejor guardado de la Historia precisamente.
Pero junto a estos elementos (condiciones de su composición, singularidad de su autoría, belleza, patetismo, información e implicaciones morales) que le otorgarían una posición de privilegio en la literatura sobre la Shoah, El Canto del pueblo judío asesinado es especialmente relevante en este contexto porque permite atisbar una conjetura con la cual abordar la perplejidad de la que se hablaba antes: probablemente la escasez de textos poéticos de supervivientes o víctimas del Holocausto tenga más que ver con variables como la adversidad, la suerte o la proporción estadística en la relación entre prosa y poesía, que con las cualidades intrínsecas de ésta en cuanto forma artística, pues al menos nos ha llegado una prueba de que fue posible que un poeta escribiera una elegía sobre la liquidación del pueblo judío en un campo.
.
Notas al pie:
[1] Una lista de esta relativamente exigua producción puede consultarse en la edición francesa de la Wikipedia: http://fr.wikipedia.org/wiki/Liste_d%27%C5%93uvres_po%C3%A9tiques_sur_la_Shoah. Acceso: mayo de 2015.

23 de mayo de 2015

La "literatura de la Shoah"


Con ocasión de la lectura de El Canto del pueblo judío asesinado de Itsjok Katzenelson, en la revista digital Catalunya Vanguardista:

"Estos días se ha celebrado el 70 aniversario del final de la II Guerra Mundial pero la serie de conmemoraciones, que abarca desde el suicidio de Adolf Hitler a la batalla de las Ardenas, las liberaciones de Viena o Budapest o las capitulaciones ante los aliados, empezaron ya, en enero, con una de las más importantes en el imaginario europeo: el recuerdo de la entrada en Auschwitz de las tropas soviéticas y con él la reiteración de las distintas versiones de la provocación de Adorno acerca de si podía escribirse poesía después de Auschwitz. Literalmente, o en formas tan alejadas y deformadas que apenas son reconocibles, han proliferado en los medios de comunicación como antesala del inevitable catálogo a modo de respuesta siempre afirmativa puesto que es evidente que ha habido poesía tras aquel acontecimiento: mucha, muchísima.

Quizás, numéricamente hablando, como nunca antes. Incluso, lo más significativo y que seguramente daría qué pensar al filósofo alemán, ha habido poesía “sobre” Auschwitz, tomando el nombre del campo polaco en su sentido amplio, como metáfora de los múltiples genocidios nazis. De hecho, se puede hablar de la emergencia de todo un género que ya se conoce como la “literatura de la Shoah” (término preferido en los últimos años al de “Holocausto”) que englobaría aquella producción literaria realizada bien por testigos, supervivientes o víctimas implicadas directamente en el exterminio de los judíos europeos, bien por escritores que lo han convertido en tema de sus obras, presidida por la intención de dejar testimonio y contribuir a que “nunca más” suceda nada semejante."

El artículo completo aquí.


13 de junio de 2014

"Correspondencia digital"


La colaboración que, a cuenta de la lectura de la correspondencia entre Hermann Hesse y Thomas Mann, se publicó hace casi tres semanas en la revista Catalunya vanguardista con el título "Correspondencia digital":

"No es fácil esclarecer si los principios que parecen regular nuestra comprensión tienen un origen biológico o social, si se generan en la interacción entre ambos o son construcciones culturales históricamente contingentes. El debate filosófico, pues la pregunta pertenece a este orden, está abierto y no tiene visos de encaminarse a su cierre.
No obstante, algunos aspectos de la discusión gozan de un cierto consenso. Por ejemplo, que el par identidad / diferencia y la serie de oposiciones a él vinculadas han ordenado el panorama conceptual en nuestras sociedades durante siglos o que en función de qué miembro del par domina la caracterización de un determinado hecho o fenómeno se pueden clasificar y periodizar acontecimientos y series temporales. Así, por lo que hace a la interpretación de la historia, los griegos de la Antigüedad inclinaban el fiel de la balanza hacia la repetición, peso que el cristianismo invirtió radicalmente o mientras que desde el siglo XIX la originalidad es considerada una condición sine qua non del valor de la obra de arte, en siglos anteriores lo había sido justo su contrario, la semejanza con lo ya creado. Asimismo, podría decirse que la controversia tampoco es especialmente intensa cuando se afirma que si este modelo dualista es aplicado mecánicamente y jerarquizado de forma inflexible, nos acostumbramos a encontrar ante ideologías, religiones o, simplemente, ante la irreflexión o el pensamiento trivial. Es entonces el momento de la proliferación de maximalismos, profecías, dogmatismos, confusiones de planos, pasos indebidos entre órdenes diversos, simplificaciones, falta de matices…
Pues bien, algo de eso podría estar sucediendo hoy día cuando en los medios de comunicación se aparenta evaluar la llamada “revolución tecnológica” y efectuar prognosis. Tal vez por la influencia del pensamiento postestructuralista del último tercio del siglo pasado, se está imponiendo demasiado automáticamente en la descripción el polo de la novedad, del cambio, de la discontinuidad, como si la pregunta de Castoriadis, “¿Dónde estaba el piano durante el Neolítico?”, que incidía agudamente sobre el valor de la ruptura, se hubiera convertido en la vara de medir hegemónica. Esta asunción, además, provocaría que las especulaciones sobre los escenarios próximos de  la evolución social se articulen casi exclusivamente en términos de utopía o de apocalipsis: dado que la revolución tecnológica de las últimas décadas supone una novedad absoluta, las inimaginables transformaciones que conllevará sólo pueden valorarse en términos de un porvenir maravilloso o catastrófico pues carecemos de referencias anteriores.
Mas el imperio de la novedad y su proyección utópico-apocalíptica pudieran no hacer justicia a la situación actual y sus escenarios futuros. Tal vez haya continuidades cerca de las discontinuidades, invariantes junto a las rupturas y lo que pasa por radical innovación no lo sea del todo. Tomemos una muestra de esta revolución: el correo electrónico. Tanto los apologetas de la Nueva Era como los nostálgicos del pasado parecen coincidir en que está acabando con el correo postal. El e-mail habría aniquilado la carta y con ella una forma de relación, un género literario e incluso una forma de vida – según unos para bien, según los otros para mal.
Correspondencias como las que mantuvieron Kandinsky y Schönberg, Nin y Henry Miller o G.B. Shaw y Churchill son cosa del pasado
Vassily Kandinsky /Wikipedia
Vassily Kandinsky /Wikipedia
Cierto que, a simple vista, correspondencias como las que mantuvieron Kandinsky y Schönberg, Nin y Henry Miller o G.B. Shaw y Churchill son cosa del pasado. Con todo, eso no significa que la comunicación epistolar sea un hábito que se esté extinguiendo: en febrero de este año el Daily Mail, aunque no los publicó, atesoraba más de 300 páginas de correos entre el ex-premier británico Tony Blair y Wendi Deng. Esta correspondencia no parece tener la categoría  que la mantenida por Marx y Engels ¿pero es tan distinta de la que entablaron en su tiempo James Joyce y Nora Barnacle? Otro caso. El conocido intercambio epistolar que mantuvieron entre 2008 y 2011 J. M. Coetzee y Paul Auster, que se publicó bajo el título de Here and now y considerado un ejercicio contemporáneo de literatura epistolar, consistía en una mezcla de correos electrónicos y misivas enviadas por fax.
El correo electrónico, pues, no está tan claro que haya hecho desaparecer la interacción comunicativa escrita, aunque la haya modificado, y tal vez tampoco haya transformado tan sustancialmente sus caracteres distintivos como para aniquilarla. Como las mensajerías instantáneas frente a la mensajería tradicional, las novedades a lo mejor no son tan absolutas como para apisonar las continuidades y cantar el final ni de la literatura epistolar, ni del género, ni tan sólo de la costumbre.
Se argumenta, por parte de los utopistas, que el e-mail suprime la distancia espacial y temporal y que este logro modificará las pautas de la interacción humana. Pero si bien es cierto que disminuye tanto la cesura temporal que casi se estaría tentado de corroborar esta supresión, lo cierto es que, aunque disminuida y reducida, sigue existiendo: no se cancela aunque el escrito llegue mucho más rápidamente que antes. Como tampoco se disuelve la distancia espacial aunque esta se sublime en la forma de un ciberespacio que todos habitamos en calidad de interconectados en la Red. De hecho, una de las formas habituales de la literatura epistolar que consiste en datar y situar a los participantes, permanece en la digital no sólo porque muchos correos “oficiales” o corporativos incorporan ambos datos a pie de correo sino porque redacción y recepción siempre contienen una referencia temporal – día, hora y minutos – entre otros motivos porque no es posible la comunicación instantánea e inmediata sin demora, por muy reducida que sea ésta: la novedad no cancela una de las causas de la existencia de la correspondencia escrita aunque la altere notablemente.
Thomas Mann / Wikipedia
Thomas Mann / Wikipedia
Un ejemplo tomado del pasado podría servir para profundizar en el arco de las similitudes y diferencias y en la fuerza de esta novedad: la correspondencia que Thomas Mann y Hermann Hesse mantuvieron a lo largo de casi cinco décadas, entre 1910 y 1955. Algunas características de la epistolaridad literaria, y con ella de un cierto tipo de interacción a distancia clásica, se manifiestan en ella en todo su vigor: la autoconciencia del carácter documental de las cartas, su cuidada confección como un artefacto literario más, el intercambio de reflexiones y tomas de posición, la evaluación de la actividad creativa de los interlocutores y de otros…  Respecto a la conciencia de la naturaleza documental de las cartas: ¿ha desaparecido por completo en el intercambio de mails? Por estos pagos tenemos una muestra de que más bien sucedería lo contrario. ¿Qué cabe suponer sino en la efusión de correos conservados y presentados al juzgado en el conocido caso del ex-Duque de Palma Urdangarín? Por otro lado, por lo que hace a su composición literaria, el volumen escrito por Coetzee y Auster, trufado de reflexiones, tomas de posición y valoraciones de textos del otro, bastaría para mostrar que no hay nada en la naturaleza del correo electrónico que impida su uso literario. No obstante, se aducen otros los motivos para sustentar su absoluta novedad. Así, se afirma que su velocidad de emisión predispone al contacto breve y protocolario; que la posibilidad de enviar copia a docenas, cientos o miles de individuos acaba produciendo fenómenos de saturación y abandono además de la obvia difusión exponencial de la información; o que la de adjuntar archivos multimedia o incluir el texto original al que se responde, aspectos todos ellos inexistentes en el correo postal tradicional, modifica totalmente las condiciones de la interacción. Sin embargo, en la recopilación de las epístolas que se dirigieron los dos nobeles alemanes, junto a las usuales en este tipo de compilaciones, hallamos no sólo tarjetas postales, de por sí breves y protocolarias, sino también cartas de contenido rutinario encaminadas más a mantener el ritual del contacto que a transmitir o juzgar como se observa en buena parte de la correspondencia entre diciembre de 1932 y noviembre de 1933. Asimismo, no faltaban tampoco copias de respuestas o de cartas enviadas a otros interlocutores que, sin llegar a las dimensiones del “Cc”, impiden que se pueda hablar a la ligera de la absoluta originalidad del fenómeno más cuando, en rigor, los envíos masivos a miles de destinatarios tienen lugar mediante “listas de distribución” y no correos electrónicos personalizados. También el fenómeno de la “saturación” por la masiva recepción – o envío – de mails tiene su correlato, a cierta escala, en la incapacidad de despachar la correspondencia que, a menudo, experimentan ambos, especialmente Thomas Mann quien utiliza la expresión “bancarrota epistolar” para dar cuenta de sus dificultades de dar cumplida respuesta a lo recibido o entablar nuevos diálogos. Por otro lado, pese a que no se incluya por defecto el texto original al que se responde, que tampoco se incorpora siempre en la comunicación digital, no por ello deja de ser citado en numerosas ocasiones e incluso a veces reproducido siquiera parcialmente. Finalmente, el envío postal entre ambos fue auténticamente “multimedia” en el sentido más amplio y vago del término pues las cartas que se enviaron se acompañaron a menudo de recortes de prensa, poemas, ediciones privadas de escritos y, también, de acuarelas por parte de Hesse, pintor en sus ratos libres. Estas muestras deberían autorizarnos a adoptar una actitud escéptica respecto a las proclamas de ruptura axial.
La pregunta de Castoriadis tiene trampa. Si se reescribiera como “¿Dónde estaba el piano en el Renacimiento?” tendría una fácil respuesta: en el clavicémbalo
Es cierto que entre el correo digital y el postal hay diferencias importantes y que incluso si nos limitáramos a analizarlas sólo por el lado del aspecto cuantitativo deberíamos tener en cuenta que, en muchas ocasiones, los incrementos o disminuciones en la cantidad pueden suponer variaciones cualitativas. Con todo, a la luz de la correspondencia entre Mann y Hesse resulta demasiado ligero afirmar que aquél suponga una novedad tan absoluta como para inaugurar una nueva época que nada tiene que ver con los tiempos inmediatamente precedentes. Y, por ende, ante él, como ante la revolución tecnológica, no se debería adoptar una evaluación ni apologética ni apocalíptica porque tal vez no irrumpiría en un vacío histórico sin precedentes.
En realidad, como de costumbre, el problema es de escalas o niveles. La pregunta de Castoriadis tiene trampa. Si se reescribiera como “¿Dónde estaba el piano en el Renacimiento?” tendría una fácil respuesta: en el clavicémbalo."

24 de mayo de 2014

La ilusión de la absoluta novedad


Con ocasión de la lectura de la "Correspondencia" que mantuvieron Hermann Hesse y Thomas Mann, en la revista digital Catalunya Vanguardista:

"No es fácil esclarecer si los principios que parecen regular nuestra comprensión tienen un origen biológico o social, si se generan en la interacción entre ambos o son construcciones culturales históricamente contingentes. El debate filosófico, pues la pregunta pertenece a este orden, está abierto y no tiene visos de encaminarse a su cierre. No obstante, algunos aspectos de la discusión gozan de un cierto consenso.

Por ejemplo, que el par identidad / diferencia y la serie de oposiciones a él vinculadas han ordenado el panorama conceptual en nuestras sociedades durante siglos o que en función de qué miembro del par domina la caracterización de un determinado hecho o fenómeno se pueden clasificar y periodizar acontecimientos y series temporales..."

El artículo completo aquí.

13 de mayo de 2014

"¿El libro más largo de la historia?"


La colaboración que se publicó hace un par de semanas en la revista Catalunya vanguardista con el título "¿El libro más largo de la historia?" a propósito de la lectura de El secreto de Joe Gould de Joseph Mitchell:

"Este próximo septiembre se cumplirán cincuenta años de la publicación, en el semanario The New Yorker, del artículo de Joseph Mitchell 'Joe Gould’s Secret', continuación y conclusión del que publicara veintidós años antes en la misma revista bajo el título 'Professor Sea Gull', ambos en la famosa sección 'Profiles' y consideradas dos piezas magistrales del periodismo norteamericano del siglo XX.

En el verano de 1942, Mitchell, que ya había escrito alguno de esos 'Perfiles' cuya nómina ha incluido desde Hitler hasta Brando o Hemingway bajo la pluma de escritores como Truman Capote, Ian Frazier o Lillian Ross, decidió dedicar uno al vagabundo Joe Gould, un habitual del Village neoyorquino al cual vio por vez primera diez años antes en un restaurante griego cercano a los juzgados que cubría por aquel entonces como reportero de sucesos. El propietario, que caritativamente le daba de comer, como a otros bohemios del barrio que padecían con intensidad la aguda crisis económica, le explicó al entonces joven corresponsal que aquel cochambroso bohemio de largos cabellos y barba enmarañada 'supuestamente está escribiendo el libro más largo de la historia'. Aunque aquel dato le llamó la atención, no sería hasta varios años más tarde, cuando consiguió un puesto en The New Yorker y comenzó a encontrárselo a menudo, que fue creciendo en él la curiosidad hacia aquel individuo y la 'obra' que al parecer escribía y en la que se cimentaba su fama.

Tras el visto bueno de la dirección, Mitchell se puso manos a la obra. No le costó demasiado concertar una entrevista. Gould se mostró interesado y dispuesto a colaborar y le relató, a grandes trazos, su historia. Había nacido en Norwood, Nueva Inglaterra, en el seno de una familia acomodada. Su padre y su abuelo eran médicos pero él se había graduado en Literatura en Harvard rompiendo la tradición. Durante varios años viajó y participó en diversos proyectos y empeños hasta que, ya en Nueva York, trabajando para un periódico, un día concibió la idea de una obra que recogiera el auténtico fundamento de la Historia: la historia de la gente corriente. Sus preocupaciones, anhelos, conflictos, tal y como se expresan en las discusiones, charlas  y conversaciones debían ser registradas para componer una Historia oral de nuestro tiempo que constituyera el suelo sobre el que se levantara cualquier 'otra' Historia. Media hora después de aquella revelación dejó su trabajo y resolvió no aceptar ningún otro empleo estable para poder consagrarse a la tarea. Desde aquel momento vivió de la ayuda de sus amigos y de la caridad y vagabundeó, con ropa prestada y acompañado siempre por una maleta en la que guardaba las anotaciones de las que se debía nutrir la Historia oral… que consignaba en pequeños cuadernos escolares de redacción. Según sus propias palabras, poetas de la talla de Ezra Pound o E.E. Cummings se habían interesado por su empresa y el primero llegó incluso a publicar un fragmento de la obra en la revista Exile, que dirigía. Otros tres aparecieron también en otras revistas. El último en 1931. Desde entonces no había publicado ninguno más aunque Mitchell averiguó, posteriormente,  que no faltaron ocasionales referencias en la prensa a la magna obra en los años siguientes. Así, en 1934, en el Herald Tribune, Gould informaba que su longitud superaba los 7 millones de palabras y tres años más tarde, en el mismo rotativo, aseguraba que se acercaba a los 9 millones.

Mitchell extrajo la convicción de que la Historia oral… constituía 'la razón de la vida' de aquel singular habitante del Village y le pidió que le dejara consultar la obra para poder escribir el Perfil. Gould le dejó dos cuadernos junto a los ejemplares de sus publicaciones pero el periodista no pudo formarse una impresión cabal: se trataba de escritos que poco parecían tener que ver con el propósito original. Uno versaba sobre el fallecimiento de su padre y el otro era una parodia sobre la relación entre el consumo de tomates y los accidentes ferroviarios. Tampoco los textos de las revistas guardaban demasiada relación con ninguna observación de lo dicho por la gente de la calle. El periodista insistió en echarle un vistazo al conjunto de la obra pero Gould respondió con evasivas y dilaciones. Sólo ante la Sólo ante la amenaza de abandonar el retrato le explicó que el grueso estaba guardado en lugar seguroamenaza de abandonar el retrato le explicó que el grueso estaba guardado en lugar seguro. No obstante, algunas partes estaban depositadas transitoriamente en diversos lugares de la ciudad. Siguiendo sus indicaciones, Mitchell halló cinco cuadernos en casa de un amigo de Gould mas todos ellos, pese a contener en el título la frase 'Un capítulo de la Historia oral de Joe Gould', seguían sin corresponder a lo prometido. Gould le aclaró poco después que había tenido la mala suerte de dar sólo con los capítulos ensayísticos y ninguno de los orales. Todo lo que pudo obtener Mitchell en el curso de sus sucesivos diálogos fue que le recitara, de memoria, algunos de estos. Dado que el tiempo se le echaba encima, optó por concluir su trabajo sin haber accedido al misterioso texto: se conformó con lo leído y escuchado.

En el número del 12 diciembre de 1942 de The New Yorker salió a la calle el artículo con el título final de 'Professor Sea Gull' ('El profesor gaviota': no en vano Gould se jactaba de dominar el idioma de las gaviotas y traducir poemas al 'gavioto'). La fama de Gould se multiplicó con el trabajo de Mitchell y su relación se intensificó: el primero se presentaba con regularidad en la oficina del segundo en busca de un oyente y, a la vez, contribuyente, aunque su renacido prestigio le proveyera de más dinero y ofertas de alojamiento que nunca. Con el paso de los meses, la paciencia de Mitchell se fue agotando y antes de que llegara al límite intentó ayudarle a publicar la Historia oral… como modo de sustraerse de su presión. Varios editores se mostraron interesados en publicar fragmentos representativos aun sin haber leído ni un párrafo, dada la reputación que atesoraba. Gould, sin embargo, aduciendo motivos dispares, rechazó todas y cada una de las ofertas. Estas negativas acabaron por distanciarles hasta el punto que dejaron de verse. Cuando Gould falleció, en 1957, el texto continuaba inédito.

Siete años después, en los números del 19 y 26 de septiembre de 1964 del magazine, Mitchell explicó la verdadera causa. Una auténtica leyenda había crecido entretanto alrededor de la obra. Incluso se llegó a crear una comisión que organizó búsquedas entre sus amigos y conocidos sin hallar el menor rastro del montón de cuadernos que debía contenerla. Mitchell deshizo el misterio: nunca existió. Gould llenaba sus cuadernos infantiles con continuas reescrituras de textos sobre la muerte de su padre, la muerte de su madre, la adicción al tomate, sus experiencias con los indios de Dakota del Norte y puede que algún otro asunto pero, en rigor, jamás escribió ni una línea de la Historia oral de nuestro tiempo.

¿Y si lo hubiera hecho? No es descabellado suponer que habría sido publicada, parcialmente al menos: las expectativas creadas, las figuras de prestigio del 'campo literario' que habían manifestado su interés, la publicidad que le había procurado el artículo de Mitchell… No hubiera sido en absoluto extraño. Y con ello podría haberse mostrado, que no demostrado, que en el proceso de la comunicación y recepción de los textos escritos – y en especial de los textos literarios -, los factores que acostumbramos a considerar 'extrínsecos', aquellos sociales o ambientales, los elementos que no se restringen a las propiedades internas, verbales o materiales de la obra, pueden tener un papel relevante en determinados casos, sino en todos. Y probablemente, asimismo, en la creación y la producción.

Una teoría de la literatura que privilegie el análisis interno para explicar en qué consiste su 'literariedad' o se ciña exclusivamente a él para explicar las condiciones en las que se convierte en clásico, 'canónico', en detrimento de otros que se sumen en el olvido o no llegan ni a ser conocidos, olvida que el entorno no es un mero trasfondo, un simple decorado sobre el que destaca: es, asimismo, un actor que desempeña un papel protagonista en la trama. Algo que, demasiado a menudo, tiende a olvidarse en las Facultades de Filología de este país…"

24 de abril de 2014

La Historia del vagabundo


A propósito de la lectura de El secreto de Joe Gould de Joseph Mitchell, en la revista digital Catalunya Vanguardista:

"Este próximo septiembre se cumplirán cincuenta años de la publicación, en el semanario The New Yorker, del artículo de Joseph Mitchell “Joe Gould’s Secret”, continuación y conclusión del que publicara veintidós años antes en la misma revista bajo el título “Professor Sea Gull”, ambos en la famosa sección “Profiles” y consideradas dos piezas magistrales del periodismo norteamericano del siglo XX.

En el verano de 1942, Mitchell, que ya había escrito alguno de esos “Perfiles” cuya nómina ha incluido desde Hitler hasta Brando o Hemingway bajo la pluma de escritores como Truman Capote, Ian Frazier o Lillian Ross, decidió dedicar uno al vagabundo Joe Gould, un habitual del Village neoyorquino al cual vio por vez primera diez años antes en un restaurante griego cercano a los juzgados que cubría por aquel entonces como reportero de sucesos. El propietario, que caritativamente le daba de comer, como a otros bohemios del barrio que padecían con intensidad la aguda crisis económica, le explicó al entonces joven corresponsal que aquel cochambroso bohemio de largos cabellos y barba enmarañada “supuestamente está escribiendo el libro más largo de la historia”.

El artículo completo aquí.

11 de abril de 2014

"La literatura en la época digital"

La colaboración que, a propósito de Dulces guerreros cubanos y con el título "La literatura en la época digital", se publicó hace unos días en la revista Catalunya Vanguardista.

"En lo que algunos persisten en llamar, contra toda evidencia, “sociedad del conocimiento”, la literatura parece tener reservado el mismo papel que las demás instancias dedicadas al entretenimiento de masas. Como la mayoría de las ramas de las Humanidades que no tienen que ver con el útil aprendizaje de idiomas va siendo postergada en los planes de estudios por Ciencias y Tecnologías diversas. Para los medios de comunicación su lugar está en los suplementos, las últimas páginas, los cierres de noticiarios o los programas semanales de madrugada en radio o televisión. Y si a nuestras sociedades avanzadas se las considerara más bien “sociedades del espectáculo”, como en su momento sugirió Debord, las obras literarias no se distinguirían en exceso de otras fuentes de consumo de ilusiones como los videojuegos, las series, las redes sociales o los Juegos Olímpicos. Incluso en aquellos círculos elitistas para los que la lectura de las obras canónicas de la tradición occidental sigue siendo rito obligado destinado a exhibir un determinado capital simbólico aparejado al estatus social, el uso de la literatura parece cumplir una función ornamental y circunscribirse a la experiencia estética, al goce, al disfrute: algo no demasiado lejano del juego.

Todo parece indicar que la concepción romántica del arte como medio de acceso al conocimiento más íntimo de la naturaleza de las cosas, que incluía a la literatura, ha sido arrinconada o, lisa y llanamente, olvidada.

Sin embargo, poco sabríamos de determinados períodos históricos muy alejados en el tiempo o de ciertos lugares ya desaparecidos sin Homero, La Divina Comedia, Los cuentos de Canterbury, El Quijote, Las penas del joven Werther o Oliver Twist aunque en estos tiempos que acontecen tras el Fin de la Historia semeja que vivamos en un continuo presente que puede prescindir tranquilamente del pasado. Mas incluso de ciertos sucesos más o menos contemporáneos, nuestro conocimiento sería incompleto sin el testimonio literario. No sabríamos lo suficiente del Holocausto sin las obras de Primo Levi, Elie Wiesel, Imre Kertesz o Jean Amery. Ni tampoco sabríamos tanto del totalitarismo sin Archipiélago Gulag, El Doctor Zhivago o 1984. Esa otra cara de la literatura como productora de conocimiento no debería ser borrada tan drásticamente porque al lado del artificio, de la apariencia, de la ilusión y de la construcción lúdica, camina la verdad, el testimonio, la memoria, la denuncia…

Un ejemplo de este valor cognoscitivo de la literatura que, dentro de sus límites, tal vez debería ser rescatado del desván. Dentro de unas semanas se cumplirá el 25 aniversario de las Causas número 1 y 2 que marcaron un antes y un después en el devenir de la llamada Revolución Cubana según coinciden la mayoría de los expertos. La número 1, la más famosa, concluyó con los fusilamientos del general de división, y uno de los dos únicos “Héroes de la República” con que contaba Cuba en aquellas fechas, Arnaldo Ochoa, del coronel Antonio de la Guardia y de los oficiales Jorge Martinez y Amado Padrón. El también general y hermano mellizo de Tony de la Guardia, Patricio, fue condenado a 30 años. En la número 2, fueron juzgados otros altos oficiales del Ministerio del Interior incluyendo al ministro José Abrantes, recién cesado, que recibieron diversas penas de prisión.

Los procesos suscitaron las más diversas interpretaciones en la prensa y, con el curso de los años, en los especialistas de la historia reciente de Cuba. Para algunos fue un castigo ejemplar del régimen castrista a cualquier intento aperturista en plena época de la perestroika; para otros fue el desenlace de una conspiración abortada que iba a protagonizar Ochoa; no dejó de haber quienes señalaran posibles ajustes de cuentas entre la nomenklatura del régimen, traiciones vinculadas a la corrupción, una cacería orquestada por Fidel Castro para impedir la aparición de figuras que le pudieran hacer sombra en el futuro inmediato e incluso una campaña de desinformación provocada por la CIA, como causa de los juicios. Diez años después de las ejecuciones, el escritor Norberto Fuentes, amigo íntimo de los mellizos Tony y Patricio de la Guardia y antiguo escritor orgánico del castrismo, exiliado en Miami desde 1993 gracias a las gestiones de Gabriel García Márquez tras mantener durante un mes una huelga de hambre, publicó Dulces guerreros cubanos, una crónica ambientada en los días anteriores a las detenciones de Ochoa y los hermanos.

A través del texto de Fuentes accedemos al relato pormenorizado de la concurrencia de tramas que condujeron a sus ajusticiamientos. En una estructura calidoscópica poblada de continuos flashbacks y, en ocasiones, bruscas variaciones en el tono narrativo, desfilan por las páginas las victoriosas campañas de Ochoa y sus blindados en el desierto de Ogadén y Angola, las operaciones encubiertas de Tony de la Guardia y las tropas especiales cubanas a lo largo y ancho de Latinoamérica, desde Venezuela hasta Nicaragua, y más allá (el tráfico de armas, oro, Chile, Argentina, Líbano…), sus agitadas y poco discretas vidas sexuales, la corrupción imperante en prácticamente todos los niveles de la Administración, los privilegios de la casta dirigente, los Rolex, los regalos, la ropa y las carísimas bebidas de importación, las maletas llenas de dólares, los negocios ilegales para sortear el embargo, el estado policial, las ejecuciones dentro y fuera del país, las judiciales y las extrajudiciales, los atentados, los campos de concentración, las intrigas, el alcoholismo de Raúl Castro, la paranoia de su hermano Fidel, etc. Un fresco de la Cuba postrevolucionaria sobre el cual se erige una auténtica elegía de Tony de la Guardia pero que se extiende a su hermano, a Ochoa y al núcleo de revolucionarios de primera hora que acompañaron al castrismo hasta finales de los ochenta, constituyendo su guardia pretoriana y tropa de choque de confianza, y que fue aniquilado de un solo golpe.

Gracias a esta exhaustiva narración que destila melancolía por los cuatro costados acabamos sabiendo que los condenados ofrecían un blanco fácil para la seguridad del estado que confluyó con los intereses objetivos de perpetuación del castrismo. Las francachelas, las aventuras sexuales, los negocios turbios, el alto tren de vida y las insolencias de quienes se creían intocables, como el altivo general Ochoa que desdeñó defenderse de las acusaciones cuando Raúl Castro le dio la oportunidad de encontrar una solución en privado, fueron aprovechadas por un Fidel Castro siempre atento que organizó el descabezamiento de sus fieles servidores del Ministerio del Interior para evitar ser salpicado por los tratos que habían realizado con el narcotráfico colombiano en busca de divisas y, de paso, aplastar cualquier posible conato de oposición interna procedente de las propias filas de los protagonistas de la Revolución. Sus dulces guerreros fueron al paredón por ella y por su Comandante en jefe.

Ejemplos como esta obra nos muestran, a pesar de que no nos demuestran, que la Literatura no debería ser apartada tan frívolamente del panorama del conocimiento para recluirla en el del entretenimiento."

26 de marzo de 2014

Guerreros dulces...


A propósito de la lectura de Dulces guerreros cubanos, en la revista digital Catalunya Vanguardista:

"¿Y para qué han de leer los estudiantes los clásicos de la literatura universal? ¿Para qué les sirve? ¿No sería mejor que leyeran las aventuras de Harry Potter o cómics?

En lo que algunos persisten en llamar, contra toda evidencia, 'sociedad del conocimiento', la literatura parece tener reservado el mismo papel que las demás instancias dedicadas al entretenimiento de masas. Como la mayoría de las ramas de las Humanidades que no tienen que ver con el útil aprendizaje de idiomas va siendo postergada en los planes de estudios por Ciencias y Tecnologías diversas."

El artículo completo aquí.

16 de septiembre de 2013

Y siguiendo con el verano: Baile del Sol


Al día siguiente de invertir una tarde en revisar con Ferran Fernández la edición de Las vidas de las imágenes, en el correo apareció un mensaje de "Baile del Sol", la única editorial a la que había enviado el manuscrito que recoje la mayoría de los poemas escritos entre febrero de 2009, cuando escribí "CSI Miami: ética a Horatio" para este cuaderno, el primero tras cuatro años de sequía, y diciembre de 2010. El volumen, que lleva por título Contra Visconti,  - que es, también, el de uno de ellos -, había sido valorado positivamente por el comité de lectura y me ofrecían la posibilidad de publicarlo si seguía interesado. Y a vuelta de correo, en un par de semanas, contrato firmado (gracias por la seriedad y la eficiencia, Ángeles) y primeras fechas establecidas: hacia la segunda mitad de 2014, tiempo suficiente para corregir, revisar y retocar por enésima vez. Y, asimismo, tiempo para que Paul Cahill pueda escribir, con calma, un prólogo al que se ha prestado con su habitual generosidad y Viktor Gómez, otro espíritu bondadoso, una colaboración "fuera-de-libro", después del epílogo. Es agradable publicar con gente a la que admiras y aprecias. Gracias a Baile, a Paul, a Viktor y a todos aquellos que leyeron el manuscrito en su primera versión y cuyas críticas y observaciones me fueron de gran ayuda: mi hermano Pablo, Esther, Esteban Gutiérrez "Baco", José Naveiras, Antonio Orihuela, y Gsús Bonilla.