Reproduzco el artículo que publicó recientemente José Antonio Herrera en
El imparcial a propósito del programa de "Salvados" dedicado a la Enseñanza. Tan de sentido común que pasma.
"Esta semana se ha hablado mucho del programa televisivo que dedicó
Jordi Évole a la educación. Cinco millones de espectadores
prueban que el asunto interesa. Se trataba, por un lado, de explicar por
qué falla nuestro sistema educativo; y por otro, de
compararlo con uno que funciona bien, el finlandés. El resultado ha sido
instructivo, aunque se cometió un error grave identificando sin más
sistema educativo con educación primaria. Los elevados niveles de
fracaso y abandono escolar que hay en España no se producen en primaria,
sino en secundaria, dos mundos muy diferentes.
El análisis de ese fracaso corrió a cargo de un catedrático de
Didáctica. No recuerdo su nombre, pero fue como oír a Urdangarin
explicarnos la corrupción. Pasaré por alto el casposo preámbulo político
con que inició su intervención y me referiré sólo a su
tesis principal: falla el profesor. En España se dedican a la docencia
los alumnos con peores expedientes. Un cinco en selectividad basta para
estudiar magisterio. En Finlandia, ocurre al revés, son los mejores los
que quieren dedicarse a la enseñanza. Me
quedé estupefacto. No digo que el dato sea falso (lo es en secundaria,
donde los profesores no son maestros), pero que un catedrático de
didáctica lo esgrima en esos términos es sorprendente. De pronto el
rollo pedagógico no sirve: las notas importan,
los valores resultan secundarios, aprender a aprender no es la
prioridad. El alumno de cinco será siempre un alumno de cinco y, aunque
él, nuestro catedrático, sea el mago de la motivación, no hay nada que
hacer. ¿Qué se puede esperar de unos molondros
sin seso? Pero entonces, ¿con qué cara reprocha a los profesores su
incapacidad para sacar a sus alumnos (muchos que no sueñan si quiera con
la posibilidad de hacer selectividad) todo el potencial que encierran?
No obstante, y a pesar de este lastre, nuestro sistema educativo
funciona mejor de lo que parece. No en vano lo han concebido los
pedagogos. El señor catedrático, que es uno de ellos, dice que, al
margen de la incompetencia de los profesores, realiza una importantísima
labor de integración y cohesión social. Para demostrarlo Évole enseña
un colegio y entrevista a su director. La cosa es evidente, pero: ¿qué
pensarían ustedes si se justificara la bondad del sistema sanitario con
el argumento de la integración y la cohesión social, y no de la curación
de enfermos?
Pero la gracia del programa no ha estado en mostrarnos la falta de
lucidez de la gente que se ocupa de estas cosas, sino en enseñarnos cómo
trabajan en Finlandia. Comparar para comprender, algo difícil porque
las diferencias culturales son notables.
¿Cómo va a funcionar igual la enseñanza en un país decente que en otro
situado en el puesto trigésimo del ranking de la
corrupción, junto con Botsuana? Una sociedad sin valores o con valores
falsos, como la nuestra, difícilmente ofrecerá a sus ciudadanos una
buena educación. Localismos, calderilla religiosa, educación para la
ciudadanía, recortables sobre la paz y la no violencia, todo eso sí,
pero educación de verdad, en absoluto.
Comparemos de todos modos. ¿Qué tiene de bueno el sistema español? Que
favorece la integración y la cohesión social. ¿Qué tiene de malo? Que no
da la formación adecuada a los alumnos, que los aburre y se van, que no
ilusiona a nadie. ¿Y el finlandés?
Nadie presume en Finlandia de contribuir a la integración y cohesión
social -se parte de ella; de hecho no hay más escuela que la pública-,
sino de la formación que proporciona y de la satisfacción que produce
entre estudiantes, docentes y familias. ¿Y cómo han logrado esto?,
¿gracias a una organización minuciosa de la labor educativa?,
¿incrementando la jornada lectiva y el calendario escolar?, ¿merced a un
férreo control político?, ¿siguiendo al pie de la letra las
recomendaciones de la pedagogía?,
¿buscando el consenso con los sindicatos de clase? Pues no. Han hecho
más bien lo contario. Liberarse de todo eso. La educación es un asunto
de Estado y los partidos no litigan a su costa. Si hay que hacer algún
cambio se pregunta a los docentes, no a los pedagogos, las
organizaciones sindicales o los políticos. Tampoco existe un cuerpo de
inspectores encargado de velar políticamente por la eficacia del
sistema, sino que se confía en los docentes, quienes, liberados de
absurdas cargas burocráticas, pueden consagrarse a lo que importa. La
labor de inspección, por decirlo así, la hacen los padres, quienes
tienen derecho a asistir
en cualquier momento a las clases de sus hijos para ver lo que estos
hacen. Etc.
Ya ven, sentido común. Los profesores españoles llevan años reclamando
todo esto. El resultado en Finlandia es que la gente está contenta y la
escuela no parece una cárcel, como aquí. En cierto momento, mientras
Évole charlaba con una profesora, varios chicos han salido solos al
recreo. ¿Otra vez?, ha preguntado. Sí, otra vez. Los niños finlandeses
tienen cuatro o cinco
recreos. No se trata de pasar muchas horas en el aula, sino de
aprovecharlas bien, ha comentado la maestra. El patio a donde han salido
para jugar era una explanada cubierta de nieve, lindante con la calle
por la que transitan automóviles y asesinos en serie.
Nada de verjas electrificadas, de conserjes en garitas, de profesores de
guardia. Hablo de niños de diez años, no de diecisiete, niños que aún
viven en un mundo de ensueño, sin conocer lo que les rodea ni a sí
mismos, enfrentándose a lo desconocido con
su fantasía. Pero ahí están, desprotegidos, sin un profesor que los
vigile neuróticamente porque hay un inspector acechándole y detrás de él
un político que quiere complacer a unos padres que lavan su mala
conciencia (hablamos de los mismos padres que
luego dejan a sus hijos en el botellón) exigiendo un control totalitario
de la escuela. Me ha gustado verlo y ha confirmado la sospecha que ya
tenía: la educación no puede funcionar en un país que vive, como el
nuestro, en una persistente, declamatoria e
hipócrita falsedad."