Llevo mucho tiempo queriendo escribir sobre Sonia Fides pero si la fortuna ejerciera su voluntad diría que se propuso hace mucho que no dijera cualquier cosa, que esperara.
Estuve unas cuantas semanas dándole vueltas al tema de lo sagrado y lo profano en su poesía como hilo conductor y ahí me quedé porque una serie de acontecimientos que ahora no vienen a cuento (¿cómo que no? la futura Ley de Educación de Catalunya que consagrará el despropósito educativo de la LOGSE, su "igualitarismo camboyano", la gestión privada de la educación pública y la consolidación de la financiación de la red privada-concertada con cargo a los bolsillos de los contribuyentes... maravillas de la "socialdemocracia"
gauche divine...) vinieron a revolverlo todo.
Ahora, no retomo sino que vuelvo al inicio. Y el inicio tiene que ver con la extrañeza y las expectativas.
Que la recepción de un texto está condicionado por las expectativas del lector es algo que conocemos desde las investigaciones de Jauss y que se puede retrotraer hasta el
Menon platónico ("¿Y de qué manera buscarás, Sócrates, aquello que ignoras totalmente qué es? ¿Cuál de las cosas que ignoras vas a proponerte como objeto de tu búsqueda? Porque si dieras efectiva y ciertamente con ella, ¿cómo advertirás, en efecto, que es ésa que buscas, desde el momento que no la conocías?", 80d).
Volcamos sobre los textos toda una serie de presuposiciones. Unas, dependen de nuestra subjetividad. Otras, del entorno en el que funciona el texto. Otras más, del que marca la posición de nuestra subjetividad y que nos sujeta a ella. Aún muchas más, de contextos relacionados más o menos directamente con ambos polos. De este enjambre acostumbran a resultar unas pautas a veces sumamente estereotipadas de recepción de los productos literarios.
Cuando cayó en mis manos
Electra se quita el luto había una serie de expectativas ya activadas ,y otras latentes, que me conducían por los senderos habituales de una cierta "literatura de mujeres" (la irreductible subjetividad femenina, la transgresión, una específica articulación política de la literatura escrita por mujeres...) que se frustraron rápidamente con los poemas de Sonia.
Y, sin embargo, la frustración mostró, como siempre, su carácter productivo: la extrañeza se trocó pronto en placer y deleite. Impresiones que se acentuaron cuando proseguí con su primer trabajo,
Mirar y ser mirada, y algunos de sus inéditos (por ejemplo el prometedor
Avispas en la boca).
Sus textos me arrastraron por una doble vía: por su aparente desaliño y potencia, por su vigor contenido a duras penas y, a la vez, por su capacidad de generar, sin embargo, un ambiente de sofisticación en la producción de realidad poética.
Sus poemas parecen supeditar el trabajo formal, el artificio, a la fiereza declarativa, a la contundencia y generan un realismo radicalmente opuesto al "realismo sucio" pero tan descarnadamente franco como éste: mundos elegantes, sí, elaborados, pero no exentos de conflicto, dolor, incomunicación.
Luego, más reposadamente, me ha impresionado su falta de anquilosamiento, su negativa a restringirse a un repertorio consolidado por su misma producción, por
su cánon o bien por los modelos de la "literatura de mujeres" hegemónicos.
No es sólo su dominio del verso largo, de las antítesis y personificaciones o la originalidad de su tropología sino, especialmente, su valentía y su terca voluntad de buscar esos márgenes que no se encuentran dónde aparentemente la dogmática de las posiciones del discurso de la vieja tradición nos quiere hacer creer (recordemos la réplica de Derrida a la fatuidad del radicalismo extrasistémico de quienes se creen en la frontera), los que me suscitan más pasión por su evolución. Frente a tanta poesía de los márgenes que reproduce en el extremo modelos pretéritos y cómodos, su poesía anida en los pliegues, allí donde se puede ser más rupturista que en las lejanas fronteras ya codificadas. Allí donde de tan cerca que se está, se puede pasar desapercibido, oculto, disimulado, inadvertido para la lectura rápida, escolástica, de clasificación y asignación del lugar correspondiente en el frente literario que poetas y críticos ejercen contumazmente día tras día.
Por ello, parece tener por delante un enorme espacio de construcción literaria si, como hasta ahora, aparta con gesto firme las constricciones que las expectativas dominantes proyectan sobre ella y rehúsa convertirse únicamente en una "mujer que escribe" (aunque también lo sea y toda una excelente tradición le suministre unos recursos temáticos y estilísticos de los que servirse y a los que contribuir) y mantiene su independencia y brutal ansia de libertad estilística y existencial: mientras siga produciendo esa incomodidad, esa facilidad para escurrirse de los moldes, esas aristas que impiden ubicarla en un lugar seguro y confortable que nos permita vivirla como una "Otra" familiar, reconocible, como una otra "de las nuestras", tendrá a su alcance el campo abierto.
Otro día retomaré el asunto de lo sagrado y lo profano. Ahora, un poema de
Electra se quita el luto.
"Los huesos no conocerán el significado de la palabra tuétano.
Estoy dormida y muerta
por eso la sabiduría me posee
en el espacio de los sueños
Juana Vázquez
Soy la mitad de casi todo, una sílaba a medio
pronunciar,
el aire tímido en la garganta de la noche.
El 4% de lo ilegal,
el 40% de lo devastado,
el 6% de lo insuficiente.
Lo que me falta para formar el todo ha dimitido de mí.
Yace satisfecho y atiborrado de somníferos,
en la insostenible trinchera de la felicidad.
Aún no sabe que las guaridas
distan mucho de ser clínicas de desintoxicación para
cadáveres adultos.
Cuando conozca el final de la historia,
llegará la oscuridad para hacerle entender que la
penumbra no sirve como tabique.
La piel seguirá deshaciéndose,
los huesos no conocerán el significado de la palabra
tuétano,
y nuestra caricia predilecta,
-para esa mitad a la que no me canso de pagarle los estudios-
será el peso de mi ropa ahogada."