31 de marzo de 2016

Para psicopedagogos innovadores y progresistas en general


Afortunadamente algunos neurocientíficos, de esos tan utilizados como excusa por muchos psicopedagogos y pedagogos de mala vida y peor pensar, son prudentes a la hora de extrapolar irresponsablemente consecuencias educativas experimentales de sus exploraciones:

"P. La neurociencia aplicada a la educación ha sido uno de sus grandes temas de estudio. ¿En qué podría ayudar a mejorar nuestros sistemas educativos? Como dices en el libro, la escuela es quizás el experimento colectivo más vasto de la historia de la humanidad y llevamos mucho tiempo conociendo muchas cosas sobre el aprendizaje. Pese a esto, el método pedagógico sigue siendo prácticamente igual que hace dos siglos, y los pocos cambios que hay son casi siempre más ideológicos o políticos que científicos.

R. Eso último es lo más grave de todo. Yo me siento una persona en general progresista, innovadora, emprendedora, no soy alguien conservador en la vida, de ninguna manera, y sin embargo entiendo que distintos dominios deben tener distinto grado de innovación. Y la escuela para mí tiene que ser más conservadora que otros dominios. Si bien yo te dije que la escuela ha avanzado menos que otros dominios, hay una buena razón para que así sea, y es que es un ámbito en el que hay que experimentar con mucho cuidado, pues si alguien hace algo y lo hace mal…



Los cambios en la educación deberían ser menos ideológicos y menos “a mí me parece que”. Imagínate que tienes que construir un puente, no dices “a mí me parece que debía ser así”; tienes que hacer un cálculo y utilizar la historia de 500 personas que han construido puentes. La educación hay que cambiarla sin basarse en ideas de iluminados que creen que tienen una teoría mejor que las anteriores, sino utilizando el conocimiento acumulado, la observación de los datos, aprendiendo de los errores históricos que hemos cometido, introduciendo novedades y probándolas de forma dosificada… Ese es el camino de la ciencia, del conocimiento, que ha sido tan efectivo en muchos dominios, pero ha sido mucho más reticente de ser aplicado en la educación."

La entrevista, aquí.

29 de marzo de 2016

Mitos de la "era digital"



Preparando materiales para un curso sobre las "Buenas prácticas" como alternativa a la retórica pedagógica hegemónica, uno ha recordado que a fuerza de repetir topoi periodísticos acabamos creyéndolos. Por ejemplo. Algo que cualquiera que haya estado en contacto con los jóvenes en un aula, o fuera, sabe: el analfabetismo funcional que caracteriza a las nuevas generaciones no ha sido compensado por una alfabetización digital en la que serían extraordinariamente competentes. La estupidez de que los alumnos saben más de informática que sus profesores, que ya se ha integrado en el patrimonio de la opinión pública, no sólo es desmentida por la obstinada experiencia (salvo algunos jóvenes que dedican mucho tiempo a los ordenadores la mayoría de los adolescentes desconocen el funcionamiento interno de cualquier dispositivo digital y de la mayoría del software) sino también por, como les gusta decir a los medios, "datos":

"Aunque un niño cuya lengua materna sea el español viva en Alemania, no va a hablar alemán como los nativos, a no ser que se promueva que lo haga. Lo mismo pasa con el aprendizaje de la tecnología: una cosa es que los niños actuales hayan nacido ya en la era tecnológica (los llamados nativos digitales) y otra muy distinta es que –a pesar de que se manejen muy intuitivamente ante una tableta- sepan desenvolverse de forma adecuada en la escuela y el mundo laboral de esta era... Pero solo alrededor del 2% de los alumnos del mundo desarrollado llegan a saber seleccionar en Internet las informaciones relevantes de las que no lo son. Es decir, son los que demuestran tener pensamiento crítico" (http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2015/02/25/actualidad/1424883013_307170.html)

25 de marzo de 2016

Cruyff


En muchos aspectos Johan Cruyff ha estado más presente en la vida psíquica de uno que muchos escritores, filósofos o artistas a los que admiro. Mis primeros recuerdos sobre su irrupción en mi escenario perceptivo datan del momento en que fue fichado por el F.C. Barcelona allá por el verano de 1973. Fue una conmoción. Veraneaba en Sant Andreu de Llavaneres en una casita de las que se asignaban al servicio de la familia Delas-Sagarra, en la finca La Maranyosa, y por las tardes solía jugar con las hijas de unos vecinos con los que mis padres mantenían una cierta relación en la cual el fútbol jugaba un papel nuclear, especialmente en la interacción entre los respectivos cabezas de familia: los torneos de verano en las bochornosas noches de agosto, los comentarios sobre los partidos, los periódicos deportivos, los programas de radio dedicados al deporte-rey... El padre, Josep, era uno de esos pocos catalanes que, en nuestro entorno de emigrantes, hablaban catalán como primera y casi única lengua, incluso a veces con nosotros delante lo cual era algo insólito, y "era del Barça" como lo "eran" la mayoría - en aquella época y ahora - en que la gente "es" de algún equipo de fútbol: "siéndolo", es decir, viviendo como un "hincha", un fan, un hooligan en potencia al menos en el ámbito público pero en efectivo acto en el recinto privado. El hecho de que Cruyff prefiriera fichar por los azulgranas antes que por el Real Madrid fue un motivo de orgullo y exhibición para los forofos barcelonistas como Josep que no se privó de jactarse de ello ante mi padre, un criptomadridista que no podía soportar intelectualmente su emotiva predilección por el club blanco, identificado con el régimen franquista, pero para quien el holandés era "una maricona" por su estilo ajeno a la estética - y a la ética - del "A por ellos" viril y hercúleo de los vikingos y su quintaesencia, los leones bilbaínos y que, además, se había "vendido" al archienemigo. Supongo que por eso aplaudió, en su momento, el bofetón que Villar le propinó.

En la Ciudad Condal, "El Mundo Deportivo", diario de lectura obligatoria en las clases más desfavorecidas, engordó tanto su aura durante los primeros meses de su trayectoria que pareció que el Mundial de 1974 lo disputaría el Barcelona, tal era la identificación entre el club y la selección capitaneada por Cruyff y más después del épico y reparador 0-5 en el Santiago Bernabeu que casi olió a revancha por la Guerra perdida. Siguiendo la estela de mi padre, en esos tiempos ya le detestaba y, en cambio, adoraba la Mannschaft de Maier, Breitner, Holzenbein y Bonhof, de ahí que la final del Campeonato de Munich fuera un auténtico acontecimiento en mi vida infantil: rogando con insistencia logré verla en un renqueante televisor que mis tíos tenían en un cortijo granadino y aunque casi todas las imágenes que conservo son de los reportajes que se han ido emitiendo posteriormente todavía persisten, genuinamente, la carrera de Hölzenbein y la falta que recibió, que precedieron al gol de Müller, y la sensación de júbilo (saltos incluidos) que me poseyó después de que éste marcara ante la inminente victoria alemana.

Luego vino su decadencia y de nuevo el apogeo de un Madrid del que uno fue seguidor hasta que  Magic Johnson y la NBA y Joe Montana y la NFL reemplazaron a un fútbol que quedó circunscrito a Europeos y Mundiales. Mas Cruyff reaparecería en los noventa trayendo consigo una concepción del juego que no sólo cambiaría la historia de este deporte en España sino que me hizo, por vez primera, disfrutar de este espectáculo. Seguramente el caldo de cultivo ya estaba preparado por el Milan de Arrigo Sacchi pero el Barcelona de Laudrup, Bakero o Romario fue más seductor: casi embriagador. Entre 1992 y 1993 vi prácticamente todos los partidos del Barça que se retransmitieron. Hay que decir que también fue la época dorada del periodismo deportivo, de la renovación de sus códigos, sus referencias y su prosa lo cual también ayudó: el fútbol se puso de moda entre la clase media ilustrada que hasta entonces lo había desdeñado públicamente aunque se regocijara con él intra portas, y pasó a estar bien visto entre bastantes aspirantes a escritores e intelectuales orgánicos y, en general, en los ambientes pseudoilustrados. Pero por mucho que se escribiera y comentara, sólo vi jugar otros equipos, por ejemplo el Real Madrid, cuando se enfrentaron con el Barça. La fascinación no la provocaron, pues, las crónicas de Besa o Relaño, ni las ocurrencias de Vázquez Montalbán o Marías, ni el "tiqui-taca" del añorado Montes, sino el juego desplegado por el equipo dirigido por Cruyff. De hecho, si en esos años me hubieran preguntado "de qué equipo era", hubiera respondido sin dudar "del Barcelona". Gracias a Dios, eso se acabó pero así sucedió.

Después Cruyff se fue y uno volvió a alejarse del fútbol aunque siguió episódicamente el Barça de Rijkaard y sobre todo el de Guardiola hasta que la magnificación de la figura de Messi, y por supuesto el contexto político, no hay que olvidar que - es cierto - "el Barça és més que un club", me condujeron de nuevo hacia el American Football.

Pero es justo señalar que el impacto de Cruyff en la vida de uno va mucho más allá de este conjunto de instantáneas. Su labor como técnico del primer equipo culé cambió no sólo una dinámica interna al mundo del deporte sino que influyó decisivamente en la actual coyuntura política catalana: tengo la convicción de que el auge del secesionismo es, de alguna manera, indisociable de la hegemonía futbolística del F.C. Barcelona. Creo que la coincidencia en el espacio y en el tiempo no es mera casualidad, aunque tampoco pueda, ni deba, establecerse una causalidad simple y trivial, y no sólo porque la absoluta mayoría de los miembros de las élites políticas catalanas sean fervorosos seguidores del equipo, ni tampoco porque las peripecias de éste ocupen - comparativamente - la mayor parte del tiempo dedicado a un tema específico en los noticiarios, así como amplios espacios en periódicos, revistas o programas radiofónicos, sino porque su metaforicidad, sinécdoque y tropo de Catalunya, se ha generalizado con tal intensidad en el horizonte de buena parte de la opinión pública que, como ocurre con todas aquellas figuras que se usan sistemáticamente - el concepto como "metáfora gastada" que ya describió Nietzsche -, ha acabado generando una auténtica conceptualidad que ha empapado la descripción de la realidad. Otro día habrá que volver sobre ello pero, insisto, a fuerza de servirse del Barça como símbolo de "Catalunya", una porción amplísima de la clase política catalana ha categorizado la compleja realidad política bajo el esquema "espectacular" (Debord) de este club de fútbol.

P.S: da qué pensar que uno dedique más palabras a Cruyff que las que dedicó a García Márquez con ocasión de su fallecimiento...

21 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (y VI)


La "coacción insuperable", es decir, el miedo invencible, la subyugación integral, la capitulación de cualquier autonomía de la voluntad del sujeto, su cosificación, su conversión en autómata incapaz de decisión libre es una noción problemática teóricamente ("donde hay poder hay resistencia" señalaba con acierto Foucault) pero no tanto psicológicamente o jurídicamente (el "miedo insuperable" se considera en algunos sistemas legales como atenuante). Es difícil establecer gradaciones de este miedo, desde el temor hasta el pánico o el terror pero es dudoso que la mitigación de la responsabilidad la haga desaparecer: no la convierte en ninguna variante de la inocencia. Tampoco el "cálculo", bajo el cual se cobijaron la mayoría de los líderes de Consejos Judíos, parece permitir algún tipo de exoneración. Como señala Yehuda Krell, "la conducta más usual adoptada por los líderes de los guetos, era la de tratar de aplacar a los alemanes por todos los medios, de evitar las "provocaciones" y cumplir rápidamente con las órdenes que se les impartía; creían que con el tiempo el empuje alemán cedería, y así, podrían evitar la destrucción de la comunidad. Sostenían que la resistencia armada era una opción equivocada, que solo ocasionaría un desastre mayor ante la fuerza abrumadora del enemigo" (Páginas de odio. Historia del antisemitismo, p195). Pero esta contabilidad no sólo se torcería moralmente por sus magros resultados (la inmensa mayoría de los habitantes de los ghettos fue aniquilada) sino por la inevitable inversión del principio atribuido al Talmud en el que en cierto sentido hallaría un fundamento, "Quien salva una vida de Israel estará salvando el mundo entero según el Libro de Dios", que - al parecer - también recogería éste: "Quien quite la vida a un hombre deberá ser interrogado como si hubiese quitado todas las vidas de todo el mundo".

Sin embargo, daría la impresión que ante la ignorancia o el desconocimiento de la verdadera intención de los nacionalsocialistas, la exterminadora, la responsabilidad moral sí se debería diluir como azúcar: se borraría. Y en este punto, como en su momento ya se pudo argumentar a propósito de El canto del pueblo judío asesinado, es especialmente ilustrativo el testimonio de Klemperer. El 27 de julio de 1942 aparece la primera mención acerca de un posible destino infausto para los judíos en boca de un vecino. El romanista suscribe la sospecha que repite el 19 de septiembre: "el gobierno se mantendrá más allá del invierno; por tanto, tendrá tiempo de exterminar por completo a los judíos". Pero este exterminio no ha adquirido todavía, aparentemente, ni el carácter de una certeza ni ha tomado la forma física y real de la aniquilación de todos y cada uno de los judíos: "ninguna de las cosas que se contaban pasaban de ser pura elucubración" (21 de septiembre de 1942). Será en su anotación del 2 de noviembre de 1942 donde se haga por primera vez eco de lo que todavía parece un rumor: "en Polonia fusilan a diario a cientos de judíos; dice que ella lo sabe de fuentes perfectamente informadas, que los soldados que vienen de permiso lo cuentan horrorizados". El 29 de diciembre del mismo año vuelve a referirse a lo que se cuenta: "Habló de atrocidades espantosas cometidas contra los judíos rumanos. (Tuvieron que cavarse ellos mismos la fosa común y desnudarse, y luego fueron fusilados. Lo mismo le contó Lange a Eva sobre Kiev.)". Pero no será hasta el 27 de febrero de 1943 que la elucubración pase a convertise en una convicción aunque Klemperer siga sin hacerse una cabal idea de lo que está sucediendo (la Aktion Reinhardt, el programa de exterminio en los campos polacos, se había iniciado en octubre de 1941): "Justamente ahora ya no hay que suponer que haya judíos que retornen vivos de Polonia. Los matarán antes de la retirada de los alemanes. Por lo demás, hace mucho tiempo que cuentan que muchos evacuados ni siquiera llegan vivos a Polonia. Dicen que durante el viaje los gasean en los vagones de ganado y que el vagón se detiene en las fosas comunes ya preparadas". En noviembre de 1944 ya no alberga dudas y se ha empezado a hacer una imagen más aproximada de la magnitud del exterminio y su fisonomía: "En casa de los Winde hablaron otra vez de lo que había contado un soldado que estaba de permiso: espantosas matanzas de judíos en el este. La tropa tenía que beber aguardiente. «Cuando nos daban aguardiente siempre sabíamos lo que venía.» Algunos se habían suicidado «para no tener que participar en eso otra vez y llevarlo en la conciencia». Esto ya lo han contado de modo análogo demasiadas fuentes arias y demasiadas veces para que sea leyenda. Y va muy bien con lo que estamos viviendo aquí" (26 de noviembre).

Si en una comunidad judía reducida y aislada en el interior de Alemania, ya en 1942, se tenían noticias acerca de las matanzas de judíos, sin confirmar - cierto - pero que se iban repitiendo con la suficiente asiduidad como para ir generando la creencia de que tal vez no eran meras especulaciones, y en los primeros meses de 1943 podía poseerse el convencimiento de que la aniquilación podría ser el más que probable objetivo de la política nazi, resulta complicado servirse de la justificación del desconocimiento para avalar el comportamiento, cuanto menos miope, de la mayoría de los Consejos Judíos en especial a partir de 1943. Quede dicho.

14 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (V)


Y es que el papel de los Consejos Judíos fue, en cierto modo, indispensable: aseguraron el censado de los judíos de las poblaciones, actuaron de correa de transmisión de la administración nazi, ayuudaron al mantenimiento del orden público mediante la policía judía de los ghettos, tranquilizaron a la población y evitaron los desórdenes y los posibles conatos de insurrección (excepto en Varsovia) y colaboraron en la selección pautada de los que debían ser aniquilados en función de la capacidad normativa, y ejecutora, nazi. Como señaló, de nuevo, Arendt: "Sin la ayuda de los judíos en las tareas administrativas y policiales - las últimas cacerías en Berlín fueron obra, tal como he dicho, exclusivamente de la policía judía -se hubiera producido un caos total o, para evitarlo, hubiese sido preciso emplear fuerzas alemanas, lo cual hubiera mermado gravemente los recursos humanos de la nació" (Eichmann en Jerusalén, p170). 

Probablemente la mayor parte de los dirigentes de estos organismos se movieron en el espectro delineado en sus extremos por las figuras de Chaïm Rumkowski, presidente del Consejo Judío de Lodz y Adam Czerniaków primer líder del ghetto de Varsovia. El primero es el más claro ejemplo de una actitud colaboracionista. Gobernó el ghetto como un sátrapa hasta el punto de imprimir una moneda propia e incluso selllos con su efigie, se valió de su cargo para promocionar a sus familiares y, al parecer, también para abusar de jóvenes judías y, sobre todo, cumplió fielmente las instrucciones de las autoridades nacionalsocialistas. Su conducta a este respecto se amparó en el principio del "cálculo", que sirvió de coartada a otros muchos responsables judíos, y del que quedó expresa constancia en el discurso con el que trató de convencer a sus súbditos de la conveniencia de acceder a la deportación de los niños menores de diez años, conocido como "Dadme a vuestros hijos":

"Ayer por la tarde me dieron órdenes para que enviara más de 20.000 judíos fuera del gueto, y si no lo hacía: “¡Lo haremos nosotros mismos!”. Ahora la pregunta era, “¿Deberíamos asumir nosotros la responsabilidad, lo hacemos nosotros mismos o dejamos que otros lo hagan?” Nosotros, mis asociados más cercanos y yo, no pensamos en “¿Cuántos morirán?” sino en “¿A cuántos podemos salvar?” y llegamos a la conclusión de que por muy difícil que fuera para nosotros, debíamos ejecutar esta orden con nuestras propias manos.

Debo llevar a cabo esta difícil y sangrienta operación, debo cortar los órganos para salvar al propio cuerpo. Tengo que llevarme a los niños porque si no, se llevarán también a otros, Dios nos perdone.
No tengo la intención de consolaros hoy. Tampoco deseo calmaros. Debo dejar desnuda vuestra angustia y vuestro dolor. ¡Llego a vosotros como un bandido, para robaros lo que más preciáis en vuestro corazón! He intentado por todos los medios que la orden fuera revocada. Intenté, aun sabiendo que sería imposible, suavizarla. Ayer mismo, encargué una lista de niños de 9 y 10 años. Quería al menos salvar a este grupo de edad: los de 9 y 10. Pero no me dieron esta concesión. Solo tuve éxito en una cosa: en salvar a los de 10 años para arriba. Dejad que este sea un consuelo a nuestra profunda tristeza."

Czerniakow, en cambio, tras recibir la orden de preparar un contingente para la primera deportación desde Varsovia, se negó a colaborar (la detención debía realizarla la Policía Judía a sus órdenes) y se suicidó. En la nota que dejó a su mujer decía algo así como "Mi acto demostrará a todos qué es lo que se debe hacer".

Entre estos dos polos quedaría un difuso pero tenebroso espacio en el que se podría encuadrar a la mayoría de los líderes de los Consejos Judíos: desde los más cercanos a la obediencia y la colaboración hasta los más renuentes y resistentes pasando por una mayoría que intentaron hallar todo tipo de "salidas" para una situación demencial e insoportable. En cualquier caso, los motivos que esgrimieron tanto los pocos que sobrevivieron como los que también fueron asesinados, y que asimismo la crítica histórica les ha atribuído a modo de explicación, podrían clasificarse - con sus debidas variantes - bajo tres grandes epígrafes: aquellos que obraron bajo una coacción insuperable, los que condujeron su actuación de acuerdo con el principio del "cálculo" y, finalmente, aquellos que alegaron su desconocimiento de lo que estaba sucediendo realmente, en especial durante el periodo 1941-1942.

11 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (IV)


Otro de los aspectos sugestivos de las lecturas de Klemperer y Rosenberg, por lo que hace al proyecto nazi de liquidación de los judíos europeos, estribaría en la pertinencia de la reflexión acerca del grado de responsabilidad moral en el ámbito de las víctimas. Acerca de la que tiene que ver con los perpetradores ya se ha dicho mucho, aunque el asunto esté lejos de darse por concluido. Es evidente que la responsabilidad moral no se agota en la penal que se estableció en la postguerra. Pero pese a que el debate "filosófico" iniciado por Jaspers sigue suscitando controversias, parece haber un cierto consenso en que algún grado de "culpa colectiva" debe ser asignado a la totalidad de los nacionalsocialistas, mientras que es muy discutible que la noción pueda aplicarse a todos los alemanes indiscriminadamente: se olvidaría a los miles de alemanes que se opusieron activa y tenazmente a Hitler y sus secuaces y a todos aquellos otros cuya resistencia, pasiva la mayoría de las veces, no se puede equiparar ligeramente al consentimiento o, peor, la participación activa o voluntaria en los crímenes nazis. Incluso aceptando la incorporación de la variable del "antisemitismo exterminador" propuesta por Goldhagen en Los verdugos voluntarios de Hitler. Su relevancia debería ser cuidadosamente sopesada no sólo por el plausible descarte de la tesis intencionalista sino por afirmaciones como las del propio Klemperer que, incluso después de la Kristallnacht, discutía la existencia de una "cuestión judía" pese a la pujanza del antisemitismo: "No hay una cuestión judía, ni en Alemania ni en Europa occidental. Quien afirme que existe tal cuestión sólo acepta o confirma la tesis errónea del NSDAP y se pone a su servicio. Hasta 1933 y por lo menos durante todo un siglo, los judíos alemanes han sido alemanes y nada más. Prueba: esos miles y miles de «semijudíos», «cuartos de judíos», etc., y «descendientes de judíos», prueba de que ha habido una vida y una colaboración, totalmente sin fricciones, en todos los campos de la vida alemana. El antisemitismo que hubo siempre no es una prueba en contra. Pues las diferencias entre judíos y «arios», las fricciones entre ellos, no tenían la importancia de las que había por ejemplo entre católicos y protestantes, o entre empresarios y obreros, o entre prusianos orientales y bávaros del sur, o entre renanos y berlineses." (10 de enero de 1939).

En cualquier caso, con todos los matices y modificaciones y las distinciones de niveles pertinentes, por el lado del bando alemán la cuestión de la responsabilidad suscita una serie de acuerdos bastante compartidos que, por contra, desaparecen al plantearse cómo debe juzgarse moralmente la actuación de los Consejos Judíos que colaboraron con la Administración nazi, cuya conducta acostumbra a quedar oscurecida cuando no subsumida en la lisa y llana negación de cualquier función cooperadora. Es evidente que semejante interrogación es problemática puesto que, con Adorno debe afirmarse con rotundidad que "Los asesinados no son los culpables, ni siquiera en el sentido sofístico y caricaturesco en el que muchos quisieran presentarlo hoy. Los únicos culpables son los que sin miramiento alguno descargaron sobre ellos su odio y su agresividad" (Educación para la emancipación, p81). Así, son muchos los que sostienen que ponerla en juego equipararía a víctimas y criminales, como por ejemplo afirmó Geschom Scholem en su crítica a Hannah Arendt, que en Eichmann en Jerusalén se había atrevido a afirmar que algunos dirigentes judíos tuvieron un papel nada desdeñable en el aniquilamiento de su propio pueblo. A lo sumo, acceden a hablar de casos particulares, como el de Rudolf Kastner, que sirve como exorcismo y frontera de una interrogación que no debería seguir más allá de lo acotado penalmente por la propia justicia israelí. Sin embargo, "responsabilidad" y "culpabilidad" no son sinónimos filosóficamente hablando. Dejando de lado algunos casos patológicos, o límite, de los escasísimos judíos que colaboraron con los nazis para obtener réditos momentáneos con el fin de sobrevivir, queda pendiente el esclarecimiento y la evaluación ponderada del papel de los Consejos Judíos.

7 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (III)


Otra de las rutas que ofrece la comparación entre los Diarios de Rosenberg y los de Klemperer atañe al inconcluso debate acerca del intento de destrucción de los judíos europeos por parte de los nazis no sólo por lo que hace a su comprensión como acontecimiento y, de paso, a la posibilidad de inferir de él principios verificables - o más bien falsables - sobre las dinámicas históricas, sino también a la delimitación de diferentes grados y tipos de responsabilidades "morales" individuales y colectivas.

Setenta años después de la derrota del régimen nazi la explicación acerca de cuándo, cómo y porqué se produjo la empresa de aniquilación de los judíos europeos sigue sumida en la incerteza histórica más allá de las respuestas obvias y vulgares (aunque no impertinentes) acerca del papel desempeñado por prejuicios, demencias varias, nacionalismos, tipos de personalidad autoritaria, etc. El esclarecimiento sería de gran importancia para la Historia como disciplina pues permitiría esbozar hipótesis altamente probables acerca de los procedimientos que deben ponerse en marcha para desatar una masacre bárbara. Algunas de las variables son, afortunadamente, suficientemente conocidas y probadas: los regímenes totalitarios, la falta de libertades, las ideologías nacionalistas o las crisis económicas largas y profundas que socavan las clases medias cuando existen y que ensanchan excesivamente la brecha entre pobres y ricos, parecen ser factores suficientes para provocarla. Pero no necesarios. En este sentido, para enriquecer nuestro conocimiento y, tal vez, al menos anticipar con un alto grado de probabilidad la posibilidad de crímenes colectivos futuros, hallar pruebas que corroborasen la hipótesis intencional (existía una voluntad asesina hacia los judíos desde el inicio del régimen nazi y el exterminio fue planificado sistemática y metódicamente desde las altas jerarquías del partido) o la funcionalista (aunque la ideología nazi era "criminal" la destrucción de los judíos europeos fue un proceso improvisado y fuertemente influido por la evolución de la contienda, que tuvo sus marchas atrás y hacia adelante, que no fue uniforme y que se distribuyó "horizontalmente", sin necesidad de órdenes explícitas y en la que participaron de buen grado centenares de miles de alemanes, letones, lituanos, ucranianos, polacos, rusos, estonios, croatas, húngaros, rumanos, etc.) sigue siendo importante: crucial.

En este sentido, los Diarios de Rosenberg apuntarían a un fortalecimiento de la hipótesis funcionalista. En la "Introducción", los editores - Jürgen Matthäus y Frank Bajohr -, para ilusrar la implicación del departamento de aquél en el exterminio de los judíos del Este, citan una carta de uno de sus subordinados en el Ministerio, el  Reichskommissar para el Ostland (que comprendía más o menos la zona de los actuales países bálticos) Hinrich Lohse. Esta carta, efectivamente, muestra su papel pero también sugiere que la hipótesis intencionalista tiene menos apoyos de los que parece. En octubre de 1941 (la invasión de la Unión Soviética había comenzado el 22 de junio) se suscitó un conflicto entre diversas instancias jurisdiccionales acerca de las ejecuciones de judíos que se estaban produciendo en la ciudad letona de Liepaja. Lohse las prohibió a instancias del Director del Departamento Político del Comisariado "porque la forma en la que se estaban cometiendo no tenía justificación" y escribió al Ministerio: "Le ruego me confirme si su consulta del 31 de octubre ha de ser interpretada como una instrucción para que todos los judíos de Ostland sean liquidados. ¿Debe procederse a la ejecución independientemente de la edad y del sexo, así como de los intereses económicos (por ejemplo, la necesidad que presenta la Wehrmacht de contar con trabajadores especializados en el sector armamentístico)? Evidentemente, limpiar Ostland de judíos es una tarea urgente. No obstante, su cumplimiento debe ir en consonancia con las necesidades de la economía de guerra. Ni en las indicaciones sobre la cuestión judía que se contemplan en la Braune Mappe ni en otros decretos se encuentran por ahora elementos que permitan deducir que existe una instrucción en este sentido". Si el aniquilamiento de los judíos había sido minuciosamente planificado desde tiempo atrás, como sugieren los intencionalistas ¿qué sentido se le puede dar a esta petición de aclaraciones?

Asimismo, en los propios escritos de Rosenberg pueden encontrarse, hasta fechas considerablemente tardías como febrero de 1939, menciones al proyecto de deportar a los judíos europeos a Madagascar en detrimento de la solución representada por una posible evacuación hacia Alaska pues "su duro clima nórdico serían demasiado perjudiciales para los judíos" (p632). El objetivo de la eliminación biológica del judaísmo de Europa todavía no contemplaba, para Rosenberg y en 1939, la aniquilación física directa y premeditada, sistemática, de los individuos sino deportaciones y esterilizaciones. Este matiz no invalida en absoluto la empresa asesina ni diluye menos aun su responsabilidad moral pero introduce una nueva cautela en la aceptación de esa concepción intencionalista que postula la existencia de un plan preestablecido para liquidar a los judíos europeos, en unos casos anterior al estallido de la contienda, en otros desde el mismo momento en que el NSDAP tomó el poder.

De todas formas, aunque estas "pruebas" respaldarían las objeciones al intencionalismo radical, la hipótesis funcionalista todavía no puede proclamar su triunfo. La sospecha de que existieron órdenes verbales de Hitler al respecto continúa apoyada por numerosos testimonios. Y aunque no se haya encontrado hasta el momento ninguna prueba irrefutable y la tesis intencionalista vaya perdiendo fuelle con el paso de los años todavía no puede ser descartada.

4 de marzo de 2016

Klemperer y Rosenberg (II)


Parecería, pues, que en la construcción social del horizonte de lectura radicaría en buena parte el núcleo de la "literariedad". Sin embargo, la pertinencia de esta variable tan cara al pensamiento postmoderno e historicista, debería ser atenuada so pena de convertir al texto en una pura nada y bendecir la noche en la que todos los gatos son pardos. Cuando la serie contiene más elementos verbales resulta difícil no reconocer patrones asociados a la "literariedad" que a pesar de que puedan tener, por supuesto, un origen histórico, se han convertido en objetivos para nosotros. Así, si a los textos seleccionados sobre Dollfuss de Rosenberg y Klemperer se les añaden un par de fragmentos de las notas del mismo día, parece claro que a uno se le puede considerar como "literario" o, como mínimo, concederle una cierta cualidad de tal mientras que el otro no consigue alcanzar ese rango salvo al precio de una consideración tan laxa como inútil del fenómeno y con independencia de la autoría.

Las dos porciones verbales iniciales eran:

"Ya ayer, en la portada de los periódicos: los asesinos de Dollfuss –así no los llamaban, sólo sus nombres– habían muerto «de pie y con valentía», uno había gritado: «Muero por Alemania, ¡Heil Hitler!», y repitió todo el tiempo «¡Heil Hitler!» hasta que lo estrangularon."


"A todos -incluso a quienes nunca han esperado gran cosa del carácter de los italianos- les ha sorprendido que Italia haya tratado el caso Dollfusss de un modo tan indecente


Si se les suman estas otras dos, la percepción psicológica del lector de la cualidad "literaria" ¿no cambiaría?:

"Toda Alemania siente una profunda tristeza. Se ha ido un grande.
Pero el NSDAP tiene vía libre para construir su Reich. Ha sido necesario que transcurra un tiempo precioso, el que se podrían haber hecho muchas cosas a las que, sin embargo se ha tenido que renunciar por el sabotaje, invocando la figura de H.[indenburg]. Ahora, el Führer es el único señor de Alemania. Al fin se dan todas las condiciones para que exista un estado nacionalsocialista".

O

"Llamada de Blumenfeld: que su mujer acaba de llamarlo anunciándole que Hindenburg ha muerto a las nueve. Un poco como cuando murió el viejo Franz Joseph. Hace tiempo que sólo es un nombre y sin embargo un último contrapeso que ahora desaparece. Puede que el pueblo también lo interprete así. Todavía anoche hablaba de un modo parecido (en el contenido) el secretario de hacienda Schmidt, en Dölzschen. Dijo: «Hitler tenía que ir a despachar con él». Yo: «Muy pocas veces y sólo en apariencia; en realidad, Hitler gobierna él solo desde hace tiempo». Él: «Eso sin duda, pero de todos modos allí estaba siempre el viejo». Y su mujer: «Él no puede ser las dos cosas al mismo tiempo, presidente y canciller. ¿Dos funciones en una sola mano?». Gente sencillísima, totalmente arios, pequeña burguesía. Y el marido, preocupado: que a Hitler ya le basta con su herida y con la larga cautividad en Rusia, que no quiere otra guerra. –Pero todo eso en tono de cuchicheo, con pesadumbre, miedo, inseguridad. Ésta es seguramente la voz del pueblo alemán".

¿No podría ser calificado este segundo como "literario" (perteneciente a Klemperer) mientras que costaría adjudicarle este nota al primero (al de Rosenberg)? Si eso es así, aunque aquí - ni hasta el momento en ninguna parte de manera concluyente - no pueda establecerse esa tabla de propiedades lingüísticas que harían que un texto pudiera ser considerado como perteneciente al ámbito literario sin necesidad de recurrir a la mediación socio-histórica, podría afirmarse provisionalmente que para determinadas series verbales de una extensión superior a cierto número de frases aquélla no sería determinante ni saturadora ni tampoco haría de las agrupaciones de palabras puras formas huecas. La mediación tiene mayor o menor relevancia dependiendo del tamaño de la muestra.

Este ejemplo tentativo e ilustrativo podría servir para encaminar la argumentación acerca de las condiciones de recepción y evaluación de la obra de arte literaria más hacia la confluencia entre los procesos de constitución socio-históricos de la lectura y la percepción de determinadas cualidades de las series verbales en la recepción del lector, especialmente a partir de ciertas magnitudes, que hacia cualquier forma de determinismo intrínseco o extrínseco.

¿Es esto una variante de la "sopa de ajo"? ¿Tanto equipaje para una obviedad? Pues tal vez sí. Pero en esta época en que tantos relativistas niegan la existencia de la "literariedad" más allá de la producción y asignación social de esta etiqueta y, en frente, tantos esencialistas que se atrincheran en las propiedades inmutables de la obra de arte literaria y asequibles sólo a ciertas percepciones sublimes y no alienadas, no está de más insistir en la complejidad de los fenómenos y la necesidad de evitar los reduccionismos.

1 de marzo de 2016

Escribe Isaiah Berlin


"Permítanme explicarme. Si uno está verdaderamente convencido de que existe una solución para todos los problemas humanos, de que uno es capaz de concebir una sociedad ideal a la cual el hombre puede acceder si tan solo hace lo necesario para alcanzarla, entonces mis seguidores y yo debemos de creer que ningún precio es demasiado alto para abrir las puertas de semejante paraíso. Una vez que se expongan las verdades esenciales, solo los estúpidos y los malevolentes ofrecerán resistencia. Quienes se oponen deben ser persuadidos; si no es posible, es necesario aprobar leyes para contenerlos. Si eso tampoco funciona, se ejerce la coacción, tendrá que emplearse la violencia de forma inevitable. De ser necesario, el terror, la carnicería. Lenin creía esto después de leer El capital. Una y otra vez profesó que si era posible crear una sociedad justa, pacífica, feliz, libre y virtuosa a través de los métodos que él defendía, el fin justificaba los medios a emplearse; literalmente, cualquier medio.
La convicción fundamental que subyace a esto es que las preguntas centrales de la vida humana, individual o social, tienen una respuesta verdadera que puede descubrirse; que esta puede y debe implementarse y que quienes la han encontrado son líderes cuya palabra es ley. La idea de que a todas las preguntas genuinas corresponde solo una respuesta verdadera es una noción filosófica muy antigua. Sin importar cuánto pudieran diferir acerca de cuál era la respuesta o de cómo descubrirla (sangrientas guerras se libraron por ello), los grandes filósofos atenienses, judíos y cristianos, los pensadores del Renacimiento y de la Francia de Luis XVI, los radicales franceses reformistas del siglo XVIII, los revolucionarios del xix estaban convencidos de que la conocían y de que los únicos obstáculos para llevarla a cabo eran el vicio y la estupidez humanos.
Esta es la idea que mencioné. Quiero decirles que es falsa. No solo porque las soluciones que ofrecen las distintas escuelas de pensamiento social difieren, y ninguna de ellas puede demostrarse a través de métodos racionales, sino por una razón más profunda. Los valores fundamentales por los que se ha regido la mayoría de los hombres –en muchas tierras magníficas y en muchos tiempos magníficos–, casi aunque no del todo universales, no son siempre armónicos entre sí. Algunos lo son, otros no. El hombre siempre ha añorado libertad, seguridad, igualdad, felicidad, justicia, conocimiento, etcétera. Pero la libertad absoluta no es compatible con la igualdad absoluta: si el hombre fuera libre en su totalidad, los lobos estarían en libertad de comerse a las ovejas. La igualdad perfecta significa que las libertades humanas deben ser restringidas para que a los más diestros y a los más dotados no se les permita avanzar más allá de quienes inevitablemente perderían si hubiese competencia. La seguridad, y en efecto las libertades, no pueden preservarse si se permite trastocarlas. En realidad, no todos los seres humanos buscan paz o seguridad. De no ser así no existirían quienes buscan gloria en la batalla o peligro en el deporte" ("Mensaje al siglo XXI", en Letras libres).