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18 de noviembre de 2013

Crónica de la Nueva Edad (18/11/2013)


Uno ya ha dejado constancia en muchas ocasiones de su profunda antipatía hacia los nacionalismos y sus vertientes más extremas, los patriotismos. Se pueden aducir diversas justificaciones para explicar esta fobia: estéticas, éticas, filosóficas... Algunos encontrarían otras menos hermosas o razonables: desclasamiento, falta de raíces, falsa postura para huir del compromiso... Cuando no, lisa y llanamente, unionismo o secesionismo inveterados y ocultados.

De todo podría haber pero creo que el ejemplo que han ofrecido estos días Joan B. Cullà y Xavier Pericay (feroz secesionista el primero, irredento españolista el segundo) habla por sí solo y muestra porqué la equidistancia puede ser, al menos, una medicina para asegurar que nuestra salud mental no se deteriore aun más de lo que ya lo está ante la proliferación vírica que padecemos por estos lares.

Pericay escribe hoy en su Blog sobre un artículo de Cullà, con toda la razón:

"El pasado viernes, por ejemplo, defendía a los Mossos d’Esquadra. Natural. Hasta diría que me sorprendió lo mucho que había tardado en hacerlo. Culla ha sido siempre un hombre del régimen, lo mismo con Pujol que con Mas. Y en el interregno, cuando no mandaba ni el uno ni el otro, y dado que el régimen continuaba vigente, él seguía en sus trece, fustigando a todo aquel que osara entrometerse en sus destinos. Como hizo en su última filípica. La tesis del artículo es la habitual. ¿Qué habría ocurrido si en vez de tratarse de los Mossos se hubiera tratado de la Guardia Civil –entiéndase, si en vez de tratarse de Cataluña se hubiera tratado de España–? ¿Se habría armado la que se ha armado? ¿No fue acaso mucho peor lo sucedido en el cuartel de Intxaurrondo, en San Sebastián, hace más de treinta años, que lo sucedido a comienzos de octubre en el barrio del Raval de Barcelona, por muy grave y lamentable que esto resulte? Siendo así las cosas, ¿por qué nadie puso entonces en cuestión la legitimidad de la Guardia Civil –o de la Policía Nacional– como sí se ha puesto ahora la de los Mossos d’Esquadra?"

No le falta razón. Si uno lee directamente el artículo del señor Cullà, no podrà por menos que sentirse ligeramente escandalizado ante la defensa de lo indefendible y el escaso sentido crítico que destilan sus palabras: la fe secesionista le ciega.

El problema es cuando el señor Pericay, que ha acertado en su descripción de la conducta del señor Cullà, expone su argumentación contra las tesis de aquél:

"Pues, a mi modo de ver, porque así como la existencia de los Cuerpos de Seguridad del Estado es percibida como algo de todo punto necesario e inherente a la propia existencia del Estado, la de un cuerpo autonómico de nuevo cuño que ha venido a sustituir a esos Cuerpos que ya ejercían mal que bien la misma función, no. De ahí que no les pasen una. Añadan a lo anterior que en los últimos tiempos, tanto tripartitos como convergentes, las actuaciones de los Mossos han dejado mucho que desear. Por exceso de bondad o de maldad, da igual. O, si lo prefieren, por bisoñez, por carecer de experiencia y, en cambio, andar sobrados. Y luego, claro, está el contexto. No me refiero ahora a los informes de Miquel Sellarès, el inspector catalán de alcantarillas. Pienso en algo bastante más serio: en la confianza que pueden generar las actuaciones de un cuerpo policial sujeto a las directrices de un Gobierno que, aun formando parte del Estado –siendo Estado, en una palabra–, actúa como si no lo fuera y, lo que es peor, tratando de destruirlo".

Otro cegado. Saliendo del fuego para caer en las brasas. Si, señor Pericay: ése es el meollo del asunto. Sólo le falta decir que aquí se echa de menos a la Guardia Civil porque aquello sí que era abolengo y reciedumbre moral.

En fin. Ante magníficos ejemplos como los que nos ofrecen esta pareja benemérita contra sus respectivos corazones, ¿qué salida le queda a uno salvo huir en busca de lo máximamente universal aunque no exista más que como idea regulativa?

Irrespirable. Francamente irrespirable.

9 de octubre de 2012

Volviendo a leer, como mal menor, "El País"


Muy a pesar de uno, el griterío independentista y el españolista han hecho que deba volver a leer El País como único reducto de sentido común y una cierta pluralidad. Dos ejemplos que añadir a los artículos de Josep Ramoneda y Félix Ovejero de hace unos días. Ayer, en un excelente artículo, Francisco Rubio Llorente defiende lo que debería ser una obviedad: "Si desea la independencia una minoría territorializada no se pueden oponer obstáculos formales". El artículo es de una lógica y un sentido común jurídico y político impecable. El otro día, Joan B. Cullà i Clara exponía con solidez, claridad y rigor la situación y advertía: "Sí, claro que en Cataluña ha habido y hay gentes de poco juicio que gritan “¡España nos roba!”. ¿Y no ha habido y hay en España políticos, opinadores, emisoras y cabeceras de prensa especializados desde hace lustros en gritar “¡Cataluña nos chantajea!”, “¡esos catalanes se quieren quedar con todo!”, “¡persiguen a los castellanohablantes!”, “¡que nos devuelvan a los emigrantes!” y otras lindezas por el estilo? Desde luego, no será confeccionando listas de agresiones verbales para ver cuál es más larga como encontraremos la salida del laberinto.". De perogrullo que se dice.

Este alarde de prudencia y equilibrio del que hace gala en estos días el periódico (sus oscuras razones tendrá pero no me importan ahora) compensa el hastío continuado que los medios más beligerantes de uno y otro bando están generando. La última, que uno no puede por menos que tomarse a guasa porque de tan estúpida rebasa los límites de las que había ido recopilando hasta ahora, la protagoniza el ínclito Juancho Armas Marcelo en El Mundo:

"El anunciado mosaico lo exige: un partido de fútbol de dos equipos extraterrestres tendrá una lectura política. Hace tiempo que en Barcelona, como en el resto de España, la bolsa no suena. No hay dinero, pero el catalán desde los años de Pilatos sabe que los símbolos son capitales para el triunfo. Cito a Pilatos porque era el gobernador de Tarraco en tiempos de Cristo. El hombre, contra su voluntad, fue destinado por el Imperio a Judea (o Palestina, como ustedes quieran) y se llevó de Cataluña -también por orden del Imperio romano- su guardia pretoriana (de catalanes) y un par de legiones de leva obligatoria. Al recalar en Jerusalén, se encontró con aquel ser superior, Jesús, hijo de José, que decía ser Hijo de Dios y con el Sanedrín judío. Saquen conclusiones de quién o quiénes mató o mataron a Cristo. Y quien dio la lanzada final al costado del Maestro. Al final se jugaron la túnica de Jesús a los dados, en aquella película protagonizada por Victor Mature titulada exactamente La túnica sagrada. Más conclusiones: «La pela es la pela», aunque sea del Hijo de Dios, y el euro no iba a ser menos."

Quod erat demonstrandum: los catalanes mataron al de Nazarteth... En fin: vivir para creer. De nuevo con El País bajo el brazo...