4 de noviembre de 2012

Memoria de Saint Andrews (XIII): pleamar y reflujo



22 de julio

Mañana de abastecimiento y putting y tarde consagrada a recorrer los más de seis kilómetros de playa hasta ver, a pocos cententares de metros, la pronto extinta base de la RAF de Leuchars de la que ya apenas despegan cazas estruendosos. Hasta el antaño pujante Ejército Británico está haciendo recortes todo y que no cabe hacerse excesivas ilusiones pacifistas: conservan núcleos de unidades de élite que les permiten acciones rápidas y efectivas y otras aun de respetables dimensiones como la 7ª Brigada Blindada ("Las ratas del desierto").

Por las mañanas, pese a la mejor temperatura, la pleamar no permite entregarse a las dimensiones de la playa ni admirarla en su sosegada sensatez. Además, según el día, puedes encontrarte grupos de adolescentes o incluso improvisados bañistas. Es con el reflujo de la tarde cuando su inmensa y plana superficie, reluciendo plateada por la retirada de las aguas, se convierte en objeto de casi solitaria contemplación y el paseante separa sus arenas y sus cielos del mundo cotidiano. Es la oportunidad de perderse en la multitud de colores. Hay días en que, durante la puesta de sol, no caminamos por la playa más de una docena de personas, algunos perros y docenas de matices de una gran parte de la gama cromática.

El pobre taxista que nos transportó hasta Saint Andrews el primer día no daba crédito a la respuesta que le dimos cuando nos preguntó retóricamente si habíamos venido a jugar a golf y le dijimos que en absoluto, que habíamos venido por la playa. Como tantos otras personas con las que hemos tratado estos años, había estado de vacaciones en España y para él las verdaderas playas son las meridionales.

- "¿Con las playas que tienen han venido hasta aquí?"

No se contentó, ni mucho menos, cuando elogiamos la longitud de la West Sands, su belleza serena, su silencio, sus aguas calmadas o la poca gente que la frecuenta.

- "No puedes tomar el sol, ni bañarte" - sentenció.