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6 de febrero de 2016

Autoridad, emancipación y educación



Aunque ya no ocupe el eje central de las retóricas pedagógicas dominantes y su lugar haya sido ocupado por conceptos como "felicidad", "integral", "capacidad", "creatividad" o "valores", la "emancipación", o sus versiones más atenuadas ("libertad" o "autonomía"), se ha incorporado al horizonte dibujado por todas ellas, desde las más complacientes con el orden dado de las cosas hasta las más fervorosamente militantes contra él. No hay hoy día una pedagogía que no sea emancipatoria. Y, sin embargo, muy pocas de estas retóricas comprenden un principio fundamental de cualquier propuesta encaminada a fortalecer la autonomía de los sujetos: la necesidad de tomar en cuenta la autoridad; la inevitabilidad de establecer una relación, compleja evidentemente, con ella; la imposibilidad, en fin, de su negación so pena de "vender humo" y ofrecer una falsa libertad sustentada en una quimérica e irreal ausencia de coerción o en la supresión por decreto del ejercicio de la autoridad que distingue desde hace miles de años a la acción humana. Por decirlo a la manera kantiana: de la misma forma que sin ley no hay libertad posible, sin autoridad no es concebible una autonomía real. A este respecto señalaba Adorno:

"La manera en que uno se convierte —psicológicamente hablando— en un ser autónomo, es decir, emancipado, no pasa simplemente por la rebelión contra todo tipo de autoridad. Una serie de investigaciones empíricas como las llevadas a cabo en los Estados Unidos por mi colega, ya fallecida. Else Frenkel-Brunswik, han probado, en realidad, lo contrario, esto es, que son los llamados niños buenos los que de mayores se convierten en personas autónomas y capaces de ofrecer oposición y resistencia antes y más frecuentemente, que los niños refractarios, que de mayores se reúnen inmediatamente en las mesas de los bares con sus maestros y sueltan los mismos discursos. El proceso —caracterizado por Freud como la evolución normal— es el siguiente: los niños se identifican, por lo general, con una figura paterna, con una autoridad, por tanto, la interiorizan, se apropian de ella, y seguidamente experimentan, en un proceso muy doloroso y del que no se sale sin cicatrices, que el padre, la figura paterna, no corresponde al ideal del yo que aprendieron de él, lo que les lleva a separarse de él y a convertirse así, y sólo así, por esta vía, en personas mayores de edad, o lo que es igual, emancipadas. Con ello lo que en realidad digo es que el proceso en virtud del cual se llega a ser una persona emancipada presupone, como momento genético suyo, el momento de la autoridad. Pero esto no debe ser malentendido, ni debe dar pie, en modo alguno, a abusos; no hay que magnificar este estadio ni menos hay que aferrarse a él, porque quien así procede se ve expuesto no sólo a mutilaciones y deformaciones psicológicas, sino a esos fenómenos de inmadurez y falta de autonomía, en el sentido de una idiocia sintética, que hoy nos vemos obligados a constatar en cada esquina" (Educación para la emancipación, p120-121).

14 de diciembre de 2015

Escribe Adorno



"El nacionalismo ya no se cree a sí mismo del todo, pero resulta, no obstante, políticamente necesario como medio eficaz para conseguir que las personas se aterren a situaciones y relaciones objetivamente anticuadas. De ahí que como algo no del todo bueno para sí mismo e intencionadamente ofuscado ostente hoy rasgos grotescos. Es cierto que nunca le faltaron enteramente, dada su condición de herencia de bárbaras y primitivas estructuras tribales, pero estuvieron reprimidos durante todo el tiempo en el que el liberalismo pudo asegurar también realmente el derecho del individuo como condición del bienestar colectivo" (Educación para la emancipación, trad. de Jacobo Muñoz, p24).

26 de noviembre de 2015

En "Cuadernos Hispanoamericanos"


En el número de noviembre de Cuadernos Hispanoamericanos (el 785, páginas 75 a 87) se acaba de publicar el ensayo que uno escribió a raíz de la conferencia (que debía haber sido más bien una charla-coloquio) que dio el año pasado en la Universidad de Barcelona gracias a la invitación de Xavier Jové y el Departamento de Filología anglo-germánica. La conferencia se tituló en su momento "Valor, sentido, justicia y pesadilla" pero una vez reescrita hasta en dos ocasiones, ha dado como fruto un texto algo distinto. Cuanto menos en el título. Ahora ha pasado a ser "Poesía después de Auschwitz": provocación e intempestividad". "Cosas del estudio"...

Por cierto, en este número estoy acompañado, entre otros, por Agustín Calvo Galán que escribe además sobre Corónicas de Ingalaterra de Eduardo Moga (p1301-34). Buena compañía.

24 de marzo de 2015

"Poesía después de Auschwitz/Poesía sobre Auschwitz"


Esta tarde, la charla-coloquio en la Universidad de Barcelona ha tenido más de conferencia que de coloquio. Culpa de uno. Una exposición demasiado larga ha impedido un debate ágil que era, en realidad, lo que más me interesaba. Afortunadamente, me ha dado tiempo, tras unas pocas preguntas, de leer tres poemas de Del Tercer Reich pero poco más: Adorno y las vueltas en torno a su provocación han ocupado más de una hora de reloj. Sala llena y público generoso. Debo agradecer a Xavier Jové y a Anna Montané coordinadora del Departamento de Filología Anglo-Germánica, su invitación.

Dejo por aquí el principio del texto. Ahora hay que volver a reescribirlo atendiendo a esas deficiencias que sólo se observan cuando se lee en voz alta ante un auditorio. Cuando esté revisado intentaré publicarlo y lo subiré íntegramente.

Valor, sentido, justicia y pesadilla


En el enunciado que da título a esta charla-coloquio, “Poesía después de Auschwitz/Poesía sobre Auschwitz” hay un elemento que desempeña una función muy humilde comparada con los substantivos, la preposición o el adverbio presentes: la barra oblicua. Esta barra, que puede ser dicotómica, de afinidad o de lisa y llana contigüidad, aquí casi podría obviarse y tomarse como un accesorio retórico que, a lo sumo, introduciría un espaciamiento gráfico que correspondería a la distancia histórica a modo de concesión genética, genealógica: gracias a este signo se indicaría que el “sobre” sucedería como consecuencia de un “después” previo que se debería consignar pero porque este “después” no tendría otro objetivo que conducir inevitablemente al “sobre”. Parecería, en fin, que el primer miembro del par se desvaneciera pues que se hable acerca de aquello que la Poesía ha podido decir acerca del objeto “Auschwitz” se debería a que ha habido una continuación tan obvia, un devenir tan evidente, que ha inclinado el fiel de la balanza en beneficio de la segunda cara del par. Cabría entonces traer a colación ciertas cuestiones centrales en esa Poesía sobre el Holocausto, la Shoah o Auschwitz y, en general, en la Poesía posterior a 1945: el rastreo de las huellas de los acontecimientos históricos en los textos poéticos, su singularidad, la existencia o no de un cierto “género”, la cuestión de la representabilidad y de la inconcebilidad, los problemas de legitimidad de lo dicho y escrito, el privilegio moral y epistemológico del texto, etc.

Sin embargo, este apresuramiento recuerda a la entrada de un elefante una cacharrería: la barra funcionaría demasiado claramente como un elemento de tránsito y disolución, como una excusa para recorrer un profundo e imprescindible asunto de taxonomía o topología literaria. Mas entre el ruido clasificatorio se puede adivinar la huella de la vertiente esfumada: seguiría planeando, no con la proximidad de la gaviota presta a escarbar entre lo que pudiéramos apilar sobre Auschwitz y la Poesía, pero sí con la vigilante lejanía de un águila cuyo vuelo no debería ser ignorado so pena de recibir un inesperado zarpazo. Da paso con presteza pero su sombra persiste. Cualquier reflexión o comentario acerca de la “Poesía sobre Auschwitz” no se puede deshacer fácilmente de ese antecedente y menos aun de su forma interrogativa. La pregunta “¿Poesía después de Auschwitz?” le guardaría las espaldas a la aserción provocativa y radical de Adorno y lo haría no solo retóricamente sino trascendentalmente, al modo kantiano: sería una interrogación acerca de las condiciones de posibilidad del sentido y el valor, del valor de aquél y del sentido de éste. Más secamente: la pertinencia, en el dominio de las disciplinas humanísticas, de esta discusión da por supuesta las palabras de Adorno.

Por ello sería preferible seguir el orden, no ceder a la tentación de suprimir esa barra tan modesta que se aparta servicialmente para zambullirse en la Poesía sobre Auschwitz y reescribir el título, en todo caso, como “¿Poesía después de Auschwitz?/Poesía sobre Auschwitz” para empezar. Así, quizás se pueda tener la impresión de una entrada menos aparatosa.

Y en este inicio ya tachado, ¿estaríamos hablando de “Poesía” y “Auschwitz” estrictamente? ¿Metafóricamente? ¿O, como le hubiera gustado constatar a Nietzsche, de algo más ambiguo: de figuras solidificadas, pseudoconceptos que han devenido tales, manteniendo algún resto figural, por agotamiento, erosión o deterioro desde su aparición en los textos de Adorno, donde remitirían al universo de la Cultura y la experiencia de la II Guerra Mundial? ¿Por qué “Auschwitz” y no “Treblinka”, “Chelmno”, “Belzec” “Sobibor” o “Janosevac”? Es más ¿por qué no “Exterminio”, “Destrucción” o “Genocidios”? ¿Y por qué “Poesía” y no “Filosofía”, “Arquitectura”, “Cine”, “Ciencia” o “Tecnología”? Si se respetara el contexto tropológico de origen deberían poder efectuarse todas las sustituciones reseñadas con mayor o menor acierto. ¿Y por qué algunas chirrían tan ostensiblemente? ¿No será porque ya no nos las habemos con dos metonimias sino con dos conceptos o, cuanto menos, con uno disfrazado todavía de tropo?

26 de octubre de 2013

Lectura de "Minima Moralia" (y II)


Más liviandad teórica y menos brillantez retórica encuentra uno en Adorno hoy día pese a que, como ya he dicho, su prosa guarde rescoldos de su antiguo encanto. Así, sus aforismos son sentencias decoloradas, sin fuerza, poco afiladas en su mayor parte, aunque de vez en cuando consiga pequeñas joyas:

"Las capas superiores, cuyas maldades se han ido democratizando sin cesar, dejan ver crudamente lo que desde hace tiempo es aplicable a la sociedad: que la vida se ha convertido en la ideología de su propia ausencia" (p191).

Mas la pérdida de fulgor de su escritura no le ha hecho a uno tanta mella como percibir en la antigua hondura del filósofo una ligereza y un apresuramiento en muchos de sus juicios que no pueden ser atribuidos únicamente al carácter fragmentario de Minima moralia. Un par de muestras:

a) su peyorativa consideración del cine, al que niega cualquier carácter artístico y que lee, casi exclusivamente, como medio de adoctrinamiento y enajenación de las masas. Escribe Adorno:

"La refinada palabrería sobre el arte cinematográfico sin duda es cosa de los escritorzuelos que quieren destacar, pero la apelación consciente a la ingenuidad, a la apatía de los siervos, que desde hace tiempo se está introduciendo entre las ideas de los señores, ya no tiene validez. El cine, que hoy acompaña inevitablemente a los hombres como si fuese una parte de ellos, es al mismo tiempo lo más alejado de su destino humano, del que se va realizando día tras día, y la apologética vive de la resistencia a pensar esa antinomia" (trad. de Joaquin Chamorro, p206); o

b) su crítica de cierta idea de la femineidad, tras la cual vuelve a aparecer justamente el estereotipo que pretende combatir:

"No hay más que observar, bajo el efecto de los celos, cómo tales mujeres femeninas disponen de su feminidad, cómo la acentúan según su conveniencia haciendo que sus ojos brillen y poniendo en juego su temperamento para saber cuán poca relación hay en ello con un inconsciente resguardado y no estropeado por el intelecto. Su integridad y pureza es justamente obra del yo, de la censura, del intelecto, y es por eso por lo que la mujer se adapta con tan pocos conflictos al principio de realidad del orden racional. Las naturalezas femeninas son, sin excepción, conformistas (sn)" (p95)

Asimismo, se encuentra uno con reevaluaciones de su trayectoria que, de tan excesivamente indulgentes, acaban afeándola. Por ejemplo, como disculpa su falta de sagacidad al analizar el fenómeno nazi. Encuentra Adorno una justificación que resulta difícil de digerir:
"La irrupción del Tercer Reich cogió por sorpresa a mis opiniones políticas, pero no a mis temores inconscientes" (p193)

Ha sido difícil impedir que sus frivolidades y errores no taparan sus hallazgos. Afortunadamente, pese a la levedad y la retórica agotadora, en sus textos también se hallan espléndidas argumentaciones, como su crítica al concepto de "autenticidad" o su anticipación de la estructura del double bind de todo concepto propuesta posteriormente por Derrida. Adorno se apercibe de la contaminación mutua de los opuestos en la versión sui generis de la dialéctica que sigue. Una relación que no se resuelve, siempre, en una unidad superior que las engloba, lo cual le permite, en determinados momentos, alcanzar brillantes resultados en la crítica:

"Con ello ha alcanzado el nacionalsocialismo la conciencia histórica de sí mismo. Carl Schmitt definió la esencia de lo político directamente mediante las categorías de lo amigo y lo enemigo. La progresión hacia esta conciencia implica la regresión hada la conducta del niño, que o se halla a gusto o siente miedo. La reducción a priori a la relación amigo-enemigo es uno de los fenómenos primordiales de la nueva antropología. La libertad consiste no en elegir entre blanco y
negro, sino en escapar de toda alternativa preestablecida." (p131).

"El message se convierte en escape: el que sólo atiende a la limpieza de la casa donde habita olvida los cimientos sobre los que está construida. Y lo que seríaa de verdad un escape, la oposición
hecha imagen al todo hasta en sus constituyentes formales, puede transformarse en message sin pretenderlo; es más, justamente por el terco ascetismo que rechaza a propuesta del primero" (p204).


"Lo auténtico, a lo que se reducen las mercancías y otros medios de cambio, adquiere el valor del oro.
Pero como en el oro, la autenticidad abstracta de sus quilates se convierte en fetiche. Ambos son tratados como si fueran el sustrato, cuando en realidad no son sino una relación social, cuando
el oro y la autenticidad son justamente expresión de la fungibilidad, de la comparabilidad de las cosas, y por tanto no son en sí, sino por otro. La inautenticidad de lo auténtico radica por ende
en que en la sociedad dominada por el cambio, lo auténtico pretende ser aquello que reemplaza no pudiendo de ningún modo serlo" (p155).

En fin. Siempre cabrá aducir que el problema no es Adorno, sino uno mismo y seguramente será eso...

20 de octubre de 2013

Lectura de "Minima moralia" (I)

 

Durante el mes de julio, uno recobró de su pasado la experiencia de la lectura de una majestuosa construcción filosófica de lo real: la extraordinaria reproducción de lo existente y lo no existente mediante el uso principal, que no exclusivo, del concepto. En uno de los poemas que se incluirán en Contra Visconti, traté de rememorarla asociando la lectura de Sein und Zeit de Heidegger a la de The Lord of the Rings de Tolkien. Detrás de la trama del poema no están sólo las cercanías temáticas, conceptuales o estilísticas entre ambas obras, sino también una proximidad en la experiencia subjetiva del receptor acerca de la producción de mundo a partir de la figura (tropo o personaje) y subsidiariamente del concepto, en el caso del inglés, o de éste y secundariamente de la figura, en el caso del alemán. En ambos casos, para uno puede hallarse una producción de realidad vasta, articulada, consistente y, casi se podría decir, completa.

Esta experiencia desde Heidegger, y antes, por supuesto, siempre, de La ciencia de la Lógica de Hegel, no había vuelto a repetirse hasta que a principios de julio abrí Totalidad e infinito de Lévinas. Fue la grandiosa lectura de este texto ambicioso, y clásico al modo tradicional del empeño filosófico, sobre la que habrá ocasión de hablar otro día, la que me llevó a seguir en agosto con más textos filosóficos. Y de entre ellos, destacaría Minima moralia de Adorno, que Clàudia me regaló para mi 49 aniversario, pues ofrecía una nueva oportunidad de ajustar cuentas con un pensador al que uno adoró en su juventud y que con el paso de los años se ha ido, lamentablemente, empequeñeciendo. Teniendo en cuenta que había realizado unas observaciones sobre él para Yeray, que provocaron algunas interesantes conversaciones en casa, y que quería volver sobre algún texto suyo para cerciorarme de lo adecuado o inadecuado de las impresiones que había escrito, el presente no pudo ser más oportuno y en cuanto pude tomé la obra de Adorno.

Y lo primero que a uno le viene al teclado después de unas semanas es que, pese a que la prosa de Adorno conserva el embrujo propio de la retórica metafísica continental y que por sus páginas resuenan, extraordinariamente bien trabadas, las arquitecturas conceptuales de Kant, Hegel, Husserl, Marx, Nietzsche o el psicoanálisis, en muchas ocasiones tras esa belleza que opera a modo de velo de Maya uno encuentra menos de lo que se promete. Ahora, en esta época, hallo más liviandad y menos brillantez que hace treinta años.

13 de octubre de 2013

Escribe Adorno


"Aquellos cuya función consiste en la delación y la difamación y en venderse a sí mismos y a sus amigos al poder no necesitan para ello ninguna astucia ni malicia, ninguna organización planificada del yo, sino que, al contrario, no tienen más que abandonarse a sus reacciones y cumplir sin reparos con la exigencia del momento para llevar a cabo, como si de un juego se tratara, lo que otros sólo puede n hacer después de  profundas reflexiones. Inspiran confianza mostrándola a su vez. Están pendientes de lo que puede sobrar para ellos, viven al día y se hacen recomendar como personas exentas de egoísmo a la vez que como aprobadores de una situación que ya no permitirá que les falte nada. Como todos ellos se dejan llevar sin el menor conflicto únicamente por su interés particular, éste aparece como interés general y en cierto modo desinteresado. Sus gestos son francos, espontáneos, gestos que desarman, pero que también son, los amables como los ásperos, sus enemigos. Como ya no tienen independencia para desarrollar ninguna acción que sea opuesta al interés, dependen de la buena voluntad de los demás y asumen incluso esa dependencia de buen grado." (Minima moralia, trad. de J. Chamorro, p217-218).

Habla de los intelectuales al servicio de los grupos dominadores. Y uno se pregunta, ¿no cabe reconocerlos en los medios al servicio del proceso de transición nacional catalán, en las tertulias de la caverna madrileña, en todas las cadenas de televisión y en casi todas las columnas periodísticas al lado de los simples y puros agentes propagandistas herederos del Promi de Goebbels y Fritzsche?

13 de septiembre de 2013

Crónica de la Nueva Edad (13/09/2013)


La prescripción facultativa a la que uno se refería el miércoles no es ninguna broma: la ansiedad que me genera el nacionalismo, en este caso el secesionista - por su mayor proximidad y energía no por su mayor peligro intrínseco (su contrincante, cuando despierte, le da a uno más miedo y para muestra el aviso ultraderechista de Madrid) - y, sobre todo, su presentación a través de los medios, me ha requerido no frecuentarlos. Así de claro lo dejó mi médico: protegerse, parapetarse, poner tierra de por medio, distanciarse para que la ansiedad, y con ella los problemas gástricos, disminuyera.

Decía Adorno que "quien habla con inmediatez de lo inmediato apenas se comporta de manera diferente a la de aquellos escritores de novelas que adornan a sus marionetas con imitaciones de las pasiones de otros tiempos cual alhajas baratas y hacen actuar a personajes que no son nada más que piezas de la maquinaria como si aún pudieran obrar como sujetos y como si algo dependiera de sus acciones" (Minima moralia, trad. de Joaquín Chamorro, p17). Puede que no le falte razón. Si fuera así, esta Crónica de la Nueva Edad ganará en contenido lo que perderá en detall. Y si no es así y Adorno, una vez más, estaba equivocado, queda la justificación de la preservación de la salud ppor si los años de barbarie que se albiran acaban realizándose.

Abundan de un tiempo a esta parte las comparaciones realizadas por intelectuales secesionistas entre los catalanes y los judíos. Hasta donde uno es capaz de orientarse, ha distinguido dos grandes modelos que se sirven para sus fines de esta asimilación. Por un lado, aquellos que establecen la semejanza como elemento de autoafirmación del movimiento secesionista a través de una narración de la persecución que los catalanes como pueblo han sufrido a lo largo de los últimos tres siglos por parte de los castellanos: los catalanes son los judíos del sur de Europa y, como ellos, necesitan un Estado que salve su patrimonio lingüístico y cultural del exterminio. Por otro, los que, también desde el secesionismo, aprovechan la comparación para desplegar los intereses del lobby proisraelí y reforzar la complicidad, comprensión, tolerancia y apoyo a la política del Estado de Israel respecto a sus "enemigos". Hasta aquí veía uno los campos discursivos en los que se movía la asimilación.

Sin embargo, un lector de este cuaderno, David, me ha hecho llegar una perspectiva original, que uno subscribiría como mínimo estéticamente (éticamente cualquier comparación seria entre judíos y catalanes le parece a uno ridícula, como entre catalanes y tutsis), acerca de esta proximidad entre catalanes y judíos. El protagonista de la comparación es Bertran Cazorla que escribe en su Blog:

"Crec que val la pena recordar aquesta tradició jueva que representen Butler i Arendt en aquest moment del procés del poble de Catalunya cap al dret a decidir. En aquest procés vivim, justament, la mateixa tensió que encarnen ambdues pensadores jueves, una tensió d’una comunitat que, d’una banda, tendeix a estrènyer els seus llaços d’amor a la pàtria i a bastir un poder estatal propi que li permet afirmar-se, guarir-se de dècades de menyspreu o sotmetiment. Però que, d’altra banda, ha acumulat en aquestes dècades de menyspreu per altres poders (estatals i culturals en el nostre cas, religiosos, a més, en el cas jueu) una capacitat de crítica cap a qualsevol abús i qualsevol patriotisme. I per això, cada cop que, per exemple, llegeixo una de les boutades que va escriure Francesc Pujols, penso en el somriure crític, escèptic, sorneguer, que causen a l’espectador les pel·lícules de Woody Allen. Quan sento que cal estar tots amb el President, em venen al cap les intransigències dels governs del Likud. I quan recordo el vers  de Maria Mercè Marçal proclamant-se tres voltes rebel, se m’apareixen Arendt pensant en solitud o Butler defensant el seu compromís contra les injustícies. No, jo no estimo Catalunya. No vull els catalans aïllats del món. Els vull liures i polítics."

7 de julio de 2013

A vueltas con Adorno


La otra noche la sobremesa se alejó de la actualidad para girar en torno al concepto de "buena voluntad" de Gadamer y su concepción de la hermenéutica. Al final de la charla, Marc parodió con acierto el debate centrándolo en Gargamel y su concepción de la aeronáutica. Pero justo antes de la comicidad dio tiempo a que uno vertiera algunos comentarios especialmente críticos con Adorno que Clàudia comentó ayer con su amigo, y estudiante de Filosofía (y ahora lector de Adorno), Yeray. Como quiera que uno tiene ahora un poco de tiempo, mejor ahorrarle a Yeray una peregrinación por textos para respaldar mis afirmaciones y, de paso, ponerle en guardia por si acaso. Al menos que vaya advertido.

En honor a la verdad, primero hay que decir que Adorno fue, durante muchos años una luz brillante en el cielo de la Historia de la Filosofía. Una estrella colosal como Vega. El primer libro de filosofía que uno leyó de principio a fin fue Eros y civilización de Marcuse y la impronta de la Escuela de Frankfurt me persiguió hasta que en los últimos cursos de la carrera descubrí primero a Foucault y más tarde a Derrida. Luego vinieron Heidegger, Hegel y Kant. Luego. Pero primero fueron Marcuse y una obra de Adorno, Sobre la metacrítica de la teoría del conocimiento, que compré en una librería de viejo y empecé por dos veces sin poder pasar de las primeras páginas debido a su dificultad, hasta que en el primer verano posterior a la entrada en la carrera lo leí de corrido sin entender prácticamente nada. Más tarde llegarían la Teoría estética y la Dialéctica de la Ilustración y la ilusión de comprender páginas enteras e incluso capítulos. Todavía hoy, muy distante de su pensamiento, la belleza de su concepción de la obra de arte como negatividad que contiene la promesa de una vida mejor o de su descripción de la razón ilustrada como razón volcada hacia el mito, aunque desmentidas por la tozudez de hechos y contrargumentos, siguen conservando una capacidad de seducción que no le puedo negar.

Ahora bien. Aunque en el firmamento filosófico de uno haya dejado de ser Vega y esté más cerca de la gigante crepuscular Betelgeuse, es en su dimensión personal donde el burgués y exquisito Adorno ha desaparecido y ha mutado de estrella en planeta, como lo hizo en su momento el nacionalsocialista Heidegger.

A modo de apunte, y sin el rigor que merecería el asunto por lo cual pido disculpas de antemano, tres son los aspectos que a uno le reusltan insufribles en la biografía, reconstruida bibliográficamente, de Adorno:

a) su falta de perspicacia autocrítica que ve la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Un ejemplo. Es bien conocida la afirmación acerca del valor que le merecía la obra de Heidegger. La "jerga de la autenticidad", como denominaba el esfuerzo heideggeriano por repensar la Metafísica de Occidente y, al tiempo, a todo un estrato de lenguaje protofascista, no tiene nada que envidiar a la "jerga de la dialéctica" adorniana. Quien haya leído a Adorno no podrá por menos que sonreir ante la dificultad de su enrevesada prosa, sus instantes herméticos, su mezcla de elitismo y populismo y el inveterado uso de la "jerga" filomarxista que llegó a hacer. En Dialéctica negativa puede observarse esta carencia de distancia crítica con respecto a sí mismo. Una muestra:

"En Alemania se habla, mejor aún, se escribe una jerga de la autenticidad, marca distintiva de selección socializada, noble y reminiscente de la patria chica a un tiempo; un sublenguaje como supra-lenguaje. Desde la filosofía y la teología no meramente de las academiasevangélicas se extiende por la pedagogía, por las escuelas superiorespopulares y las ligas juveniles hasta el elevado modo de hablar de losrepresentantes de la economía y la administración. Mientras desborda de la pretensión de una profunda conmoción humana, está sin embargo tan estandarizada como el mundo que oficialmente niega; en la jerga de la autenticidad parte como consecuencia de su éxito de masas, en parte también porque por su pura constitución expone automáticamente su mensaje y con ello lo aisla de la experiencia que se supone que la anima. Dispone de un modesto mimero de palabras que se engranan a la manerade señales; «autenticidad» misma no es entre ellas la más prominente; antes bien ilumina el éter en que la jerga prospera y la mentalidadque latentemente la nutre. Para empezar, como modelo, bastan «exis-tencial, "en la decisión", misión, llamamiento, encuentro, diálogo genuino, aserción, instancia, compromiso»; a la lista pueden añadirse nopocos términos nada terminológicos de tono afín. Algunos, como la«instancia» recogida en el diccionario de Grimm y que Benjamin todavía empleaba inocentemente, sólo se han coloreado de este modo desde que han entrado en ese campo de tensiones -otra expresión pertinente-. Tampoco se ha, pues, de componer un Index verborum prohibitorum de nobles sustantivos corrientes en el mercado, sino de averiguar su función lingüística en la jerga. En absoluto son todas suspalabras sustantivos nobles; a veces recurre también a banales, los eleva a las alturas y los broncea, según el uso fascista, que sabiamentemezcla lo plebiscitario v lo elitista" (p391).

b) su imperdonable error de juicio acerca del nacionalsocialismo. Como recoge y documenta abundantemente Stefan Müller-Doohm en su biografía intelectual de Adorno, En tierra de nadie, no sólo llegó a elogiar en una fecha tan tardía como 1934 una composición nazi basada en poemas del líder de las Juventudes Hitlerianas Baldur von Schirach sirviéndose de expresiones acuñadas por Goebbels (p274-276), sino que siguió viajando a Alemania hasta 1937 y mientras que Benjamin, Horkheimer o Kracauer se exiliaron en 1933 casi inmediatamente después de que Hitler llegara al poder, Adorno confiaba incluso en conseguir mejores empleos en la Alemania nacionalsocialista y tardó mucho en emigrar. Como escribe Müller:

"Afectado de ceguera política como estaba, Adorno se abstuvo también de toda crítica pública contra las medidas de los nazis... lo que se encuentra incluso en su correspondencia privada hasta mediados de los años treinta son casi sólo impresiones pesimistas de carácter general, pero no hay ninguna toma de posición inequívoca a propósito de la situación política. La política no desempeñaba prácticamente ningún papel en la comunicación con Benjamin, Berg y Krenek, a pesar de que sus interlocutores epistolares habían sido alcanzados en forma muy directa en su existencia por la política de Hitler... las consecuencias políticas que extrajo no llevaron al filósofo y teórico de la música a articular públicamente su oposición contra el estado totalitario (...) no abandonó Alemania de hoy para mañana. Su titubeo no tuvo que ver solamente con errores de apreciación política, sino también con dudas sobre abandonar Alemania sin tener un mínimo de seguridad para el ejercicio de su profesión" (p269, 278).

Sobran más comentarios.

c) y, finalmente, algunos aspectos de su vida privada. Retengo, ahora, uno nada más. Sólo hace pocos años tuve una explicación plausible acerca de la fertilidad de Adorno. ¿Cómo pudo ser un autor tan diverso y prolífico? Pues porque dictaba sus textos a su mujer, que era su escribiente particular (en la biografía de Müller, p240) y no dedicaba un minuto de su tiempo a las tareas domésticas. Como le comentaba a su amigo Horkheimer, Gretel, después de decidir el casamiento, "habia comenzado a aprender el manejo de la casa" (p343). Vamos, que no daba un palo al agua. Así podía ser tan fecundo...

En fin, Yeray, que las observaciones sobre Adorno, con ser probablemente injustas, no carecen de un cierto fundamento. Y, en cualquier caso, ahora que uno no se debe al rigor académico ha de decir que le proporcionan base suficiente para criticar no su obra pero sí su persona en tanto que tropo y ejemplo y alertar respecto a su faceta seductora. No la invalida pero quizás más valga ser precavido con su "jerga"...