18 de noviembre de 2012

Memoria de Saint Andrews (XIV): Conchas y putting



23 de julio.

Otro día de buen tiempo entregado a la playa y las diminutas cosas que la acostumbran a acompañar. A media mañana, la West Sands presentaba un aspecto desconocido y no demasiado lejano a Benidorm en junio. Recostados contra las dunas decenas de paravientos de difrentes colores que, de lejos, semejan una sucesión de granjas o ranchos ocupan prácitcamente la mayor parte de su longitud. En su interior, familias y grupos con sus sillas, mesitas, tiendas de campaña o simplemente toallas. La mayoría leen o beben. Algunos se estiran para el "baño de sol". A medio camino entre las dunas y el rompiente de pleamar de las olas nos tumbamos pero el viento es fuerte hasta el punto que resulta imposible tomar el sol a la manera meridional: en pocos minutos estamos cubiertos de arena y desistimos. Seguimos paseando remojándonos las plantas de los pies con las gélidas aguas del Mar del Norte. Sin embargo, hay decenas de bañistas.

Por la tarde putting y recogida de conchas (y uno piensa que cabe decir, para dignificarlo, que este hábito lo practicaba siempre que podía Goethe...).

Este año el putting estaba teniendo lugar en los famosos "Himalayas", el campo "femenino" que  se inuguró en las proximidades del famoso hoyo 18 del campo de Saint Andrews al parecer hacia 1869. Hasta nuestra anterior visita siempre habíamos jugado en el modesto Kinburn Bowling and Putting Club where visitors are welcome, un campo rectangular, de hierba descuidada, viejos agujeros, oxidadas banderas y conejos espectadores, sin turistas adinerados ni jóvenes con una copa de más y llevado por un grupo de jubilados encantadores y magistrales en el la modalidad isleña del bowling. Sin embargo, durante nuestra ñultima estancia el habitual desaliño llegó hasta el extremo de que se acumulaban las hojas y las malas hierbas, en muchos hoyos la lluvia no se desaguaba y varios restos de conejos enfermos se mantuvieron en los confines del campo durante un par de días sin que nadie los retirara. Así pues, ahora jugamos en el refinado recinto lleno de turistas, especialmente japoneses, y a unos palmos de los ricos practicantes del auténtico golf en la catedral de este deporte, el Old Course.

Tras acabar el recorrido en The Himalayas, mucho más exigente, divertido e interesante que el de Kinburn pero insufrible por el gentío, el ruido y el ambiente pretencioso, hemos vuelto a éste para cerciorarnos de su estado actual. Antes cerraban entre las 6 y las 7 de la tarde normalmente pero dependiendo de los visitantes y de sus propias partidas podían echar la llave hasta las ocho. Evidentemente ya no había nadie pero hemos entrado e inspeccionado el campito, con sus inevitables conejos, y presenta, nuevamente, una apariencia cuidada sin llegar a esa pulcritud británica tan exasperante. Mañana volveremos.

Para quien lea estas líneas, y pienso por ejemplo en mi hermano, la sola mención del putting y del golf es probable que no pueda por menos de suscitar un cierto disgusto. Lógico. En nuestro descargo, cabe decir que este año no hay pelota de american football para jugar en los jardines y que nuestro ánimo para jugar al putting está más cercano al minigolf de urbanización veraniega al atardecer que al repipi y snob entorno del golf. Dicho está.