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29 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (V): el zarismo como paraíso perdido


La topología de Archipiélago Gulag se ve sacudida por otro exceso: la conversión del régimen zarista en una especie de "paraíso perdido" donde la represión era insignificante, se gozaba de libertades que los bolcheviques luego suprimieron y, aunque no se atreve a afirmarlo más que ocasionalmente, de pasada, sin ruido, el nivel de vida de la población era superior.

Uno de los ejemplos quizás más sangrantes de esta legítima pero difícilmente digerible reevaluación del zarismo lo hallamos en el asunto de la apliación de la pena de muerte.

Escribe Solzhenitsyn:

"Pues claro que había tribunales que juzgaban y condenaban a muerte, pero no debemos olvidar que además, paralela e independientemente de ellos, discurría por sus propios derroteros la represión extrajudicial. ¿Cómo hacernos una idea de su envergadura? En su popular exposición divulgativa sobre las actividades de la Cheká, M. Latsis nos da unas cifras referidas solamente a año y medio (1918 y la primera mitad de 1919) y que abarcan tan sólo veinte gubernias de la Rusia central («las cifras que presentamos aquí distan de ser completas», una parcialidad que quizá pueda deberse a esa modestia tan propia de los chekistas). Estos son los datos: fusilados por la Cheká (es decir, extrajudicialmente, al margen de los tribunales), 8.389 personas (ocho mil trescientas ochenta y nueve); organizaciones contrarrevolucionarias descubiertas, 412 (una cifra quimérica si tenemos en cuenta nuestra secular incapacidad para cualquier clase de organización, además del desánimo y la falta de cohesión entre la gente que caracterizan aquellos años); detenidos en total: 87.000 (esta cifra, en cambio, huele a rebaja).
¿Hay algo con lo que podamos confrontar estos datos? En 1907 un grupo de activistas sociales publicó una recopilación de artículos titulada Contra la pena de muerte (dirigida por Ghernett). Contenía una lista de todos los condenados a muerte entre 1826 y 1906. Los redactores concedían que la lista no era completa (aunque no presenta más lagunas que los datos recogidos por Latsis durante la guerra civil). La relación aportaba 1.397 nombres, de los que había que descontar 233 (por conmutación de pena) y los 270 que seguían con orden de busca y captura (principalmente, insurgentes polacos que habían huido a Occidente). Quedaban, pues, 894 personas. Teniendo en cuenta que dicha lista cubre un periodo de ochenta años, la cifra es 255 veces menor que la de los chekistas, quienes, además, incluyen menos de la mitad de las gubernias (y encima no tienen en consideración los abundantes fusilamientos del Cáucaso Norte y del Bajo Volga). Cierto que los autores de la recopilación dan a continuación una segunda cifra, esta vez estimada (seguramente de manera que corrabore sus propósitos), según la cual fueron condenadas a muerte (aunque ello no implica que fueran ejecutadas, porque con frecuencia se concedían indultos) 1.310 personas tan sólo en el año 1906. Se trataba precisamente del momento en que la famosa reacción de Stolypin cobró más intensidad (en respuesta a un terror revolucionario que se había desbordado). Sobre este periodo existe además otra cifra: 950 ejecuciones en seis meses. (La época de los consejos de guerra de Stolypin duró exactamente eso: seis meses justos.). Resulta horrible decirlo, pero para unos nervios tan templados ya como los nuestros la cifra se queda corta, porque si calculamos la cantidad que correspondería a la Cheká en medio año, nos seguiría dando el triple, y eso sólo en veinte gubernias, y además sin contar el resto de juicios y tribunales que también dictaban condenas a muerte." (p356)

La validez de la comparación se aviene poco con el sentido moral que debería impregnar íntegramente el texto: en cierto sentido, la diferencia cuantitativa no tiene porqué ser cualitativa cuando se habla de magnitudes que superan lo aleatorio o lo anecdótico.
El problema surge cuando, además, se manipulan las cifras o, mejor, simplemente se seccionan y recontextualizan de forma interesada sin que la exigencia de un alto sentido moral lleve a dar cuenta del motivo de esta interpretación.
Varias decenas de páginas más adelante, sentadas ampliamente las bases de la criminalidad extraordinaria del régimen bolchevique, Solzhenitsyn no tiene empacho en reconocer, cosa que podía haber hecho antes, que la cifra de ejecutados por el régimen zarista entre 1905 y 1908 fue de ¡2200! (p512), una cantidad sensiblemente superior a la que citó inicialmente para comparar su criminalidad con la del bolchevismo y en un lapso de tiempo lo suficientemente breve como para que se aproximara a los estándares de la sangrienta Cheka. Es evidente que si en el primer fragmento hubiera suprimido el periodo 1826-1906 por el de 1905-1908 la distancia no hubiera sido tan increíblemente beneficiosa para el benigno y tolerante zarismo.

Nota: Como muestra de esta relectura del zarismo como régimen tolerante (solo le falta decir democrático) encontramos esta extraordinaria apostilla a una carta cruzada entre Korolenko y Gorki: "Korolenko escribía a Gorki el 29 de junio de 1921: «Algún día la Historia dirá que la revolución bolchevique reprimió a los socialistas y a los revolucionarios sinceros con métodos idénticos a los del régimen zarista». ¡Ojalá hubiera sido así! Habrían sobrevivido todos. (sn)" (p59).

26 de abril de 2012

Solzhenitsyn y el exceso (IV): nazismo y bolchevismo



Comparar el nazismo con el bolchevismo/comunismo es pertinente siempre y cuando se sea cuidadoso con los parámetros respecto a los cuales se realice. No es lo mismo encarar ambos entramados ideológicos que las prácticas de los respectivos regímenes políticos, sus políticas educativas, sus producciones artísticas, etc. Pero Solzhenitsyn, preocupado por mostrar la verdadera realidad del totalitarismo bolchevique, no es cuidadoso al ponerlos en la balanza y desatiende los matices para no poner en riesgo su fantasmática. El problema es que, inadvertidamente, esa falta de atención al detalle acaba volviéndose en su contra y su empeño en aseverar el carácter criminal del bolchevismo, asimilándolo al nacionalsocialismo, es tan furibundo que, en ocasiones, comete grave e inadmisible imprudencia de ver una criminalidad mayor en el comunismo y exculpar al nazismo.


Tres ejemplos de esta comparación poco atenta a trazo fino y que acaba en afirmaciones esperpénticas:

a) La comparación entre la Gestapo y el MGB (antecedente del KGB):

"Es imposible evitar la comparación entre la Gestapo y el MGB: hay demasiadas coincidencias, tanto en los años como en los métodos. Más natural aún es que las comparen quienes han pasado por la Gestapo y por el MGB, como Yevgueni Ivánovich Dívnich, un emigrado. La Gestapo lo acusó de actividades comunistas entre los obreros rusos de Alemania; el MGB de contactos con la burguesía mundial. Tras comparar, Dívnich saca una conclusión desfavorable para el MGB: aunque en ambas partes torturaban, la Gestapo buscaba la verdad y, cuando la acusación quedó refutada, soltaron a Dívnich. El MGB no buscaba la verdad y cuando agarraba a uno no estaba dispuesto a soltarlo de sus garras (sn)." (p179-180)

Sabemos que al Departamento IV-B de la Gestapo dirigido por Eichmann la verdad no le interesaba en demasía, que sus métodos eran distintos, radicalmente distintos, de los del MGB y que auqellos judíos que caían en sus garras difícilmente se les soltaba en otro lugar que no fuera Auschwitz. Solzhenitsyn debería haberlo sabido y no dar pábulo a la opinión de Dívnich que hace suya. Tampoco otras secciones de la Gestapo se distinguieron por hacer de la investigación criminal y la búsqueda de la verdad su estandarte. Tan sólo la Kripo (Policía criminal) dirigida por el problemático Arthur Nebe (exterminador de judíos y conspirador antinazi al mismo tiempo) podía exhibir, con matices, esa pátina de respetabilidad. Que en una comparación como esta sea la Gestapo la que salga beneficiada dice poco de la objetividad de Solzhenitsyn.

b) La atribución del exterminio de más de dos millones de soldados soviéticos prisioneros de guerra en campos de prisioneros alemanes al propio Stalin y no al régimen nazi.

"De aquí y de allá van llegando poco a poco las explicaciones: la URSS no reconoce la firma de Rusia en la Convención de la Haya sobre prisioneros de guerra, por tanto no contrae ninguna obligación respecto al trato de los prisioneros, ni exige ninguna protección para los suyos capturados por el enemigo. La URSS no reconoce a la Cruz Roja Internacional. La URSS no reconoce a sus soldados de ayer: no le trae cuenta socorrerlos en el cautiverio (sn)." (p257)

La mayoría de los historiadores más documentados y ecuánimes de ese período sostienen que si más de dos millones de soldados soviéticos murieron de inanición en los campos alemanes durante los dos primeros años de la contienda no fue sólo, ni primordialmente, porque la URSS se desentendiera de ellos. Debe atenderse a una primera circunstancia: un ejército en desbandada y diezmado en los primeros meses y un régimen que se tambaleaba, difícilmente podían hacer mucho por sus prisioneros de guerra. Es difícil imaginarse a los trabajadores soviéticos en las fábricas de los Urales confeccionando paquetes de ropa, o alimentos, para los prisioneros cuando apenas pueden suministrar armas a sus combatientes (se dice que en Stalingrado, en algunos momentos, llegó a haber un fusil para cada diez soldados...). Por otro lado, aunque no hubiera sido así, los historiadores convergen en afirmar que la decisión de no hacerse cargo de los prisioneros soviéticos amparándose en que la URSS no había firmado la convención de La Haya, existió desde los primeros tiempos de la invasión alemana. La justificación encubre una decisión política que Raoul Hillberg ha documentado con claridad (hasta el extremo de demostrar que la muerte de millones de prisioneros de guerra se debió a la decisión de no alimentarlos y que, por ejemplo, también hubo un plan para exterminar a todos los soldados prisioneros de origen judío y sospechosos de simpatías bolcheviques, La destrucción de los judíos europeos, p366ss). Solzhenitsyn debería haber evaluado esta posibilidad antes de adjudicar tan taxativamente el crimen y eximir de él a unos nazis que, en su narración, se comportan extraordinariamente bien (!) con los prisioneros de guerra occidentales porque sí que habían firmado la Convención.

c) Finalmente, por lo patético, cabe citar, por ejemplo, la descripción de las vicisitudes del renegado Kaminski, SS-Brigadeführer y jefe de la SS Sturmbrigade R.O.N.A (Brigada de Liberación Nacional Rusa de las SS) que ilustra hasta qué punto el feroz anticomunismo puede llevar a cometer no sólo inexactitudes, valoraciones poco ajustadas a la realidad sino también evaluar moralmente de manera reprobable.

"La brigada de Kaminski, formada en Lokot, en la región de Briansk, se componía de cinco regimientos de infantería, un grupo de artillería y un batallón de tanques. En julio de 1943 se encontraba en una franja del frente cercana a Dmitrovsk-Orlovski. En otoño uno de sus regimientos defendió firmemente Sevsk hasta perder el último hombre: las tropas soviéticas remataron a los heridos y al jefe del regimiento lo llevaron a Ostras, atado a un tanque, hasta matarlo. Cuando la brigada hubo de retarse de Lokot, su región natal, lo hizo en una sola columna, con sus «millas y sus carros, formando un éxodo de más de cincuenta mil personas (¡ya podemos imaginarnos cómo peinaría el NKVD esta región autónoma antisoviética nada más entrar en ella!). Más allá de Briansk les aguardaba un largo y amargo periplo: esperaron en forma humillante a las puertas de Lepel, los utilizaron contra los guerrilleros y más tarde tuvieron que replegarse a la Alta Silesia, donde Kaminski recibió la orden de aplastar la insurrección de Varsovia y no fue capaz de desobedecer (sn). Partió con 1700 hombres solteros que llevaban uniforme soviético y brazaletes amarillos. Así era como entendían los alemanes todas esas escarapelas tricolores, el campo de San Andrés y la efigie de San Jorge Victorioso. Entre el ruso y el alemán era imposible que hubiera traducción, ni comunicación, ni entendimiento." (p304)

Solzhenitsyn olvida en su bucólica descripción que el "pobre" Kaminski se distinguió por su crueldad en la represión del levantamiento de Varsovia: saqueos, violaciones, ejecuciones en masa, torturas, asesinatos de mujeres y niños... Fue ejecutado por las propias SS por
crímenes de guerra (!) a instancias de Bach-Zelewski, el SS-Obergruppenführer encargado de dirigir la represión, aunque este episodio está por establecer indudablemente ya que, según otras fuentes, fue asesinado por orden de Himmler. 

Para hacerse una idea de las implicaciones morales de la benévola estampa ofrecida por Solzhenitsyn, otro escritor de menor talla pero algo mejor informado hace una breve reconstrucción de la figura de Kaminski algo más ajustada a lo que los historiadores han reconstruido. Se trata del celebrado (!) y sensacionalista Sven Hassel que en Commando "Reichsführer" Himmler escribe:


"La carencia de formación militar del llamado teniente coronel Oskar Dirlewanger y del maestro de escuela ucraniano Miczyslaw Kaminski eran compensadas por una inimaginable rivalidad de terribles crueldades. Incendiando y asesinando como salvajes, las brigadas SS de estos dos forajidos avanzaban hacia el centro de Varsovia. Todo cuanto se encontraba en su camino -polacos e incluso alemanes del Ejército- era exterminado.
Dos pirámides de cabezas cortadas señalaban el Cuartel General de Kaminski. En cuanto a Dirlewanger, coleccionaba manos cortadas. Horrorizado, el general Hans Guderian, mayor general del Ejército, protestó cerca de Hitler y exigió no sólo la retirada inmediata de Varsovia, de las Brigadas SS, sino también la comparecencia, ante un Consejo de guerra, de sus dos jefes. De lo contrario, el general Guderian amenazó con presentar su dimisión en el propio campo de batalla.
El jefe de brigada SS Fegerlein, pariente de Eva Braun, amante de Hitler, informó también a Hitler que los sádicos individuos reclutados por Dirlewanger y Kaminski eran, simplemente, criminales de Derecho común, y que sus acciones superaban, en horror, a todo cuanto habían visto en las guerras precedentes. Si no se ponía fin a tales cosas, éstas arrojarían una mancha indeleble sobre el honor del Ejército alemán.  
A regañadientes, Hitler accedió y ordenó a Himmler la retirada de las dos Brigadas, que serían remplazadas por una División de Waffen SS. Sólo entonces aceptó capitular el general Bor-Komorovski. Pero Himmler mantuvo secretamente a sus órdenes a ambas Brigadas. 
El oficial SS Morgen, encargado, por el Consejo de guerra, de efectuar una investigación sobre los antecedentes de Kaminski y de Dirlewanger, desapareció sin dejar rastro
. El 23 de diciembre de 1944, una bala, disparada, sin duda, por orden de Himmler, dio muerte a Kaminski, el cual se había convertido en un testigo incómodo. En cuanto a Dirlewanger, fue hecho prisionero, a finales de febrero de 1945, por los partisanos polacos, quienes lo asaron a fuego lento." (p383).

Del cruel asesino Kaminski de Hassel al Kaminski perseguido por los bolcheviques que salva a sus fieles del exterminio y que no es capaz de desobedecer la orden de aplacar la insurrección de Varsovia en la que, al parecer y con lo prolijo en detalles que es Solzhenitsyn, no sucedió nada digno de mención que no fuera una batalla militar, media demasiado moralmente hablando por no entrar en cuestiones de conocimiento histórico...

Tres muestras más de los excesos de Solzhenitsyn.

25 de enero de 2012

"La tumba de Lenin"


El libro de David Remnick, La tumba de Lenin, le ha acompañado a uno estos últimos días de enfermedad. Es un libro más sesgado, tosco y menos sofisticado en sus análisis que, por ejemplo, La gran transición de otro periodista, este español, Rafael Poch-de-Feliu. Pulitzers aparte. Con todo ha sido una lectura agradable e instructiva.

Uno no puede estar seguro de que las citas reproducidas en el libro sean correctas (la mayoría no conllevan referencia académica adecuada y la traducción al castellano se hace sobre la del inglés que, a su vez, se ha efectuado sobre el original ruso) pero alguna de ellas resulta escalofriante y tiñe de sombras la figura de Lenin que una buena parte de la tradición marxista ha procurado mantener pura e incontaminada cargando sobre las espaldas de Stalin los excesos criminales del totalitarismo bolchevique.

Así, por ejemplo, el comisario de justicia de Lenin, Nikolai Krylenko, afirmó según Remnick: "Debemos ejecutar no sólo a los culpables. La ejecución de personas inocentes impresionará aún más a las masas" (p756).

Asimismo, el uso del concepto de "campo de concentración" es atribuida por Remnick a Lenin y Trotsky: "... los primeros europeos que utilizaron el término 'campo de concentración' fueron Lenin y Trotsky, y fueron también los primeros en poner en práctica el concepto. Tres meses después de que Trotsky utilizara el términ, el 9 de agosto de 1918 Lenin envió un telegrama al Comité Ejecutivo de Penza, exigiendo que los dirigentes rojos locales iniciaran 'una campaña de terror contra los kulaks, sacerdotes y guardias blancos; hay que confinar a todos los elementos sospechosos en un campo de concentración en las afueras de la ciudad'" (p456).

Con cientos de páginas dedicadas a poner en su sitio al sistema soviético, a la ideología que le sirvió de su base y a aquellos que lo dirigieron, al menos el bueno de Remnick ha tenido la honradez de confesar que una gran parte de la antigua intelligentsia disidente de la época soviética y amplias capas de la población no vivieron el tránsito al capitalismo precisamente con entusiasmo, lo cual es de agradecer para compensar un poco tanto fervor por Yeltsin y el modo de vida occidental:

"Uno o dos años de exposición a la publicidad norteamericana han conseguido lo que no lograron hacer décadas de propaganda comunista: causar indignación auténtica en parte de las personas honradas ante los excesos del capitalismo. Pero la intelligentsia está desconcertada ante todo esto y es incapaz de proporcionar orientación moral: 'Lucharon por una nueva vida y resultó que esa vida les decepcionó'" (p802).

21 de noviembre de 2011

El totalitarismo según Heydrich y Laurent Binet


De la lectura de HHhH de Laurent Binet, un interesante ejercicio sobre las condiciones de posibilidad del pacto de lectura de la ficción, retiene uno dos interesantes citas atribuidas a Heydrich. La primera ilustra una excelente comprensión del principio "filosófico" del totalitarismo. La segunda, sirve de amparo a un par de notas que uno ha dejado por aquí sobre la vertiente adoctrinadora de la docencia y el uso que el totalitarismo nazi hacía del deporte.

Sobre la naturaleza del totalitarismo:

"En un sistema de gobierno totalitario moderno, el principio de la seguridad del Estado no tiene límites, por tanto el responsable que asuma esa carga debe obligarse a poseer un poder prácticamente sin trabas" (p55)

Sobre docentes y deporte:

"Es esencial ajustar cuentas con los profesores checos, porque el cuerpo docente es un vivero para la oposición. Hay que destruirlo y cerrar los institutos checos. Naturalmente, habrá que hacerse cargo de la juventud checa en algún lugar donde se la pueda educar fuera de la escuela y arrancarla de esa atmósfera subversiva. No veo mejor lugar para ello que un campo de deporte. Con la educación física y el deporte, nos aseguraremos a la vez un desarrollo, una reeducación y una formación" (p245).

11 de octubre de 2011

Docencia y adoctrinamiento (y II)


Tanto el socialismo utópico, como el anarquismo, como el marxismo, pusieron entre paréntesis la pureza de la figura del docente. Marx, por ejemplo, en su Crítica del programa de Gotha llamaba a sustraer la escuela de la influencia del gobierno y la Iglesia y consideraba que en el modelo educativo burgués el Estado educaba al pueblo en los valores burgueses valiéndose de los docentes. Y Lenin ya extraía la consecuente lección de esta concepción, más vinculada al adoctrinamiento que a la emancipación, del docente:
"Hay que reforzar sistemáticamente el trabajo de organización de los maestros nacionales para que, en vez de puntal del régimen bugués, como son hasta hoy en todos los países capitalistas sin excepción (sn), se conviertan en puntal del régimen soviético" (3 de noviembre de 1920).

Más contemporáneamente, el postestructuralismo, refinó su crítica a la posición adoctrinadora del docente llegando en algunos casos (Althusser) a considerarlos elementos no sólo comprometidos con la reproducción del modo de producción capitalista al mismo nivel que policías o periodistas sino como el mismo corazón de aquélla o, como Foucault, a asimilar cárcel, fábrica y escuela y homologar la función social de los docentes con las de los celadores, carceleros o capataces de fábrica.

Hoy día, parece que la deriva de la izquierda realmente existente y la de los profesionales de la revolución está minusvalorando, nuevamente, el papel adoctrinador del docente que, a juicio de uno, es tan inseparable de su función como el otro.

Por ello bueno es recordar que, por ejemplo, la "bestia totalitaria" encontró uno de sus caldos de cultivo más apropiados en el estamento docente. Escribe, por ejemplo, Katrin Himmler en su ensayo Los hermanos Himmler. Historia de una familia alemana a propósito del porcentaje de afiliación al Partido Nazi en los distintos grupos sociales:

"Las estadísticas oficiales del 1 de enero de 1935 muestran una afiliación del 7,3% para todos los grupos de la población activa. Superaban el promedio los empleados por cuenta ajena, que suponían el 12%; los funcionarios, que eran el 20% y los profesores, entre los cuales la tasa llegaba incluso al 30%" (p192).

Sin exagerar, conviene recordar las dos caras de la docencia y estar atentos a la tentación adoctrinadora: flota en el ambiente...

8 de octubre de 2011

Docencia y adoctrinamiento (I)


En la tradición hegemónica en la llamada cultura occidental, la figura del docente, del maestro, ha estado fuertemente ligada, desde Platón y su construcción literaria de "Sócrates", al ideal de la liberación, la ilustración y la sabiduría: a algo que, salvando las distancias, podría denominarse "emancipación".

Tanto escolásticos, como renacentistas, ilustrados o románticos ahondaron mayoritariamente en esta relación aunque también surgieron algunas voces discordantes (como la de Lutero, por ejemplo). Sin embargo, en general, la tendencia dominó por cuanto, además, parecía congruente con la experiencia subjetiva de aquellos seres humanos de las clases con acceso a la escritura y la lectura que vivieron las enseñanzas de algunos de sus maestros como una apertura liberadora al conocimiento y el mundo.

No será hasta la emergencia del proletariado como clase y las doctrinas de las que algunos grupos de éste se dotaron para legitimar su lucha por el poder político que el papel del maestro, del docente, sufrió una erosión generalizada.