Ya han pasado suficientes días como para emitir un juicio mesurado sobre lo que aconteció en Barcelona el 11 de septiembre. En la modesta opinión de uno:
- Fue una manifestación claramente soberanista mediante la cual la opción independentista se visualizó a sí misma como capaz de arrastrar a una mayoría de catalanes;
- en ella se mezclaron soberanismos esencialistas, racistas y románticos con otros racionales, inteligentes y pragmáticos;
- como escribió en su
Blog Jordi Ramírez, fue una evidente demostración de "entusiasmo" social;
- el nacionalismo volvió a mostrar su raíz religiosa y su capacidad de substituirla con eficacia: la lucha de clases, las desigualdades sociales, las distintas formas de explotación y opresión social desaparecen del horizonte ante la llamada de la patria;
- la cobertura mediática de TV3 emuló sin problemas a Intereconomía culminando esa trayectoria descendente que comenzó con el tripartito y que hace añorar aquellos tiempos de informativos equilibrados y cosmopolitas ya perdidos. La televisión pública catalana se mostró como una televisión
à la Berlusconi más, algo que uno creía propio, como mucho, de TVE.
A partir de aquí, unas breves reflexiones:
- Junto al "entusiasmo" miles, puede que algún millón, de catalanes sintieron "miedo", tanto como el "entusiasmo" desbordado de los manifestantes;
- el discurso independentista dominante se ha instalado en una absurda lógica de la inmediatez autocontradictoria que conducirá, inevitablemente, a la violencia, sea de baja intensidad (desobediencia civil, violencia callejera) sea en forma de lucha armada. No se puede pretender una secesión amistosa de España en unas semanas o meses: se necesitaría un proceso de negociación, compensaciones mutuas, acuerdos bilaterales, etc. que llevaría -como poco- quizás diez o quince años para arreglar los flecos enormes que una relación prolongada provoca (inversiones, balanzas fiscales, amortizaciones, pensiones de los funcionarios que han vivido y trabajado en Catalunya con titularidad estatal, pactos comerciales, etc.). Si se quiere la independencia en unos meses, la ruptura no será amistosa y quizás no haya ni ruptura posible;
- sólo en un pequeño bloque de unos segundos, TV3 se hizo eco de las declaraciones de la Comisión Europea poniendo en solfa algo que aquí se da por hecho en esta amalgama de entusiasmo y religiosidad: un nuevo estado quedaría fuera de la Unión Europea y debería solicitar su entrada como miembro, para lo cual se precisaría la unanimidad de todos los miembros. Si la ruptura no es amistosa y negociada, ¿alguien en su sano juicio cree que España votaría que sí? ¿Y qué decir de Francia? Pues en el planteamiento más radical de los independentistas, Catalunya es sólo un paso hacia "els Països Catalans" que incluyen Valencia, Baleares y el Rosellón francés...
- finalmente, nadie parece advertir que un hipotético referéndum precisaría, como estableció como marco de referencia el tribunal supremo de Canadá
que aceptó la posibilidad de la secesión del Quebec, una "clara mayoría" que, francamente, no puede cifrarse, como muchos están haciendo, en un 50,1%.
Como señaló Joan Herrera, de ICV: "'Necesitamos mayorías del 70% o del 80 %, no queremos un país partido por la mitad», advirtió. El dirigente ecosocialista aseveró de
que sería perjudicial intentar ejercer el derecho a la autodeterminación
sin una mayoría amplia de la población y, visto que ese horizonte no
está a la vuelta de la esquina, planteó que se continúe apostando por el
pacto fiscal'". De esta "clara mayoría" los independentistas y el Govern no hablan...
"
Tot plegat" como se dice en catalán, huele a engaño y utilización, a desviación, aventurerismo y falta de racionalidad de la clase política de estos pagos. Tanto ellos como los creadores de opinión, protagonistas de los medios y los actores de la sociedad del espectáculo se frotan las manos con unos pingües beneficios que han dejado de obtener del Estado español en quiebra y que, creen y esperan, objetivamente, que un Estado catalán les proporcionará y para ello rehuyen hablar claro y sensatamente.
Esto presagia violencia...
Mientras tanto, para la inmensa mayoría de los que siguen como borregos esta sospechosa empresa (y de aquellos otros borregos los que se envuelven en la bandera española para oponérseles) cabe decir lo que escribe Arno Schmidt:
"'El pueblo' es de una ignorancia crasa. Por eso se deja embaucar tan fácilmente. Cuando escucho un discurso del Führer no puedo dejar de pensar automáticamente en Agamenón, Pericles, Alejandro, Cicerón, César, sin olvidar a Cromwell, Napoleón y los héores de las guerras de la independencia; sí, no puedo dejar de compararlos. Todos son iguales, todos dijeron: '¡No reconozco ningún aprtido!, ¡estoy por encima de los partidos!'. ¡Todos iguales! Y en sí misma, toda esa retumbante charlatanería podría ser divertida. Pero 'el pueblo' cree a pies juntillas que nunca hubo un fenómeno semejante bajo el sol, sin ver las consecuencias que sin embargo son previsibles. ¡En lugar de pensar en los millones de infelices que pagaron el pato en el curso de los siglos y de alejar a esos charlatanes de feria a puntapiés en el trasero! Pero en definitiva, cada cual es responsable de su propia ignorancia" (
Momentos de la vida de un fauno, trad. de Luis Alberto Bixio, p50)