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17 de junio de 2018

Una primavera nietzscheana

Lo que debía ser un retorno más o menos rápido se ha convertido en una demora de más de cuatro meses. ¿El motivo principal, aparte de los apremios laborales? Lo que debía ser una rápida lectura de Más allá del bien y del mal para buscar un texto que creía recordar y con el tenía pensado comenzar a armar la reflexión sobre ética y política, tras experiencias como las de los últimos años en Catalunya, lecturas como la sorprendente, por inesperada, demoledora e incómoda, Los ángeles que llevamos dentro de Pinker, o la revisión de abundante literatura de todo tipo, eso sí traducida, sobre la URSS y el bolchevismo, se ha acabado transformando, o transmutando, en una relectura de la obra de Nietzsche treinta años después de la inicial.

En los ochenta uno leyó al de Sils-Maria belicosamente, buscando en sus textos las huellas de una arqueología del nacionalsocialismo y su compromiso con el "Asalto a la razón" que el marxismo-leninismo que uno profesaba parecía defender a ultranza. El encontronazo fue virulento, hasta desagradable: su lectura fue un suplicio, una fuente de malhumor y una cosecha de motivos para despreciarlo. No ayudó que nociones como las de "matiz", "gusto", "estilo" o "aristocracia" desempeñaran un papel tan central en su pensamiento y contrastaran de una forma tan violenta con el rigor conceptual, con la pasión por la estructura aséptica y el sistema, con la tradición de conceptos "fuertes", duros y compartidos por toda una tradición de debate, que su peculiar tipografía o su personalísima puntuación fueran tan extrañas a los usos habituales de la historia del pensamiento o que su discurso no obedeciera la tipología dominante de los géneros: era fácil comprenderlo "fuera" de las reglas racionales, del sentido común y del pensamiento filosófico, como un demente genial que construyó una obra excéntrica y excesiva. Además, leyendo El Anticristo y La genealogía de la moral deprisa, descontextualizadamente y con la innegable intencionalidad de encontrar bajo el suelo de "lo dicho" aquello "no dicho" que concordara mejor con los propósitos interpretativos, no costó demasiado encontrar esos restos y despachar su obra con ligereza como un irracionalismo reaccionario e inequívocamente protonazi (tenía, entre los subrayados realizados en aquella época, la frase "Un judío más o menos - ¿qué importa?...", comentada de manera prolija e insultante: no la entendí y la interpreté torticeramente atribuyéndole un sentido que no tenía en absoluto).

Treinta años después, aun reconociendo la pertinencia de la lectura irracionalista y reconociendo que algunos pasajes eran susceptibles de una fácil apropiación por los ideólogos nacionalsocialistas, ha aparecido otro Nietzsche, fascinante y complejo. No un negador de la razón ("La enfermedad fue la que me condujo a la razón", Ecce homo, trad. de Andrés Sánchez Pascual, p41) y la verdad sino un pensador sutil y sofisticado cuya escritura es solidaria de su pensamiento no sólo como armazón o mera expresión sino como construcción, constitución, producción. La experiencia de cinco meses releyendo, y en más de un caso leyendo por vez primera, sus obras, ha sido comparable a la que a uno le suscitó la de Ser y tiempo de Heidegger o la Ciencia de la Lógica hegeliana: una interpelación de enorme magnitud que a uno le puede afectar no sólo en tanto sujeto o individuo sino incluso en su calidad de persona concreta, con nombre y apellidos, nacionalidad, sexo, edad y clase social; un camino interpretativo y reflexivo tan integral como absorbente; un internamiento en paisajes desconocidos e incómodos; un alojamiento a pensión completa entre su prosa, sus figuras y sus audacias capaz de extraerle a uno de toda cotidianidad. Una "vivencia" intensa, radical.

Ahora, acabando sus últimos textos (quedará al margen su correspondencia), seguramente será posible reanudar el esclarecimiento propuesto meses atrás, aunque se haya complicado y requiera nuevas tareas. En cualquier caso, espero publicarlo a partir de septiembre.

3 de febrero de 2012

Nieztsche en Indianapolis (I)

(Una reflexión dedicada a Paul Cahill)

Una de las virtudes del modelo interpretativo que Nieztsche expuso en El nacimiento de la tragedia, la oposición entre lo apolíneo y lo dionisíaco como esquema de categorización ontológico, es su versatilidad. Tan flexible, tan simple y tan acorde con los estados de cosas del mundo, se puede prolongar como marco hermenéutico para casi cualquier universo factual y su eficacia lo ha convertido en un "lugar común" del pensamiento en nuestras sociedades. Vale "para un roto y un descosido".

Una muestra de esta ductilidad se le ha aparecido a uno esta mañana pensando en el acontecimiento del próximo domingo y el "corazón partido" que le provoca: la final de la XLVI Super Bowl entre los New England Patriots y los New York Giants. "Fan" de los Giants desde hace muchos años, uno saludó con entusiasmo - tras haber afirmado contra viento y marea que así sucedería - el triunfo de estos sobre los arrogantes Patriots hace cuatro años, el año en que Tom Brady y los suyos consiguieron el anhelado undefeated, la imbatibilidad durante la regular season de 16 partidos que nadie más ha logrado hasta ahora. Los bellos y elegantes Patriots que hacían historia viva batidos por los inexpertos, advenedizos y toscos Giants... Perfecto.

Sin embargo, esta vez la lealtad de uno está dividida. Tras la grave lesión que Brady padeció hace tres años, la errática política de personal de los Giants y el retorno del "malvado" Michael Vick, las afinidades y predilecciones se desplazaron. Los de New York encadenaron tres campañas frustrantes, el equipo de Vick se convirtió en la gran atracción (el Dream Team lo llamaron este año) y el "divino" Brady perdió protagonismo, aunque el pasado curso fuera proclamado unánimemente el mejor jugador de la Liga, porque su equipo no funcionaba. El marido de Giselle Bundchen, el deportista del año de Sports Illustrated, el mejor atleta masculino de Estados Unidos para la Associated Press, parecía condenado a quedarse para siempre en los arrabales del Olimpo donde habita Montana. Al tiempo, los Giants volvían al ostracismo y los tiempos de Vick parecían anunciarse.

Y entonces, cuando el astro perdió brillo, a uno le empezó a caer bien y a leer de otra manera su arrogancia permaneciendo fiel a los neoyorquinos: a leerla como un ejemplo viviente del apolíneo falocentrismo cuyo tiempo está caducando.

8 de mayo de 2010

8 de mayo de 2010: ¿es el relativismo una nueva forma de "asalto a la razón"? (II)



Entendámonos. El texto no es una pura nada sobre el cual se efectúen infinitas lecturas posibles. Ni en una formulación extremadamente constructivista como la de la Teoría Empírica de la Literatura de Schmidt se acepta semejante barbaridad que goza de gran predicamento entre los seguidores más fanáticos -y menos avezados en el matiz- de los Cultural Studies o la postmodernidad más patibularia.

Schmidt, por ejemplo, considera que los textos, las "bases de significado", operan como "disparadores" de procesos cognitivos de los individuos para realizar atribuciones de significado de acuerdo con factores sociales. No obstante, esta "construcción" social del significado debe ser entendida en su sentido más obvio. No como una reducción del texto a un vapor del que puede decirse cualquier cosa sino como la reafirmación de que el significado de los términos depende de su uso, de su intercambio social, como ya enunció Wittgenstein. Ya está. Schmidt no va más allá.

El texto permite ciertas atribuciones de significado pero no otras. Las "bases" tienen un núcleo semántico que, evidentemente, es pragmático pero no por ello es pura vacuidad debido a su historicidad. Para entendernos: las palabras y las oraciones que componen un determinado texto tienen determinados significados posibles a partir de su uso, cambiante, histórico, pero no están desprovistas de nota semántica alguna.

Así pues, algo hay en los textos que debería hacer posible afirmar algunas proposiciones y no otras (aunque para algunos postmodernos eso es una restricción a la jouissance y la infinita productividad del texto, una represión "fascistoide").

Algo debe haber, consecuentemente, en los textos de Nietzsche que permitió su uso sesgado por el nazismo. De la misma forma que algo "no hay" en los textos de Einstein (y no me refiero a los enunciados de la teoría de la relatividad) o de Groucho Marx que ha hecho difícil, por no decir imposible excepto en alguna parodia delirante, su uso por parte de movimientos totalitarios.

De la misma forma, me temo, algo hay en la posmodernidad y en el postestructuralismo francés más radicalmente relativista que da munición a ese pensamiento reaccionario que iguala el Creacionismo con Darwin, el Génesis con la teoría del Big Bang o el chamanismo con la ciencia médica y propone un multiculturalismo que homogeneiza y substancializa ese constructo llamado "cultura" etiquetando algunas como "opresoras", "genocidas" o váyase usted a saber qué, y extendiendo certificados de culpabilidad -o inocencia- colectiva.

6 de mayo de 2010

6 de mayo de 2010: ¿es el relativismo una nueva forma de "asalto a la razón"? (I)



Pensaba uno el otro día, perezosamente, si el relativismo feroz que se ha apoderado de cierta izquierda no sería otra nueva forma de "asalto a la razón" como la que el viejo Lukács denunció hace ya muchos años a propósito de Nietzsche.

No abundé mucho. Hacía un día de sol limpio y tibio, un día de sol de primavera en Barcelona tras otro larguísimo invierno, como el del año pasado -muy lluvioso y frío-, y no era cuestión de aguarlo haciendo filosofía de bolsillo.

Tan sólo me inquietó pensar con qué facilidad hace años ventilé la crítica de Lukács a Nietzsche, y al irracionalismo, con un argumento ad hominem: ¡era un estalinista! (lo cual, dicho sea de paso, afirmado así, es una tosca falsedad). Recuerdo que también argüía por entonces que no era inherente a la doctrina de Nietzsche, ni a otras "irracionalistas", la apropiación nacionalsocialista como lo probaba la relectura que el postestructuralismo francés, claramente revolucionario pensaba, había realizado de su obra.

Ya... Han pasado algunos años y aunque es evidente que uno se ha hecho mayor creo que no se puede adjudicar únicamente al paso del tiempo una evaluación más ponderada de algunos autores o de ciertos principios teóricos.

No tengo tan claro que no hubiera nada en el pensamiento de Nietzsche que no hiciera posible la deriva nazi. Como tampoco tengo tan claro que el postestructuralismo francés o más ampliamente, el discurso postmoderno sea, "en sí", intrínsecamente beneficioso para el ideal moral de una eticidad tentativamente universal sustentada en la justicia social, la libertad o la lucha contra el sufrimiento. Y mucho menos que sea "revolucionario" en el sentido político del término -aunque bien mirado eso, para uno, en estas circunstancias, casi es algo a su favor dado el curso que siguieron las "revoluciones" durante el siglo pasado.