29 de septiembre de 2015

Recuerdo


Diez años de la muerte de mi padre. Muy lejana pero, al mismo tiempo, todavía cercana. Este año, de hecho, más cerca que otros y, sin embargo, si no deja uno constancia por escrito de la persistencia del recuerdo parece como si se debilitara inexorablemente hasta perderse.

28 de septiembre de 2015

De Gsús, Jordi y Eduardo




La tensión que se ha vivido estos días en Catalunya ha hecho que dejara en el tintero para cuando hubiera un poco más de sosiego, hoy por ejemplo, que Gsús Bonilla me envió ya hace unos días su último manuscrito, Viga, para que hiciera una lectura crítica como hice en el pasado con otros textos suyos: un honor y un placer. Y hoy he recibido otro correo suyo informando de la publicación de Gsusitos, una colección de haikus escritos entre 2013 y 2014, que se puede descargar gratuitamente aquí, y que se presentará el próximo 3 de octubre a las "19:30h, dentro la programación de 'A Sangre' (Feria de mercado libre editorial), en la Fundación veintiséis de diciembre, calle Amparo 27, Madrid". Envidiable productividad, de verdad.

También hace unos días Jordi Alsina, a quien por cierto tengo muchas ganas de ver, comunicaba por correo electrónico que tiene nuevo proyecto de micromecenazgo en marcha: (A)ïllat, un conjunto de relatos y artículos sobre Creta y Grecia a partir de su experiencia durante más de siete años en aquellas tierras. Buen observador de la realidad helénica y dotado para la reflexión atenta a los detalles y los matices, estoy convencido que el volumen será cualquier cosa menos insustancial. Se puede contribuir a la publicación del volumen aquí.

P.S: Por cierto, nada mejor que charlar con Eduardo Moga, esta mañana en una terraza de la Plaça del Sol, sobre lo sucedido ayer y en los últimos meses en el Principat, para cubrir con un manto de humor y distancia crítica algo que, visto desde tan cerca, no tiene ni la más puñetera gracia.

27 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (23/09/2015 - y III)


Si fallan los ciudadanos, si renuncian a ejercer su posible condición de tales para acomodarse al estado de súbditos, la democracia representativa se tambalea decisivamente más cuando sus otros pilares también trastabillean: el estado de derecho que debería dotarla de contenido se halla amenazado por un desarrollo cada vez más poderoso de las legislaciones de emergencia que cercenan, cuando no suprimen, derechos básicos y por leyes ad hoc que salvaguardan los privilegios de los grupos dominantes; y, asimismo, el estado del bienestar - o cualquiera de las formas alternativas de estructuración de algún tipo de justicia social que aproxime la igualdad ideal ante la ley a una igualdad "real" - está severamente debilitado por los límites que le impone el capitalismo y los propios déficits y excesos del intervencionismo estatal. Pero, con todo, es pensable que la democracia representativa pudiera oponer una seria resistencia a las quiebras de la legalidad y la mengua de la justicia social si los dos polos de la participación de los ciudadanos funcionaran debidamente. Pero a la pérdida de responsabilidad crítica de los representados se une el paulatino desvanecimiento de cualquier regulación moral de sus representantes. Y convendría no engañarse: la democracia real como forma sustantiva de organización política de una colectividad que exceda el tamaño de una aldea no es posible. No hay democracia sin representación, delegación, como mostraron en su momento, también, incluso los soviets. No hay democracia sin representantes que representen. Y si estos se desentienden del mandato de sus electores o supeditan a la consecución de sus objetivos cualquier medio, legítimo o ilegítimo, moral o inmoral, que haya que utilizar sin limitación alguna, el endeble edificio acabará derrumbándose aunque conserve la fachada.

Sin ánimo de ser exhaustivos sino sólo sintomáticamente, es decir, metonímicamente ¿Tienen nuestros representantes alguna limitación ética a la hora de conseguir sus fines suponiendo que sean indiscernibles de los de sus representados? El ejemplo del carácter plebiscitario de estas elecciones catalanas es palmario: los secesionistas convocan un "plebiscito" pero ya han declarado que no se atendrán realmente a él pues están dispuestos a proclamar la independencia aunque no consigan la mayoría absoluta en votos (¡menudo plebiscito!) y menos aun una mayoría cualificada (entre un 53 y un 60% que sería lo lógico, democráticamente hablando). Por su parte los unionistas y españolistas niegan con la mayor desfachatez posible el carácter plebiscitario de los comicios pero si al final los secesionistas no llegan al 50% de los votos o no consiguen la mayoría absoluta de escaños proclamarán que ha sido, en efecto, un plebiscito contra la independencia. No hay respeto ni por los representados ni por los principios razonables y honestos de una democracia representativa. ¿Qué cabe esperar?

Sin embargo, ¿son las elecciones de hoy en Catalunya una mera cáscara vacía? ¿Es una ilusión que nuestro voto decida la evolución futura de los acontecimientos? ¿Es la secesión de Catalunya realmente, tal y como lo proclaman los publicistas de "Junts pel sí", una "revolución" (!) que está en nuestras manos? Casi todos tenemos la impresión de que es así ¿Somos presa de un espejismo?

¿Y si aquí (en Catalunya y en España, o al revés, "tanto monta monta tanto") la democracia representativa es, desde hace tiempo, puro andamio, puro espectáculo que fabrica pseudoacontecimientos para nuestro consumo que aplaudimos entusiásticamente pues hace años que no somos más que súbditos y nuestros representantes meros administradores, cuando no miembros de pleno derecho, de la oligarquía dirigente?

25 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (23/09/2015 - II)

 

Podría parecer que hablar de "degradación rápida y mortal" de la democracia, aunque sea en su actual forma tutelada y administrada, sería caer en ese milenarismo apocalíptico que tanto se ha criticado en este cuaderno. Y, efectivamente, existe ese riesgo, no cabe negarlo. Tan sólo puede aducirse a modo de disculpa que no se asume como indefectible, cierto e inevitable, sino como tendencia que podría ser reversible aunque quepa ser pesimista al respecto. En todo caso, su fundamento no es otro que una selectiva aplicación del principio de inducción histórica (ejemplos no faltan para apoyar este juicio pese a no bastar para otorgarle más que una condición de creencia razonable) al que va parejo una consideración muy poco optimista de los seres humanos en esta época histórica. No es mucho pero en menos se apoyan secesionistas y españolistas y campan a sus anchas por cadenas, periódicos, tertulias, aulas universitarias y librerías "a ver quién la dice más gorda".

En cualquier caso, uno ve tantos ejemplos de renuncia a ejercer la reflexión crítica, el momento negativo, que es de temer que el proceso de decadencia de la reciente democracia representativa peninsular sea mucho más intenso y rápido que el que se pueda dar en Francia o Inglaterra y la tentación totalitaria, bien sea radicalmente descarnada, tecnocrática o populista, más irresistible aquí que en el Septentrión.

Dos ejemplos que uno retiene de estos días a modo de símbolo de otros muchos en este "corto (para algunos largo) verano de la secesión catalana".

La semana pasada, N., compañera secesionista etnicista aunque ella crea que no (tiene debilidad por los subsaharianos y palestinos pero no por los israelíes ni los norteamericanos), que tiene estudios universitarios (dos carreras) y ha sido educada, al menos superficialmente, en los principios ilustrados, ante una reflexión del que escribe acerca de sus dudas sobre la capacidad de una Catalunya independiente de sufragar desde el primer mes sueldos públicos y pensiones espetó a voz en grito desde el otro lado de la sala en la que departía con dos amigos sobre el tema: " ¡¿Tu també amb el discurs de la por?! ¡Apa!" ("¡¿Tu también con el discurso del miedo?! ¡Venga ya!"). No hubo manera de evaluar el riesgo con ella: cualquier duda era el fruto del "discurso del miedo" españolista. Hace tiempo que ha renunciado a una valoración individual y propia de la opción política de la secesión y no tiene ningún interés en discutir y argumentar al respecto: no hay lugar para la deliberación desapasionada; es "perder el tiempo". Cobraremos más, mejor y antes que unos españoles que se arruinarán sin nosotros.

Unos días antes F., un amigo españolista furibundo, doctor y con textos publicados, también educado con la pátina ilustrada, se negaba a aceptar que el Gobierno español tal vez debería haber tomado el "toro por los cuernos" y haber convocado un referéndum vinculante. Eso era "chantaje". Además todo el asunto catalán se desinflaría tarde o temprano porque "a los catalanes sólo les preocupa la pela y son cobardes": como se ha visto a lo largo de la Historia," a la hora de la verdad ceden para salvaguardar sus privilegios". No hubo forma, tampoco, de evaluar el supuesto de que existan "pueblos" dotados de caracteres invariables. Ni el ejemplo del fin de la histórica hostilidad entre franceses y alemanes, desde principios del XIX hasta mediados del s. XX y ahora firmes aliados, ni otros, fueron tomados en consideración. España ni se puede ni se debe romper: no hay nada que analizar ni debatir.

Ambos han renunciado a someter sus pasiones al tribunal de la razón para atemperar su unilateralidad. Han abandonado el enpeño de usar por sí mismos su entendimiento sin la guía de otros, en este caso de sus líderes "nacionales".

Si ellos, como otros muchos, instruidos - aunque no fuera en profundidad - en los principios ilustrados desisten voluntariamente de su condición de ciudadanos autónomos para convertirse en ciegos servidores de sus "ideales patrios" ¿qué puede esperarse de todos esos millones que ni siquiera saben qué es la Ilustración y siempre han preferido dejarse conducir que luchar por seguir su propio camino por muy poco lejos que éste les lleve? ¿Sostendrán una democracia mínima que siga intentando - con poca fortuna en el actual contexto capitalista - hacer realidad su ideal o la sacrificarán ante el altar de sus deidades?...

23 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (23/09/2015 - I)


Es probable que el desenlace del "contencioso" catalán tenga que ver, como casi siempre, con las dinámicas geopolíticas y económicas internacionales pero para aquellos que vivimos en el "interior" del conflicto parece que la suerte dependa, en cierta medida, de nuestra actitud: nuestra toma de partido, nuestra lucha, nuestro voto...

Desde esta perspectiva, la salud, calidad y eficacia de la democracia formal, representativa o burguesa, llamémosla como se quiera, no es un asunto baladí cuyo expediente se pueda solucionar acudiendo a su "idealidad", su carácter ideológico o su carácter regulativo o desiderativo: es la democracia que hay, la efectivamente existente, y aunque ni siquiera se aproxime al ideal planteado por la Ilustración en el s. XVIII, su desarrollo, conservación, pervivencia o decadencia, es crucial para mantener como mínimo la ilusión de nuestra capacidad de intervenir en la evolución de los acontecimientos histórico-sociales presentes y futuros o puede que algo más pues quizás la Historia no sea un proceso sin sujeto aunque parece poco verosímil que su sujeto seamos todos y cada uno de nosotros: a lo mejor nuestra acción es una variable más que, en determinados momentos, juega un papel minúsculo (como parece que es el caso en el enfrentamiento entre Catalunya y España) y en otros más relevante (en el resultado final de la II Guerra Mundial, por ejemplo) por lo que hace a la evolución de los procesos históricos y sociales.

Así pues, como la salud, calidad y eficacia de la democracia en la que participamos no es un tema menor especialmente por lo que hace a nuestra higiene moral, los síntomas que se están manifestando por aquí, a la luz de la dinámica de la posible secesión catalana, no pueden sino presagiar una agudización de la decadencia de una forma de organización política que históricamente se ha adaptado a contextos muy diversos pero que parece que hoy día a duras penas se mantiene en pie ante la fuerza de sus enemigos y la debilidad y dimisión de aquellos que debieran mostrarse más favorables a asegurar su supervivencia y mejora: los que participamos en ella como agentes. El abandono de nuestras responsabilidades en favor de modos de pensamiento y acción más cercanos al totalitarismo que a cualquier forma de democracia deliberativa no le augura un futuro optimista ni en Catalunya ni en España: su final está muy próximo aunque sea bajo la apariencia de una esclerotizada "forma" parlamentaria.


Cuando los ciudadanos dejan de autocomprenderse como tales y se piensan a sí mismos como "miembros" de una entidad superior (España o Catalunya) a la que supeditan su moralidad abdicando de su singularidad irreductible, las simientes de una corrupción integral de la democracia, por muy formal que sea, están sembradas y germinarán más pronto que tarde. Y si además los partidos no sólo dimiten de su papel representativo, delegado, sino que además se comportan respecto a la democracia instrumentalmente y renuncian a cualquier asomo de eticidad, la degradación puede ser rápida y mortal.

21 de septiembre de 2015

Sueño y delirio del "Internet de las cosas"


El "Internet de las cosas" es un proceso en marcha del que, como de cualquier acontecimiento o serie de acontecimientos susceptible de ser modelizada, puede postularse un ideal regulativo que, rápidamente, se transforma en sueño al hipostatizarse por su uso ideológico y trocarse en pesadilla. Así, el propósito de interconectar los dispositivos mecánicos (y quizás incluso en un futuro los biológicos mediante la nanotecnología) ha dado origen a un horizonte del que ya se habla: la digitalización de lo real, la subsunción de lo real a lo digital. Un sueño que es, para algunos, sueño de dominación y para otros, los más, pesadilla de dominados.

Ahora bien, de la misma manera que el proceso de subsunción de lo real al capital descrito por Marx sigue en marcha y tras décadas sigue presentando lagunas, deficiencias, resistencias y vaivenes hasta el punto de que quepa más pensarlo como tendencia que no como realización integral y total, convendría aplicar las mismas reservas a ese escenario futuro dibujado de digitalización absoluta y no dejarse llevar por la dinámica sueño/pesadilla y entrar en su territorio de juego proclamando el apocalipsis o la utopía.

Gracias a lo que sea, como acostumbra a pasar, todo será menos ideal y más sórdido y, por supuesto, además fallará.

Nota: hace algunos meses, en El País, se recogían las críticas al utopismo cibernético del ciberactivista Jaron Lanier y del heideggeriano Byung-Chul Han. La conclusión del articulista, César Rendueles, no podría ser, en la modesta opinión del que escribe, más adecuada: "Los textos de Lanier y Han coinciden en emplear un tono futurista, repleto de neologismos, para plantear propuestas más bien tradicionales. Lanier desarrolla una crítica convencional de la concentración monopolista y de las limitaciones del paradigma schumpeteriano. Han reivindica un comunitarismo vinculado a los valores lentos de la tierra y el campesinado, cercano al último Heidegger. Del mismo modo, ambos coinciden en presentar sus propuestas en términos profundamente acontextuales. Lanier escribe como si el keynesianismo pudiera resumirse en un protocolo de computación y tuviera una relación anecdótica con las brutales luchas políticas que rodearon su implantación histórica. Leyendo a Han parece como si la tecnopolítica neoliberal fuera un episodio de la historia de la metafísica como olvido del ser. En ambos casos el capitalismo resulta sospechosamente plano, privado de relieve sociológico, histórico o institucional"

18 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (18/09/2015)


El otro día conversaba con Ricard, un amigo secesionista razonable, nada etnicista - o muy poco -, tolerante y con sentido del humor. Uno de esos que empiezan a ser raros ejemplares del movimiento y que uno preferiría ver al timón de una conselleria en una Catalunya independiente antes que a cualquier político español o de los que actualmente ocupan las poltronas por aquí. Comentábamos el cul-de-sac al que parecía dirigirse la situación tras el choque de trenes y a los reparos tácticos que uno ponía a la aceleración desbocada del convoy secesionista oponía la que parece una evidencia: "Ja, però això no pot continuar així més" ("Ya, pero esto no puede seguir así más"). Y uno asintió.

Ayer, hablando con otro secesionista, más moderado y pragmático, V., coincidíamos en lo desasosegantemente volátil que se presenta la evolución política catalana y la dificultad de realizar un pronóstico sobre qué sucederá en los próximos meses. En esas estábamos cuando uno ha caído en que hay una posibilidad que no había tenido en cuenta en los vaticinios pesimistas que hace años lleva afirmando: la posibilidad de que "això continui així", de que siga sin ocurrir nada, de que el callejón sin salida no sea retórico sino fáctico, real. Pero no en el sentido en el que lo piensan e imaginan con gozo los unionistas y los españolistas sino en el de la imposibilidad tanto de avanzar hacia la secesión como de revertir el proceso. Antes del desenlace trágico y violento, que uno sigue creyendo como el más probable a medio plazo (y sobre el que Xavier advertía el otro día si el Gobierno español decidiera intervenir la autonomía), podría suceder que nos halláramos ante un largo impasse a la belga. Ni siquiera estaríamos ante un "estado fallido", pues no parece probable que los secesionistas logren una mayoría tan apabullante en escaños, y sobre todo en votos, como para volver a su favor la actual desventaja frente al estado español en las cancillerías occidentales y conseguir proclamar un estado no reconocido pero dotado de fronteras tácitamente aceptadas, condición para ser un estado aunque "fallido" (como Palestina, Chipre del Norte o Kosovo). A la vista de la evolución del voto sería una auténtica sorpresa que los secesionistas superaran el 50% de los sufragios aunque no que consiguieran la mayoría absoluta de escaños. Pero lo sería mayor todavía que no lograran ésta y retrocedieran: no parece un escenario creíble aunque entre dentro de lo pensable. Lo más probable es que sigan dominando con mayoría absoluta el arco parlamentario sin obtener un número de votos inequívocamente favorable a la independencia. Si ése fuera el caso, el "procés" podría entrar en un contexto de tira y afloja con pequeños e insuficientes avances: en un bloqueo que se prolongara por un largo periodo de tiempo antes de degenerar en un enfrentamiento, vía intervención administrativa española, vía insurrección armada de los grupos más radicales del movimiento secesionista.

Si no hay una victoria clara de los secesionistas ni tampoco sufren una gran decepción podríamos vernos ante un atasco similar al que atenazó durante casi dos años a Bélgica a principios de la década, hasta el punto que no hubo gobierno, y que aun sigue latente con un partido independentista flamenco mayoritario pero insuficiente para lograr sus propósitos y unos partidos unionistas que no dejan de ser minoritarios. Cierto que en Bélgica parece dominar un cierto sentido del realismo político y del sentido común que falta evidentemente por estos pagos meridionales y que les está permitiendo convertir el colapso en un equilibrio más o menos eficaz pero no cabe descartar que, tal vez, la situación de tensión e indefinición se enquiste durante unos años hasta desembocar finalmente en ese enfrentamiento que ojalá nunca llegue a tener lugar...

16 de septiembre de 2015

Presentación de Corónicas de Ingalaterra


En el buzón del correo electrónico encuentro uno de Eduardo Moga en el que anuncia la próxima presentación de Corónicas de Ingalaterra, "el diario en el que recojo una selección de entradas del blog homónimo que dan cuenta de mis andanzas (y malandanzas) en Londres (y también España) en mi primer año de residencia en la capital británica. Lo haré acompañado por dos buenos amigos y excelentes escritores: Juan Vico y José Ángel Cilleruelo, que es también el prologuista del volumen. El acto se celebrará en la librería Laie, de Barcelona, a las 19.30 h.".

Uno puede dar fe, como asiduo seguidor de su Blog, que se tratará de un volumen que valdrá la pena  releer: algunas de las piezas que ha compuesto, y compartido con sus lectores, estos meses proporcionaron ratos estupendos, más de una sonrisa, reflexiones de la más variada índole y esa singular "autosatisfacción en la satisfacción ajena" que Jauss señalaba como uno de los rasgos distintivos de la experiencia estética.

15 de septiembre de 2015

Escribe Popper



"Cuando hablo de racionalismo, no tengo ante mis ojos una  teoría filosófica, como por ejemplo la de Descartes, ni tampoco la creencia sumamente de que el ser humano sea una esencia racional pura. Lo que pienso, cuando hablo  de la razón o del racionalismo, no es más que la convicción de  que podemos aprender por medio de la crítica de nuestras faltas y errores, y en particular por medio de la crítica de otros, y finalmente también por la autocrítica. Un racionalista es  sencillamente un hombre que concede más valor a aprender que a llevar razón; que está dispuesto a aprender de otros, no  aceptando simplemente la opinión ajena, sino dejando criticar de buen grado sus ideas por otros y criticando gustoso las ideas de los demás. El peso está aquí cargado en la idea de crítica o, más exactamente, de discusión crítica. Por lo tanto,  el verdadero racionalista no cree que él mismo o cualquier otro esté en posesión de la verdad. Tampoco cree que la mera crítica como tal nos ayude ya a conseguir nuevas ideas. Pero cree que sólo la discusión crítica puede ayudarnos a separar  el grano de la paja en el terreno de las ideas. El sabe bien que la aceptación o rechazo de una idea nunca es un asunto puramente racional; pero cree que sólo la discusión crítica puede darnos la madurez necesaria para contemplar una idea en más y más aspectos y así juzgarla más justamente.

Esta valoración de la discusión crítica tiene también su parte humana. Por descontado, el racionalista sabe muy bien que las relaciones humanas no se agotan en la discusión crítica. Sabe, muy al contrario que una discusión racional, crítica, pertenece a las excepciones de nuestra vida. Sin embargo, cree que la actitud del hacer concesiones mutuas, del give and take, como se dice en inglés, esto es, la postura que se encuentra a la base de la discusión humana, es de la mayor trascendencia para lo meramente humano. Pues el racionalista sabe que debe su razón a los otros seres humanos. Sabe que la postura razonable, racional, crítica, sólo será el resultado de la crítica de otros y que uno sólo puede llegar a la autocrítica por medio de la crítica de otros" (La responsabilidad de vivir, trad. de Concha Roldán, p137).

12 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (12/09/2015)


Aun sin suscribir afirmaciones como "La idea de España no nos fascina, pero no nos repugna" el artículo de Isabel Coixet en El País del 11 de septiembre resume bastante aproximadamente la situación en la que se hallan quienes no profesan creencias nacionalistas en la Catalunya de hoy día. La citaba ayer Xavier y uno piensa que su texto es de lo más reseñable de un día en el que todos, todos, los amigos secesionistas de fuera de Barcelona que uno todavía conserva - esperemos que por muchos años aunque algún nubarrón pesimista se dibuje en el horizonte - vinieron con su familia al completo (incluido en un caso futuros yernos) para celebrar la Diada y contribuyeron a la enésima demostración de capacidad de movilización de los secesionistas pero recordándole a uno, salvando las distancias, por supuesto, viejos tiempos que creía perdidos en la memoria. Cada vez más uno siente menos entusiasmo por las exhibiciones de masas ni siquiera compartiendo buena parte - o la mayoría - de sus motivos y reivindicaciones: le traen recuerdos de otros tiempos ya olvidados...

A pesar de que, para ser fieles a la verdad, hubo otro detalle quizás más interesante que el texto de Coixet. Cuando por la tarde los grupos de vecinos de Gràcia volvían de la "V", ufanos la mayoría, fatigados y ausentes algunos, uno se encontró ante una réplica independentista de William Wallace, Braveheart: con la bandera a modo de capa de superhéroe anudada al cuello, un señor de unos sesenta años, pelo canoso y formas poco atléticas, lucía una estelada pintada en la cara con la estrella blanca cubriendo nariz y párpados, el azul en la frente y las mejillas rojas y amarillas que gritaba con desbordante, y casi contagiosa, energía "¡In-inde-indepèn-ci-a!" entre las palmas y risas de su familia. Estaba preparado para la batalla...

Por cierto, Xavier planteaba una pregunta que, en el fondo, a uno le suscita sospechas incluso si, como cree, el secesionismo está entreabriendo la ventana temporal de su posibilidad histórica contemporánea y continua teniendo opciones pese a los errores estratégicos de bulto y la adversa coyuntura internacional: "Cierto que se aduce la prohibición de un referéndum que, como en Escocia, por ejemplo, resolviera el tema de un plumazo. Un error sistémico español del que se ha nutrido el independentismo. Pero también lo es que las últimas encuestas conceden a todo el independentismo –la lista de Mas y las CUP-, como mucho, una exigua mayoría absoluta, mucho menor, en cualquier caso, que la actual CIU+ERC+CUP. Y más cierto aún que, más allá de la legalidad vigente y de la actitud  del gobierno español, considerar que un 40% de los votos pueda legitimar una declaración de independencia, insinúa unos déficits de sentido democrático, acaso desde siempre latentes, cada día más manifiestos. Podría uno entonces preguntarse ingenuamente por qué, si ahora tienen más mayoría que la que tendrán después del 27-S, no declaran ya unilateralmente la independencia." Mejor oportunidad que ahora, en su lógica cortoplacista, parecen no tenerla. ¿A qué esperan?

9 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (09/09/2015)



Un último apunte, de momento, sobre uno de los motivos del déficit moral de la opción que ha escogido el movimiento secesionista: la autoindulgencia. Miquel, catalanista, más bien de izquierdas y casi seguro, apuesta uno, votante histórico de Iniciativa per Catalunya, comentaba el otro día por teléfono: "¿Te imaginas la que se armaría aquí si una candidatura nacionalista española situara a su candidato a la presidencia en el número cuatro de la lista e incluyera en ella, como "pesos pesados" a Perales y Butragueño? ¿No la destriparíamos aquí y nos estaríamos riendo a carcajadas del montaje?". Pues eso. Nadie, entre mis amigos y conocidos secesionistas, ha esbozado la más mínima crítica ante la articulación de la candidatura de CiU y ERC, con un president in pectore agazapado en el número cuatro por Barcelona y con "pesos pesados" como el Perales local (Lluís Llach) o el Butragueño de turno (Pep Guardiola). Lo peor, que esta observación constructiva es tomada, ya, por algunos de ellos como un ataque. Afortunadamente, los hay que todavía son capaces de admitir las objeciones sin revolverse furiosamente o mirarle a uno como si fuera un agente al servicio del CNI. Mientras estos sigan siendo capaces de amortiguar el sentimentalismo no todo está perdido, moralmente hablando, para el secesionismo.

Mas no cabe ser optimistas. Como tampoco - menos todavía - de la capacidad del estado español de hallar una salida airosa a este contencioso.

7 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (07/09/2015)


Abundando en lo escrito antesdeayer, el déficit moral que aqueja a la estrategia actual del secesionismo se apoya, entre otras piezas (que irían desde las propias de cualquier ideología nacionalista hasta las derivadas de las construcciones "literarias" o las dinámicas históricas concretas recientes y más antiguas por citar algunas), en una arquitectura maestra bidireccional. Hacia el "exterior", hacia España y los españoles, se sustenta en un agravio irrecuperable histórico y, especialmente, contemporáneo, actual: no se les dejó celebrar un referéndum legal. Así pues, los secesionistas no se consideran ligados ni legal ni moralmente por un ordenamiento que vulneró el principio democrático e impidió su consulta. Respecto al "interior" en una acusada autoindulgencia característica del movimiento desde sus inicios: no es la "mejor solución" pero ya habrá tiempo, cuando se redacte la Constitución catalana, de validar, con calma y sin la intromisión de España - nada se dice de los medios "nacionales" - el acto de ruptura en una referendo posterior que se realizará en una especie de paraíso democrático del que ahora se carece. Más o menos este artefacto es el que arguyó un amigo secesionista ante las objeciones que uno realizó al respecto: una mezcla del "Y tú más" y de esta "Situación excepcional que ya se regularizará" ¿Peligros? No vio ninguno ¿Tentaciones antidemocráticas? Menos todavía: "Som un poble de tradició democràtica, no com Espanya" ("Somos un pueblo de tradición democrática, no como España").

P.S: Por cierto, a propósito de las observaciones críticas de otro amigo secesionista respecto a la reflexión citada, un matiz. El déficit moral no se refiere a los individuos concretos (que pueden o no estar aquejados de esa carencia o de otras muchas o de menos), ni tan sólo al nacionalismo catalán per se (aunque cabe dudar de si no es extensible a cualquier nacionalismo incluido el catalán) sino a la dirección estratégica tomada por el movimiento secesionista. Aquí radica este déficit.

P.S (II): Uno de los inconvenientes de la actual situación en Catalunya es que las posibilidades inscritas en cualquier texto de ser malinterpretado (o interpretado en una orientación distinta a la pretendida "voluntariamente") se multiplican exponencialmente y sus consecuencias también. Mis conocidos secesionistas se quejan de que uno no es nacionalista, los españolistas de que estas líneas son siempre tibias y equívocas... Dan ganas, en ocasiones, de callarse.

5 de septiembre de 2015

Crónica de la Nueva Edad (04/09/2015)


Y llegó por fin septiembre y con él algo de lluvia y, sobre todo, uno de los grandes momentos del desafío secesionista, quizás este sí "histórico" (sobre el abuso de este término habría que recordar al viejo Klemperer y su análisis del uso del superlativo durante el III Reich). El reto está ahí y todos lo saben: en España y en Catalunya. En Europa y el resto del mundo, es dudoso pese a lo que se alardee. Desde hace un mes y medio uno se ha mantenido alejado del acceso directo a los medios, como ya ha tocado hacer en los últimos años un par de veces y, haciendo de la necesidad virtud, se ha limitado a observar al margen del bombardeo de las cadenas "nacionales" - que ya no públicas - del país, el estado de la situación. Y, ciertamente, aparte de la ilusión hay motivos sobrados para la preocupación pues lo que está en juego es una "insurrección", pacífica pero insurrección al fin y al cabo. En eso Francesc de Carreras, mal que a uno le pese, tiene razón si se modifica su terminología: los secesionistas proponen lo que para él es un "golpe de estado" - aunque el término "insurrección" parece más adecuado y menos peyorativo y como tampoco se puede decir que estemos ante una "revolución" probablemente sea el término más útil y neutro para describir el empeño - mediante el que aspiran a subvertir el orden legal. Pero lo procupante no es que no acaten la Constitución española sino que tampoco acatarán los mecanismos establecidos y votados mayoritariamente por los mismos catalanes en su Estatut. Así, los secesionistas ya no se plantean la DUI (Declaració Unilateral d'Independència) a partir del voto de una mayoría cualificada, como la que requeriría reformar el Estatuto, sino que han resuelto que bastará con la obtención del "mandato" que supondría obtener un único diputado más que la mayoría absoluta del Parlamento, incluso auqnue no obtuvieran la mayoría absoluta de los votos, para proclamarla. De hecho, aunque perdieran en votos, si ganaran en escaños cumplirían su propósito.

No será uno quien le niegue a los secesionistas legitimidad "política" para su insurrección: tienen la de cualquier movimiento que se proponga alterar el statu quo sea pacíficamente sea violentamente. Saltarse las reglas del juego representativo de las democracias administradas europeas es algo que la izquierda revolucionaria y el fascismo repitieron durante el siglo XX y también puede decirse que empresas, corporaciones, partidos, naciones y estados lo han hecho y lo seguirán haciendo. Tampoco les falta legitimidad "democrática": una minoría mayoritaria de la población les apoya y eso es contrastable. Sin embargo, cabe reprocharles un preocupante déficit que no queda otro remedio que considerar "ético" y que es el que provoca que uno no asista impasible al posible desenlace del "plebiscito" y que no esté precisamente entusiasmado ante la evolución de los acontecimientos. No es de recibo, moralmente hablando, que se prescriban unas reglas que luego no se aplicarían en el caso inverso. Pues no nos engañemos (y aquí se admite la falacia ad populum): ¿aceptarían los secesionistas que en 2024, pongamos por caso, un partido unionista reclamara, y consiguiera, la reunificación con España por haber conseguido un sólo escaño más de la mayoría absoluta? ¿No exigirían una mayoría amplia para una decisión que marcaría la vida de varias generaciones?

La preocupación proviene de esta insuficiencia moral. Los secesionistas tenían una cierta superioridad sobre españolistas y unionistas en ese ámbito. Parecía que fines y medios iban a la par. Que tan importante era el modo de lograr la secesión como esta misma y que no se pagaría cualquier peaje para lograrlo. Ahora el sector radical del movimiento se ha impuesto: cualquier medio es lícito para el objetivo final y si eso es así no serán mucho mejores que los partidarios de mantener el statu quo. No es de recibo, moralmente hablando, otorgarte una regla para cumplir que, después, no aplicarás a los demás en cualquier otro momento. Cuando el diputado Tremosa, de Convergència, señala, con razón, que nadie puso en tela de juicio el resultado del referéndum quebequés - que ganaron los partidarios del no por sólo menos del 1% de diferencia - para avalar la decisión de declarar la independencia aunque sea por menos de un 1% de distancia de votos, olvida que de lo que se trata es de que si esa es la norma constiuyente debería ser, también, una norma de funcionamiento y eso es lo que cabe temer que no ocurrirá.

Este empeoramiento moral del secesionismo, la pérdida de la superioridad que exhibía sobre sus oponentes, es peligroso porque parece ya asentado y nos va situando ante la disyuntiva de escoger entre "Guatemala o Guatepeor" (o entre "Guatepeor" y "Guatemala").

1 de septiembre de 2015

Escribe Viktor Klemperer


"Si alguna vez diera la vuelta la tortilla y el destino de los vencidos estuviera en mis manos, yo dejaría en libertad a toda la gente común y corriente e incluso a algunos de los jefes, que tal vez tenían buena intención y no sabían lo que hacían. Pero a los intelectuales los colgaría a todos, y a los profesores universitarios un metro más alto que a los demás; y tendrían que seguir colgados de las farolas todo el tiempo que permitiera la higiene" (Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-1941. 16 de agosto de 1936)