25, 26 y 27 de julio. Primera parte.
Y el
scottish weather volvió por sus fueros. Tras la brillante jornada de Dundee, tres días consecutivos de lluvia. Jornadas de cartas, de televisión colapsada por la masacre de Noruega y plagada de analistas y presentadores británicos que evitaban, mayoritariamente, calificar de "fundamentalista cristiano" a Breivik, gélidos paseos en compañía de gaviotas, ardillas, cuervos y algunos lugareños, atardeceres en búsqueda de breves instantes de puesta de sol y lecturas, y reflexiones aisladas.
Por fortuna, pese a que la casa no era un dechado de confort tenía, además de televisión, radio. Y, después de tantos años de seguir de lejos y esporádicamente, es decir cuando me acordaba, los
Proms de la BBC a través de RNE, esta vez pude seguirlos un poco más cerca. Un par de días antes vimos, por casualidad, un fragmento del concierto de la Orquesta Filarmónica de Radio France en
BBC One y así volvieron a mi memoria. Aprovechando las horas de lectura y ocio forzado, sintonizamos la radio y, además, estuvimos atentos a la programación televisiva de la
BBC de modo que las jornadas de lluvia estuvieron preñadas de conciertos. El del 26, dedicado a Kodály, Liszt y Bártok, fue uno de los que más aprecié y Clàudia confirmó en esos días que, durante su subsiguiente estancia en Londres, la familia que la acogería la invitaba a un
Prom y podría vivir de una manera aun más cercana este episodio veraniego que uno idealizó en los ochenta convirtiéndolos en una manifestación casi ideal de la popularización de la llamada música culta. Seguramente no es del todo así. Y, quitándole la bella dicción de los comentaristas ingleses, no hay demasiada diferencia entre escuchar una pieza de Bártok interpretada en el Royal Albert Hall vía RNE, vía BBC. Sin embargo, cuando uno construye sus literaturizaciones de la realidad es deudo de ellas de por vida o hasta que la realidad le aseste un golpe apodíctico.
Finalmente, se acabó
El Tercer Reich de Bolaño, una obra probablemente menor y falta de reescrituras posteriores pero interesante y el texto de Derrida. Queda el de Azorín que, de momento, no se aviene demasiado ni con el clima exterior ni con el interior. Veremos.
Escribe Derrida y uno, modestamente, comparte, acerca de la presencia de elementos apocalípticos en la crítica de "lo apocalíptico" y, sin embargo, la necesidad de esta vigilancia contra la apología apocalíptica:
"
De
manera que nosotros,
Aufklärer
de los
tiempos modernos, continuamos denunciando a los apóstoles impostores, a
los que 'se dicen enviados' que no son enviados por nadie, a los
mentirosos y a los infieles, la ampulosidad y la prosopopeya de todos
los encargados de misión Histórica a quienes nadie ha pedido nada y a
quienes nadie ha encargado nada. ¿Seguiremos así en la mejor tradición
apocalíptica denunciando los falsos apocalipsis? (...) todo lenguaje sobre el apocalipsis es también
apocalíptico y no puede excluirse de su objeto. Yo también me he
preguntado pues por qué, con qué fines, en vista de qué, el Apocalipsis
mismo, quiero decir los escritos históricos así llamados y en primer
lugar el que fue firmado por Juan de
Patmos,
se
había instalado poco a poco, sobre todo desde hace seis o siete años,
como un tema, una preocupación, una fascinación, una referencia
explícita" (p64-67).
Y como camino tenso de salida, lenta vía de huida del discurso apocalíptico y de su ingenua estigmatización impregnada de apocalipsis, la figura del "apocalipsis decepcionado".
"Pero
entonces, ¿qué es lo que hace aquel que os dice: yo os lo digo, yo he
venido a decíroslo, no hay, jamás ha habido, no habrá apocalipsis, 'el
apocalipsis decepcionado'? Existe el apocalipsis sin
apocalipsis" (p76).