Me pregunta un amigo a propósito de la nota inmediatamente anterior de este cuaderno algo así como "¿qué problema tengo con la revolución?".
Evidentemente uno no tiene problemas con ideas o conceptos, o al menos no debería tenerlos si quiere estar sano mentalmente. Quizás si tiene el problema con aquellos que sitúan como horizonte de la acción política o ética aquello que comúnmente asociamos al término: es decir, con una subversión radical y absoluta del estado de cosas existente. La aspiración a una mayor justicia social, a un aumento de las posibilidades emancipatorias, a la ilustración y a una repartición más equitativa de la riqueza no son propiedad exclusiva de los modelos revolucionarios y hasta ahora uno pensaba que era posible orientar la acción política hacia estos objetivos sin necesidad de suspirar o anhelar una conmoción catastrófica que produciría, inevitablemente, una cuota nada desdeñable de muerte, dolor y sufrimiento aunque fuera por un mundo mejor (!).
En cualquier caso, uno empieza a constatar que quizás nos hallemos ante la imposibilidad de conseguir, en el actual marco histórico, mejoras en las aspiraciones antes mencionadas sin entrar en la óptica revolucionaria. Y ese fracaso, que sería el fracaso de la reforma, del gradualismo, de un cierto sentido común, puede abocar de nuevo a la gente al sueño fanático de la ingeniería social que se plasma en "la revolución" (siempre teológica, por otro lado, como versión laica del delirio religioso que es).
E insisto: las revoluciones no son nunca como se planean (¿o quizás sí?) y no tienen siempre un color rojo, sino también negro. Quiere uno decir: una revolución "roja", para entendernos, no tengo claro si es deseable a la luz de la experiencia histórica; las masacres en nombre del ideal comunista debemos tenerlas siempre presentes y la "traición" a la revolución "roja" ha sido lo único común de todas las revoluciones "rojas": todas han sido traicionadas. Pero es que no sólo han habido revoluciones rojas: el ascenso del fascismo fue revolucionario y los fascistas eran revolucionarios; los nazis hicieron una revolución... La entrega de los ciudadanos al sueño revolucionario puede tomar, también, la forma del fascismo, el nacionalismo o el integrismo no sólo la "buena" forma "comunista" o "anarquista" que, además, siempre corren el riesgo de ser traicionadas... Y esa perspectiva, cualquiera de las dos para ser exacto, le aterra a uno aunque desprecie el actual estado de cosas y suspire por su abolición...