6 de agosto de 2010. Primera parte.
"En una gran parte de la literatura de viajes con marcada orientación 'literaria', textos en los que el viaje es casi un pretexto, una estructura cómoda para objetivos acordes con propósitos eminentemente artísticos, los detalles más infraestructuralmente orgánicos se omiten. No es el caso de la 'literatura para viajeros' (y turistas), vulgarmente incluida bajo el epígrafe de "guías", donde estos asuntos son, en algunos casos, tratados prolijamente para alivio e hipocondria de algunos, para molestia de otros.
El problema es que una buena parte de esa 'literatura de viajes' se presenta como relato fidedigno, sin estilización de lo acontecido: como enunciación no ficticia. Y es aquí donde cabe criticar las omisiones. Obviar como accidentales o, sin más, como prescindibles, aspectos como los inconvenientes fisiológicos generados por los cambios de dietas, aguas o climas, o los nervios, angustias y desarreglos físicos diversos que acompañan al viajero, si se pretende un relato 'real' es, como mínimo, cuestionable.
Es cierto que algunos de estos literatos de viajes se entretienen en la exposición de estos obstáculos pero uno siempre tiene la impresión de que son considerados, en la arquitectura narrativa, como menudencias que funcionan a modo de 'marco exterior', de decorado que resalta en un contexto de dificultad o nimiedad la belleza o relevancia del contenido esencial del viaje.
Hoy, esta actitud paisajística a uno le ha parecido, por un lado, anquilosada por decirlo suavemente. Así pues, me he reafirmado en la convicción usual que guía a la mayoría de los turistas: para saber algo de la experiencia posible en un determinado lugar es preferible una guía. Y por otro, a un paso de la farsa, un poco como la pornografía".