Aunque uno tenía la sospecha de que ya estaba mediatizada por la configuración de la experiencia literaria, esta mañana, en la terraza, el olor a tierra húmeda, a brotes recién cortados, a racimos de flores de la glicina y la visión de Esther bajo la hiedra trasplantando, abonando y podando, me proporcionaban una placidez extraordinaria, postrado como estaba en la hamaca convaleciente de uno de esos "virus" que ahora aparecen y desaparecen sin explicación alguna.
Todo parecía auténtico, diáfano y pleno: los colores del cielo, los aromas de la tierra, el aire limpio... Hasta la grúa, que aun se yergue imperial tan fuera como dentro de mí, parecía algo extraño y ajeno: acero que rompía la armonía del mundo.
Estas impresiones ya debían haberme hecho temer lo peor. Sin embargo, ha sido cuando uno ha empezado a reflexionar acerca de la "unidad primigenia del hombre con la tierra", o algo así, cuando ha quedado claro: estaba viviendo una expriencia mediatizada por la literaturización de la existencia. Si hubiera pensado en la temporada de los Lakers, en Libia, en la
Champions o en otra cosa... Pero no: tuvo que ser la relación entre el hombre y la naturaleza, lo ancestral, lo verdadero, la corrupción de la ciudad y bla, bla, bla... Literatura...
Ni en la terraza puede uno estar en paz.