Que la perversidad moral y corrupción económica imperantes en la versión financiera del capitalismo actual empieza a ser insoportable para amplias capas de la población del propio Occidente es algo que lleva visos de convertirse en un clamor.
En su artículo de antesdeayer en
La Vanguardia, Durán-Sindreu, abogado y profesor de la UPF, escribía acerca de las posibles subidas de impuestos y daba cuenta de la injusticia estructural del actual estado de cosas:
"Cosa distinta es que no se corrijan las injusticias del sistema tributario, aspecto que no se puede posponer.
Es hoy un clamor que no pagan más quienes más tienen (sn). Un ejemplo de ello es el Impuesto sobre Sucesiones. El hecho de que las grandes fortunas eludan el controvertido impuesto, no justifica que éste se 'suprima' sino que se reforme para que paguen quienes no lo hacen. Sin embargo, se ha hecho lo contrario. Lo mismo sucedió con el impuesto sobre el patrimonio, que se suprimió porque sólo lo pagaban los patrimonios medios. Admitimos también con naturalidad que las rentas del trabajo y de actividades económicas pagan desproporcionadamente más que las del ahorro, o que la mayoría de los futbolistas paga menos que muchos jubilados."
Como ilustra este texto, hasta en los círculos bienpensantes liberales se acepta como un "lugar común" la injusticia que preside el funcionamiento socioeconómico de las sociedades occidentales. Y si ha podido llegar hasta aquí es que está muy extendido y es casi indiscutible.
Si el sistema político sigue sometiéndose al
diktat de la especulación financiera y no asegura una corrección de las injusticias sociales, el escenario ético que se nos abre puede no ser otro que dar nuestro respaldo a las diferentes opciones revolucionarias que se perfilan en el horizonte. Crítica perspectiva por cuanto la misma idea de "revolución", debido a su carácter total, ocupa el mismo lugar que la idea de "Dios" en los esquemas totalitarios y es inseparable de ellos: mucho se teme uno que no haya revolución posible que no desemboque en alguna variante de totalitarismo. A ello ayuda, además, el fundamento utópico que sustenta lla mayoría de los proyectos revolucionarios vigentes y que precisa, en razón de esa falta de acoplamiento con la realidad dominante, de una determinada ingeniería social de mejora de los seres humanos que la historia nos enseña como suele acabar: en campos de reeducación y aniquilamiento.
El futuro se sigue oscureciendo. Si la revolución acaba siendo nuestra única opción correctora es que el actual funcionamiento del sistema capitalista es, lisa y llanamente, intolerable...
P.S.: por cierto, que nadie se llame a engaño acerca del fundamento "utópico". No es exclusivo de las antiguas ideologías de izquierdas. Es constitutivo, también, de los fascismos.