3 de octubre de 2011

Mezclando churras con merinas pero dando en el clavo


En una interesante reflexión acerca del carácter "político" de la novela, Alfonso Santamaría da - a juicio de uno - en el clavo con su argumentación acerca de las ingenuidades (o no tales) inherentes al considerado "compromiso" político o ideológico de la novela y la imbricación estrecha entre este género (y cualquier género literario) y el capital en su sentido más amplio (por ejemplo el capital simbólico que resulta de la hegemonía de una concepción determinada del "campo literario", Bourdieu dixit).

Defender que la novela es el lugar idóneo, "natural" o más apropiado para la expresión ideológica o el compromiso revolucionario o subversivo es o una actitud naif o, lo más probable, una aseveración que tiene que ver, ante todo, con la "política de la novela", es decir, con el posicionamiento en el campo literario y la creación de un segmento en ese campo donde ejercer el poder de legislar qué es y qué no es una determinada clase de novela con los beneficios simbólicos y económicos que resulta de esa posición dominante.

La lástima es la Coda sobre Belén Gopegui en la que, mezclando churras con merinas, intenta respaldar su excelente análisis recurriendo a una argumentación ad hominem. De que Belén Gopegui sea una pija-progre que escribe sobre la revolución cubana, que admira y defiende, desde la suficiencia de quien está bien instalado en un estrato social que le permite toda esta retórica inflamada pro-revolucionaria, que uno también ha denunciado por estos pagos, no puede inferirse más que eso: que es una impostora.

Escribe Santamaría:

"Un caso llamativo sería el de Belén Gopegui en su última novela, Acceso no autorizado, también tildada de política en tanto que hay políticos entre sus personajes. Si nos referimos a una novela anterior como El lado frío de la almohada, donde defiende la revolución cubana, creo que las palabras del novelista cubano Juan Abreu en su novela Cinco cervezas lo dicen todo respecto a un posicionamiento político concreto: “Belén Gopegui ha declarado que la REVOLUCIÓN de la isla pavorosa es: un proyecto admirable y ojalá dure mucho tiempo y se extienda por todo el mundo. Esto mientras se zampaba una langosta en la isla llena de muertos de hambre y de prisiones y de poetas torturados y de bibliotecarios pateados y de escritores envilecidos y paseaba su coño acostumbrado al buen jabón y a exquisitas almohadillas sanitarias por un país donde las mujeres no tienen jabón para lavarse el culo ni qué ponerse en el bollo cuando menstrúan”.
En su última novela, Acceso no autorizado
, lo interesante es, sobre todo, la política de la novela. La recepción crítica de la novela aboga, precisamente, por el sentido crítico de la autora como soporte político de la novela. Laura Freixas en la revista Mercurio escribe: “Y en su trayectoria personal, Gopegui se ha mostrado siempre como una escritora incorruptible, que no tiene miedo de ir contracorriente ni se deja tentar por cantos de sirena”. Y añade que el carácter crítico reside en unos personajes que “son inteligentes, críticos con la injusticia social, y sin ser derrotistas, resultan algo tristes, ante la evidencia de su escaso —aunque no nulo— poder para cambiar el mundo”. Y concluye: “tiene una rara y valiosa cualidad: la de ejercer, sin miedo, el sentido crítico”. De nuevo hallamos la confusión entre crítica, capacidad de transformación, narratividad, etc. Ahora bien, en este caso la pregunta que me acosa —y no es nueva— es la que se refiere, insisto, a la política de la novela, en su forma de política editorial. ¿Se puede ser crítico publicando en una editorial como Mondadori? ¿Es legítima una crítica política si la editorial que publica el libro pertenece a la familia Berstelmann cuya ascenso económico y editorial se debió al apoyo y financiación de los nazis (su autor de cabecera fue el autor de la proclama de la quema de libros) y la otra parte del accionariado pertenece a Silvio Berlusconi; hecho éste que ha provocado que en Italia algunos escritores hayan decidido huir de esa editorial de apariencia cool? ¿No es este tipo de novelas “llamadas políticas” el necesario disenso que necesita toda sociedad para legitimar su sentido (y necesidad) consensual?
[O tal vez no.]"

Para entendernos: sí, es legítima una crítica política editada por Bertelsmann. No pierde un ápice de su integridad por ello pues "la verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero". Una cosa no tiene nada que ver, ni lógica ni ontológicamente, con la otra. Recordemos: que un sacerdote no cumpla con el precepto del celibato no implica su falta de validez como principio rector de una Iglesia concreta; que Marx no trabajara en una fábrica no invalida sus análisis acerca del proletariado y el capital.

Con todo, la eficacia de la falacia ad hominem se ve clara. No es sencillo extirparla. Se consigue más con ello que con una paciente reflexión.