La prevención y desconfianza ante el carácter ejemplarizante, en lo moral y lo pedagógico, del deporte contemporáneo pueden llevar a uno a lo que parecen paradojas, o los demás así lo consideran, cuando no a lo que semejan simples provocaciones o incoherencias.
No siendo un enamorado del fútbol uno puede evitar la tentación fanática y reconocer que el mejor equipo de fútbol que ha visto nunca junto al Milan de Arrigo Sacchi (y, por títulos objetivamente superior) es el Barça de Guardiola. No admite comparación y es una delicia verlo jugar: practican un fútbol de equipo bello, armonioso y eficaz. Estos últimos meses están jugando a un nivel "estratosférico" - que dirían los buenos comentaristas - y su entrenador es, mal que les pese a muchos, el entrenador más caballeroso, educado y decente que hay en la Liga de este país. Da igual que sea excesivo que le hayan concedido la medalla del Parlament por sus méritos: es un entrenador extraordinario y hace mucho, realmente, por situar a este deporte en el estricto marco que le corresponde.
Sin embargo, ¡ay!, a aquellos que cuando pensamos en el deporte en el estado actual de este sistema económico en nuestra civilización no pensamos en Platón sino que recordamos la Alemania hitleriana y el estalinismo, nos traen sin cuidado estas consideraciones porque no creemos en la transmisión de valores,
per se, del deporte-espectáculo. Los valores, en otro sitio. La moral, también en otro. Aquí lo que hay es, ante todo, espectáculo.
Eso nos puede llevar a admirar en el básket a jugadores como Michael Jordan, Dennis Rodman o Allan Iverson más que a los "ejemplares"
Magic Johnson (todo y que ¡cuánto le admiramos!), Julius Erving, Hakeem Olajuwon o Pau Gasol. O, en el fútbol americano y salvo la excepción del apolíneo e incomparable Tom Brady, al pendenciero y convicto Michael Vick sobre el intachable Peyton Manning. O en atletismo, al tramposo Ben Johnson frente al modélico Carl Lewis (aunque este estará, algún día, justo en la frontera).
Y sería esa deformación, en la modesta opinión de uno, lo que explicaría que, contra toda racionalidad, se pueda preferir a la pseudomoralidad el espectáculo, el teatro. Y así algunos disfrutemos con Mourinho y pensemos que su ausencia del panorama mediático sería mucho más sentida que la de Guardiola.
Es terrible, pero por increíble que parezca preferimos Pepe a Pep. Definitivamente aunque Pep nos parezca incluso "moralmente superior". Para hacérselo mirar, evidentemente...