Así, se ha producido una singular alianza vulgar que tanto la izquierda "roja" como la "rosa" - tanto los profesionales de la revolución como los partidarios de la izquierda "realmente existente" - han acatado: un acuerdo sagrado entre holismo ontológico y moral para mantener vivo en el horizonte el pensamiento totalizador que casi no encuentra lugar en la ciencia ni en la filosofía contemporáneas pero sigue detentando un notable poder académico y político. En este sentido, cabe concederle a uno el beneficio de la duda porque argumentarlo y demostrarlo requeriría un tiempo y espacio del que carece.
El brebaje, en su forma menos refinada pero más común, extrapola el llamado "efecto mariposa" o sus variantes, pensado para sistemas complejos y que tiene que ver con las posibles modificaciones de las condiciones iniciales y las soluciones - o predicciones - que de ellas puedan derivarse, especialmente en meteorología si uno no anda demasiado errrado, en la forma de la sentencia - tan al gusto de holistas y ciertos marxistas - "todo está relacionado con todo". Pero esta interrelación no se agota en el dominio de lo fáctico (o lo ontológico si se prefiere) sino que se extiende a lo moral y político hermanándose con la afirmación dostoievskiana "todos somos responsables de todo ante todo" puesto que cualquier cosa interfiere con cualquier otra. Dejemos de lado, ahora, que esta forma extrema de responsabilidad moral tan presuntuosa es, al tiempo, absolutamente vacua y tranquilizadora dado que nos absuelve de cualquier responsabilidad: quien es responsable de todo no lo es, en realidad, de nada.
Esta versión de supermercado de pensamiento totalizante es la que ahora domina el pensamiento de aquellos que lo quieren "cambiar todo" así, de un plumazo y, pervive, en formas más depuradas y sofisticadas, en aquellos pensadores holistas con pretendidas bases científicas que todavía pueblan muchas facultades de Humanidades españolas, así como en muchos moralistas de raíz cristiana y en el pensamiento hegemónico en la izquierda superviviente.
Sin embargo, no es sólo la proximidad del Gulag o el tufo cristiano de la responsabilidad universal à la Dostoievski lo que continuamente nos advierte contra cualquier resto de óptica totalizadora que se haya refugiado en el terreno de "los hechos" y de "la moral" tras retirarse de mala gana del ámbito de la generación de conocimiento, sino también el sentido común. En el "todo está relacionado con todo" por el que abogan los totalizadores, se mezclan órdenes diversos e inconmensurables entre sí en una especie de panteísmo romántico del organismo cósmico. El problema es que está por demostrar que un estornudo del que escribe pueda provocar ningún acontecimiento de ningún tipo en el orden macrocósmico, ni tampoco en el cuántico, y, seguramente, muy pocos en el de la banda media de los fenómenos físicos: cabe dudar, francamente, que el hecho de rascarse la espalda influya en la generación de un tsunami en Indonesia. El sentido común nos advierte de que, como señalaba el israelí Itamar Even-Zohar, en la teoría, efectivamente, hay que dar cuenta de las conexiones, sí, pero también de las desconexiones. Entre estas líneas y el estallido de una estrella en una lejana galaxia puede presuponerse con un altísimo grado de probabilidad que no hay, en absoluto, ninguna relación. Como tampoco la hay entre el beso que le de esta mañana a mis hijos y la firma de una condena a muerte en Corea del Norte o un atentado en Irak. En todo caso, para no ser simplistas podría aceptarse, que en el orden fáctico (y moral) quizás hayan:
- conexiones locales causales ("interacciones fuertes")
- conexiones locales influyentes o concurrentes ("interacciones débiles")
- desconexiones locales
- conexiones no-locales causales ("fuertes")
- conexiones no-locales influyentes o concurrentes ("débiles")
- y obvias desconexiones no-locales.