14 de marzo de 2014

"El principio esperanza" (I)


No faltaría a la verdad si dijera que la lectura de El principio esperanza ha llegado a su fin tras casi dos meses de entrega. Dicho así, sin embargo, pasaría por alto un detalle: la finalización no ha obedecido a la linealidad de una lectura a la vieja usanza.

Uno, desde pequeño, fue educado en la sacralidad del libro y en el respeto al imperativo (ético y estético) de su experiencia totalizadora: el libro tiene un inicio y un final y ni debe ser abandonado sin haberlo concluido íntegramente, ni se han de esquivar aquellos fragmentos que resulten más complejos, difíciles o poco atractivos, ni mucho menos han de seleccionarse, con criterio utilitarista ramplón, aquellas partes que sean de nuestro interés en detrimento de las que carezcan de él.

Tan sólo durante la carrera y la posterior dedicación a la investigación filosófica se vulneró este principio con la bibliografía secundaria de apoyo. El riual academicista de las Humanidades en España, muy influido por un cierto espíritu filologista, requería la acumulación de citas y referencias que mostraran la probidad de las afirmaciones a demostrar mediante el criterio de autoridad y el cumplimiento aproximado del requisito de exhaustividad. Todos lo hicimos durante años: picoteábamos en esa bibliografía de repertorio y extraíamos lo que nos convenía. Hacíamos zapping en la Historia de la Filosofía. Mas siempre hubo un límite: las Grandes Obras.

Tal vez por ello uno se siente incómodo además de vagamente culpable: ha leído casi al completo - se ha saltado los capítulos 27, 28 y 29 de la III parte - el volumen primero y, más o menos, las 3/4 partes del tercero de la obra de Bloch pero ha ignorado el segundo. Por tanto, ha escarbado y funcionado como si estuviera ante una suerte de Pauly-Wissowa. Y algo de ello puede que haya y que sea el carácter enciclopédico del texto de Bloch una de las causas del acto culpable de no haber leído íntegramente El principio esperanza. La acumulación de referencias literarias, pictóricas, musicales y artísticas en general que salpican el desarrollo de las tesis fundamentales, producen una impresión de acumulación, de mercado, de zoco, en el que no se acaba de ver suficientemente si las atiborradas apelaciones obedecen realmente a la lógica expositiva o sólo al impresionante acervo cultural que atesora, en la más pura tradición del conocimiento como Bildung, el filósofo alemán y que son introducidas aleatoriamente con propósitos ilustrativos y ejemplares.