Hace días que uno tenía pensado escribir sobre el ministro español Margallo, sobre la comparación entre David y Goliath realizada por el
president Mas y sobre algunos otros ejemplos de la escasa talla política e intelectual de nuestros gobernantes en el marco de esta Nueva Edad que se vive en Catalunya pero aun está bajo los efectos de un suceso que no acaba de digerir y que le impide tomar la distancia crítica necesaria para seguir abordando un "cierto" día a día de estos nuevos tiempos..
La semana pasada me enteré que, en una conversación que sostuvieron algunos compañeros de trabajo, un par de miembros del sector independentista más intransigente no dudaron en calificar al que escribe, y a otros, de "colonos": así como suena, ¡colonos!. ¡Y eso compañeros de trabajo: no desconocidos! Lo escribo y aun no salgo de mi estupor.
Primero pensé que era una broma o una mala interpretación de la persona de confianza que refirió el incidente y que también fue tachada de tal. Luego recordé que uno de estos compañeros ya había empleado esta expresión en otra ocasión y que, entonces, no me lo pude tomar en serio. Ahora, después de una serie de circunstancias concurrentes y otras confirmaciones, no albergo duda alguna de que no fue una ocurrencia jocosa sino una afirmación política, étnica, y estética y la perplejidad, ciertamente, me domina.
¡Ni "hijo de colonos"¡ que supongo sería lo máximo que me concederían porque habitualmente sea bilingüe y haya escrito en catalán algunos textos. Tanto da. El caso es que uno está en el bando de los "colonos" que cuando Catalunya sea independiente deberán volver a su tierra de origen, como mínimo. Mis pobres padres "colonos"...
Como no quiero que la ira que me domina a momentos me haga perder ni un ápice de la equidistancia que trato de respetar no seguiré por esta vía. Creo que los etnicistas no son absolutamente mayoritarios en el movimiento secesionista pero a medida que la situación se radicaliza y el conflicto se enquista lo van dominando. Es verdad que para no hacer el juego al otro bando quizás sea preferible todavía seguir sin aventurarse en ciertos territorios: hace meses que dejé de leer a Vicent Partal, "mi" Jiménez Losantos, y a sus amigos, para conceder mayor espacio y protagonismo a lo que L. llama la versión
soft del movimiento y así evitar, de paso, tanto el estereotipo como la cooperación ingenua con el
nacionalismo español en la descalificación del secesionismo. Sin embargo, quizás sea hora de prestar mayor atención a esa otra "ala" rampante, manteniendo la distancia con los medios por higiene.
Una muestra. En el diario
Ara, el presentador, humorista, escritor y comisario del tricentenario de 1714, Toni Soler, anotaba el 16 de febrero:
“Tot plegat és potencialment devastador, però té, si més no, una
lectura positiva: qui no entengui que Espanya camina cap a l’assimilació
i la recentralització, qui no percebi que l’autonomia és una eina
inútil per defensar els nostres interessos, no té més disculpa. Distreure’ns de la crua realitat amb pastanagues com el federalisme ja no és un exercici d’ingenuïtat, sinó de ceguesa política o fins i tot de col·laboracionisme“.