El miércoles, dos momentos que invitaron a un optimismo momentáneo por lo que hace al conflicto en Catalunya. Todo, como se empeña en argumentar Ernst Bloch, podría ser de otra manera aunque él mismo advierta que la esperanza debe ser fundada para no ceder a la ilusión.
Por la mañana, desayuno con J., un editor al que uno conoce desde hace más de veinte años y en cuya editorial esperaba poder publicar la traducción catalana de
Del Tercer Reich lo cual, dicho sea de paso, no será posible: tiene por norma ni encargar ni publicar traducciones del castellano pues considera, con acierto, que todos los catalanes dominan el castellano como para acceder a los originales en esta lengua y que este bien se ha de preservar. J. "siempre" ha sido comunista e independentista: pude constatarlo en largas y arduas discusiones hace años en las que uno se empeñaba en mostrar la radical contradicción entre nacionalismo y marxismo y él se obstinaba en mostrar su complementariedad. No se ha movido un ápice en sus convicciones y discrepa del analisis que se hace en estas páginas: cree que Mas y las élites no han estado nunca por la independencia pero se han visto desbordadas por un movimiento cuya dinámica generaron inicialmente para forzar una negociación al alza con España pero que ya no controlan. Son prisioneros "de la gente". Igualmente piensa que la izquierda, que él no identifica con la "realmente existente" ni con los "profesionales de la revolución" sino con una izquierda difusa que no ha erigido nuevas estructuras políticas, no hace de "tonto útil" sino que, en realidad, dirige el movimiento. Es firme partidario de la celebración de la consulta sea como sea, saltándose la legalidad si es preciso, pero tiene claro que, una vez pronunciada la ciudadanía y aceptado el resultado, sea cual sea, aunque uno piensa que consideraría que si la opción triunfadora fuera el "sí" con el 50,1% de los votos habría suficiente, sería el momento de empezar unas negociaciones que podrían conducir desde la secesión total hasta un estado federal o confederal. No descarta ninguna opción. Asimismo, tiene claro que le gustaría disponer de la doble nacionalidad, que la lengua castellana es, también, patrimonio de Catalunya y debería ser cooficial, que los lazos entre ambos países exigen alguna forma de estrecha asociación aunque, por principio, libre y que, para España, la posible secesión sería la oportunidad de romper con un modelo de estado y sociedad fallido.
No obstante, cuando la conversación deriva a las condiciones que pone Europa con su rechazo a la independencia de Catalunya, abordamos la crisis capitalista. Duda, como uno, que nos encontremos en los estertores del capitalismo, como el bueno de Eudald Carbonell afirmaba ayer en el programa de Andreu Buenafuente o tantos otros insisten en concluir a la vista del previsible colapso energético de la próxima década. Con todo, tiene claro que esta crisis de reestructuración se llevará por delante muchas vidas y causará mucho sufrimiento, como ha pasado con las anteriores crisis capitalistas de larga duración. Convergimos, poco antes de separarnos, en que en la disyuntiva "comunismo o barbarie", el segundo par tiene todas las de ganar en el momento actual. No fue, sin embargo, una despedida amarga. El pesimismo no exime de la acción. Al revés, obliga a ella.
Ese mismo día, por la tarde, uno tuvo ocasión de leer algunas
opiniones de Antonio Baños que considera que la rebelión catalana es lo mejor que le puede haber pasado a España pues abre un escenario deseado por la verdadera izquierda: la ruptura, por fin, con el modelo de la transición y la destrucción del régimen de la Constitución del 78, con su monarquía y su falta de reconocimiento de la plurinacionalidad del estado español. Escribe Antonio: "Nosotros marchamos con el mensaje hacia los otros españoles de que les
esperamos. Los catalanes nos piramos de este Reino de Zarzuela con la
confianza de que pronto lo harán los otros. "Pero estoy seguro de que la
mayoría de catalanes no quiere salir de España: quiere salir de
esta España, que no es lo mismo. Pero es que de
esta España somos muchos los que queremos salir". Eso
escribía Isaac Rosa,
que es una buena persona, después de la Diada del 2012 en eldiario.es. Y
es esta una idea que encuentro especialmente excitante: hacer de la
República Catalana un tema de orgullo y un refugio para todas las
fuerzas de la España rebelde que también quieran, como nosotros, huir de
la monarquía carca y del régimen setentayochesco."
Su mensaje se parece mucho al que he respirado en mis últimas visitas a Madrid: no hay apenas oposición a la celebración de un referéndum y sí más bien la esperanza de regeneración democrática que una amenaza real de secesión podría provocar.
Confluencia en muchos aspectos entre J., un independentista y comunista catalán y mcuhos izquierdistas españoles. Un soplo de aire puro y esperanza. Lástima que uno tenga claro que tanto allí como aquí estas posiciones son minoritarias y que ambos nacionalismos están encabezados por etnicistas bien camuflados de la peor especie.
Cuando llegue "la hora de la verdad" J., Antonio y mis amigos madrileños, así como uno mismo, seremos conminados a guardar silencio y cobijarnos en un bando, otro o ser despreciados por ambos. La buena voluntad, la prudencia, la tolerancia, el sentido crítico... Todas esas viejas virtudes que sólo profesa una minoría serán arrasadas por el flamear de las banderas y el griterío de una chusma enardecida por las élites políticas, mediáticas y económicas que permanecerán en sus mansiones viendo por televisión el espectáculo que se desencadenará. ¿Cuánto tardará?
Siente uno ser tan cenizo. Ojalá me equivoque y el complejo de
perfectus detritus sea sólo un mal hábito...