17 de julio de 2012. Tercera parte.
Antes de comer nos dirigimos a Lucca, la ciudad-estado más importante de
la época previa a la unificación, junto a Venecia, y patria de Puccini y
Boccherini. Pero en vez de coger la ruta más directa, el GPS se empeña
en conducirnos por el interior de la Toscana. Acabamos haciendo un
hermoso aunque largo recorrido entre cipreses, olivos y viñas siguiendo la carretera
que va de San Giuliano Terme a Pugnano pasando por Orzignano y Corliano.
No llegamos hasta Lucca hasta primera hora de la tarde, cuando casi
todos los restaurantes habían cerrado y a duras penas pudimos tomar un
plato de pasta en una
Trattoria que había demorado su cierre.
Después, un recorrido por el bello casco histórico, también repleto de
turistas, disfrutando de unos estupendos helados de esos tan habituales
en Italia. Destacó la subida a la
Torre Guinigi, construida en el siglo
XIV y en cuya parte superior, desde la que se puede disfrutar una excelente
vista
a la que se puede acceder virtualmente, tuvimos el privilegio
de contemplar el paisaje de
la zona de la Toscana donde se asienta la ciudad desde sus más de cuarenta metros de altura
rodeados de un pequeño jardín con varios robles.
Al atardecer, paseamos por
los bellos jardines en que se han convertido las murallas que rodean la
ciudad, que se conservan casi íntegramente, aspirando el perfume de
una enorme cantidad de soberbias magnolias con la mayor parte de los visitantes camino a sus
hoteles y la ciudad más despoblada y sosegada, como aliviada por haberse librado de una sobrecarga gracias a la cual, seguramente y pese a todo, viven.
El viaje de retorno nos ofreció otra imagen de Firenze: o la misma pero vista con otros ojos. Si el día anterior habíamos entrado por el sur esta vez entramos por el noroeste y quizás por la fatiga prestamos atención a la ciudad "real": la contemporánea, la actual. Y nos pareció tan impersonal y fea como la mayoría de las ciudades europeas de cierto tamaño. Debió ser esa sensación uno de los motivos fundamentales que nos impulsó a dedicarnos los siguientes días a la Firenze ideal, la clásica, la intempestivamente falta de contemporaneidad: la Firenze que habíamos venido a ver, en realidad.