14 de marzo de 2010

14 de marzo de 2010: "...and the winner is..."


Como a bastante gente que conozco, la concesión de los Oscar y los Nobel me produce una irremediable sensación ambivalente. Reconozco en ellos el peso enorme, a veces casi determinante, de los factores externos al arte o a la ciencia y, sin embargo, no puedo evitar la tentación de comprobar el valor artístico de las obras premiadas y, por tanto, de presumirlo.

Me temo de todas formas que, pese a que año tras año ambos premios aumentan su descrédito entre los productores culturales y la opinión pública medianamente informada en general (y ejemplos esperpénticos como el Nobel de Obama o la lluvia de Oscars a Titanic así lo avalan), conservan todavía una cierta aura que no cabe llamar "prestigio" en sentido estricto pero que camina por esa zona semántica: aún se percibe en ellos la autonomía del criterio estético siempre mediatizado -en ocasiones hasta su pura y simple supresión- por los agentes externos implicados en su producción, distribución y consumo, pero autonomía al fin y al cabo.

Quizás por ello muchos de nosotros, afectados aún por el prurito del criticismo, hemos de refrenar nuestro impulso inicial para no comprar los textos de los Nobel de literatura que desconocíamos o pasar por la taquilla en versión "intelectual ligera" para ver el Oscar a la mejor película de habla no inglesa o en versión "gran consumidor" para la ganadora del Oscar a la mejor película de Hollywood.

Afortunadamente, como el descrédito sólo puede provenir de un crédito previo y su merma es un argumento a favor del mantenimiento de un mínimo capital simbólico, uno puede quedar justificado de no disculparse por recurrir a la Comunidad para obtener una copia de El secreto de sus ojos y otra de The Hurt Locker. Y si el argumento flojea pues siempre queda la consabida "presión social".

La película de Bigelow, una directora irregular pero que ha ofrecido dos trabajos en mi opinión solventes, Días extraños y El peso del agua, aún no se ha bajado y no sé si la podré ver hoy. Pero anoche ya tenía El secreto de sus ojos para comparar con Das weiße Band (La cinta blanca) la última obra de Haneke, que vi hace un par de semanas, esta sí, en el cine.

Y debo dejar constancia de mi agradecimiento a la Comunidad por ayudarme a evitar pagar la entrada y contribuir a la supervivencia de la industria cinematográfica pagando otra vez los abusivos 7,50 euros de rigor que ya aboné por Das weiße Band. Hubiera sido excesivo.

En la película de Campanella, y en ello coincido con Pepo Paz, "la inserción de las historias de amor en el guión... no están bien resueltas. Por eso la cinta se torna lenta y pesada a ratos. Ni siquiera el giro final, intuido mucho antes de que se desvele, la salva." Es una película resultona aunque sea amable. Resultona por el excelente trabajo de los actores. Y amable porque la resolución de la trama reconcilia al espectador con los protagonistas y a los protagonistas entre sí. En fin, una película afirmativa, que da respuestas a los interrogantes que plantea y que, precisamente por ello, te deja más o menos igual que al principio. Quizás no valía la pena tanto metraje y tanto esfuerzo para tan magro resultado. Por el mismo precio me quedo con una pelicula sin más pretensiones que entretener.

Por contra, la de Haneke es una cinta desasosegante, que ante todo plantea preguntas y a las que, en principio, no responde o, más bien, para las que propone elementos a partir de los cuales el espectador ha de organizar su propia respuesta.

Pese a que tengo la impresión de que esta vez no ha sido ecuánime y ha sesgado los elementos del texto cinematográfico hacia unas posibles respuestas más que a otras, algo que en Funny games o Código desconocido respetó exquisitamente, esta virtud hace que la película no sea, en modo alguno, afirmativa lo cual para mi gusto acostumbra a ser un valor. Finalmente, hay otro rasgo por el que prefiero la película de Haneke a la de Campanella: no hay reconciliación ni entre los protagonistas de la trama ni entre ellos y el espectador. No hay, por tanto, amabilidad alguna, sino más bien antipatía, distancia e incomodidad. No sales igual que entraste.

¿Cabría colegir de este breve comentario que hubiera sido más justo el Oscar para Haneke que para Campanella?

De ninguna manera.

Es "ab-so-lu-ta-men-te necesario" que el premio siga desacreditándose para reforzar nuestros criterios de distinción.

Los marginados de los centros de distribución de capital simbólico y económico debemos poseer, a cambio de aguantar esa exterioridad, una altísima estima por la máxima autonomía de lo artístico respecto a su entorno que nos permita mirar por encima del hombro a Bigelow, Campanella, Hollywood, etc. y venerar a Haneke, por ejemplo.

Ya me siento más tranquilo y justificado así que si la Comunidad me da esta noche una buena copia de la película de Bigelow, la veré sin lugar a dudas y despotricaré contra ella, espero...