Para ser un amante de la música de cualquier clase y estilo no resulta fácil explicar la animadversión de uno respecto a los cantautores. Seguramente una exploración psicoanalítica podría hallar algunas pistas orientadoras pero de momento no ha habido suficiente tiempo para esta búsqueda y seguramente ya no vale la pena esforzarse: no gozan de mis simpatías en general ¡Qué le vamos a hacer!
Uno de los que menos me han agradado siempre es Joaquín Sabina por el cual la aversión hace tiempo que mutó en fobia. En descargo de uno cabe decir que, por ejemplo, con Llach no ha pasado lo mismo: incluso hay piezas suyas que uno oye con placer y, en lo personal, le ha acabado reconociendo una cierta solidez intelectual y hasta ética. Tampoco es el caso de Serrat pues alguno de sus discos suena, de higos a brevas, en casa aunque no pueda leer ni una declaración suya. Estos dos casos permitirían deducir que, al menos, esta fobia no es absoluta y dogmáticamente indiscriminada.
Sin embargo, la que profesa a Sabina no hace más que crecer, como las que rinde a Felipe González, Aznar o Zapatero. La última dosis en El País del domingo. En realidad, más que como una comparación poco afortunada uno la considera lisa y llanamente como una estupidez pero...
"P. ¿Se le ocurre cómo pasará Zapatero a la historia? ¿Como Alexander Dubcek, el soñador de la Primavera de Praga, o como Juan Negrín, odiado incluso dentro de su partido?
R. Será recordado como Gorbachov, rechazado en su país y admirado fuera (sn). Yo suscribo toda su primera legislatura, en materia de avances sociales y libertades personales. En la segunda no dio pie con bola."
Ahí es nada: compararlo con Gorbachov... Puestos podría haberlo hecho tamibén con Alejandro Magno o Marco Aurelio...