Uno no puede adivinar el futuro pero hace apuestas sobre él. Ahora, al menos en Barcelona, el movimiento de los indignados parece haber perdido, definitivamente, pistonada: es marginal. Podría, cierto, rebrotar con más fuerza en cualquier momento. No obstante, la enseñanza fundamental del siglo pasado, que Antonio Orihuela resumió una tarde en la presentación de uno de sus últimos libros en la que le acompañé, no parece haberla aprendido, finalmente, este movimiento.
Aquella tarde, a la pregunta de uno acerca del futuro del empeño libertario, Antonio contestó con una sencillez irrebatible: "Yo creo, Jorge, que la anarquía tendrá lugar cuando la gente quiera". Y, al fin y al cabo, me temo que de eso se trata.
Si algo nos enseñaron los programas revolucionarios de ingeniería social es que las revoluciones no advienen por decreto, plan o programa, a no ser que pensemos en variaciones sobre los modelos de dominio existentes, como pudo ser, en su momento, la insurrección bolchevique o la dictadura hitleriana, sino por el respaldo de la mayoría de la población que deja de legitimar un estado de cosas y exige su reforma radical o supresión.
Y de eso sigue tratándose: de sumar o seguir a la mayoría, silenciosa a veces y no tan callada otras, y no de imponer cualquiera de las metodologías revolucionarias diseñadas por la vanguardia de turno.
Sobre la relació entre art i vida
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d...
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