La multitudinaria manifestación de ayer en Barcelona da una nueva oportunidad al llamado "Movimiento del 15M". Y esta nueva oportunidad, cree uno, la ha vuelto a dar no la vanguardia revolucionaria, ni los santones espirituales, ni los añorados dinosaurios de la revolución nunca concluida, sino la mayoría silenciosa: los ciudadanos de a pie más comprometidos con "lo político" que con opción política alguna.
La manifestación da un espaldarazo a la dinámica general del movimiento, a su carácter horizontal, democrático, no violento y pragmático.
La manifestación propina una soberbia bofetada a partidos políticos y sindicatos que han tratado de apropiarse del movimiento. Otra, a la demagogia de los medios de comunicación y su seguimiento de la estrategia criminalizadora planteada desde algunos poderes públicos. Y otra más a la clase política en general y a sus rivales, los "profesionales de la revolución" y antisistemas diversos.
La manifestación, asimismo, renueva las esperanzas en que la expresión de la disidencia y el anhelo de justicia social y emancipación en las sociedades de mercado administradas no está clausurado de una vez por todas y eso es una buena noticia. El poder no es omnímodo.
La manifestación, con todo, no debería hacernos olvidar la necesidad de la vigilancia crítica contra apropiaciones, mistificaciones utópicas y redentores revolucionarios de uniforme.