Concluido el relato intempestivo del viaje del pasado verano, llega a su fin la datación de las entradas de este cuaderno durante los últimos quince meses.
En este período de tiempo uno ha intentado, y logrado, disciplinarse para armar los rudimentos de un dietario que, inicialmente, tenía una intención literaria. Ahora, esa intención sin desaparecer del todo ha dejado paso a un propósito testamentario, póstumo.
Dado que uno sigue embarcado en la novela que lleva años escribiendo; dado que aun queda pendiente la reescritura final de ese libro de poemas en el que ha estado trabajando los dos últimos años y que llamaremos
Ejercicios (que ha pasado la criba de amigos y lectores-amigos y está a punto de acabar su tiempo de refrigeración); y dado que el tiempo sigue siendo escaso, es poco probable que tenga la paciencia de retocar los textos vertidos aquí en estos quince meses y darle la forma que permita su publicación.
Tampoco hay demasiadas ganas de comenzar el habitual proceso de enviar manuscritos para acabar rozando el teatro, la farsa, e incluso mendigando, en cierto modo, la publicación.
Y, sobre todo, con el paso de las semanas se ha ido abriendo paso en este empeño la voluntad de seguir con otro motivo: que mis hijos dispongan de un relato cotidiano de las preocupaciones e inquietudes de uno cuando ya no esté en este planeta. Un propósito que, paulatinamente, parece más humilde y digno.
¡Qué no hubiera dado uno por disponer de un testamento de la vida de mi padre!