Cuando nos mudamos, desde las ventanas del estudio no podía verse el otro lado de la calle: el denso follaje de los árboles de la acera opuesta, que llegaban hasta prácticamente la nuestra, lo impedía. Era agradable: le daba a uno la impresión de vivir en la montaña o en un bosque.
En primavera los árboles florecían espectacularmente: unas flores de un lila vivo, intenso, coronaban sus copas. Durante unos días tratamos de averiguar qué clase de árbol podía dar a luz aquella floración extraordinaria. No lo conseguimos y supusimos que, por la hoja y el color del tronco, debía tratarse de alguna clase de acacias.
Pues bien. Se trata de jacarandas, no acacias. Y lo sabemos porque una vecina que ya en su día, el año pasado, parece que presionó, junto a otros vecinos, para que se hiciera una poda contundente, que se hizo y que a uno le permite ahora ver el estudio de una pareja de jóvenes pintores a unos diez metros de donde escribe y si se esfuerza hasta la marca de su móvil, ha escrito al Ayuntamiento del distrito para pedir, lisa y llanamente, que sean arrancados de la calle: el fuerte olor a amoníaco de las flores al caer y las manchas que dejan en su terraza cuando sucede, son razones suficientes, estima la señora de marras, para proceder a su tala.
La señora, a primera vista, parece una viejita inofensiva, claro que también lo parecen, a estas alturas, Ivan Demjanuk (Ivan el Terrible, el guardia ucraniano de Treblinka y Sobibor) o Erich Priebke (uno de los últimos oficiales de las SS juzgado y condenado).
Conclusión: la vejez no conlleva siempre un endulzamiento del carácter ni un aumento de la compasión. En ocasiones va acompañada de conductas bien opuestas.