Anteayer por la tarde volvía a casa después de encontrarme con mi amigo Rais cuando al pasar delante de una taberna inglesa vi por la tele unas imágenes del Tour del 89. Era Laurent Fignon en la primera parte de la última contrarreloj, aquella que perdió ante Greg Lemond y que decidió la ronda ciclista para este último por sólo 8 segundos. Supe de inmediato que había muerto, así mientras continuaba mi camino. No recordaba, aunque supongo que mi inconsciente sí, que uno de los ídolos deportivos de mi juventud padecía un voraz cáncer de páncreas desde el año pasado y que estaba sentenciado.
En el estudio repasé la prensa y leí unas declaraciones realizadas en junio de 2009, poco después de anunciar su enfermedad, en las cuales decía: "no tengo ganas de morir, pero no tengo miedo. No soy especialmente valiente ni tampoco miedoso. Ni tampoco, en absoluto, religioso. He sido joven y despreocupado, y ha sido maravilloso. Por eso no tengo miedo a morir. Si esto se acabara enseguida, no lo lamentaría en exceso. He vivido una buena vida".
Y pensé en lo que Rais y yo habíamos comentado a propósito de la frase de Wittgenstein en su lecho de muerte: "Decidles que mi vida ha sido maravillosa". Esa frase que, para ambos, se convirtió en el objetivo ideal de la actitud a lograr ante la desaparición absoluta y que, hoy día, manteniéndose como el máximo logro de una vida y una muerte, conociendo la vida de Wittgenstein, empezamos a sospechar que se trató de una provocación. Como dijo Rais: "Después de la vida de mierda que había tenido, lo dijo para joder, seguro, para joder a todos los que le habían jodido".
Quizás sea verdad y también fuera el caso de Laurent Fignon.