25 de julio de 2010. Primera parte.
"Despertarse un domingo por la mañana en Berlin no es diferente de hacerlo en cualquier otra ciudad europea. Ni la profundidad del cielo ligeramente moteado de nubes, ni la luz que despunta entre las azoteas de estilo imperial neoclásico, ni el silencio de primera hora de la mañana, ni la brisa suave que apenas mece los plátanos, cerezos y tilos de los alrededores son privativos de la ciudad. Sin embargo estamos en Berlin, no en cualquier otro lugar, me repito con satisfecha obviedad.
Mientras nos desperezamos entre las sábanas decidimos preparar un desayuno abundante y bajar a buscar algo de fruta (fresas, sandía, melón) para redondearlo. Uno tenía la convicción de que en Prusia la ética protestante o alguna de sus variaciones haría que hubiera numerosos comercios abiertos las veinticuatro horas o, al menos, en festivos, a diferencia de la católica Baviera donde los domingos y los laborables a partir de las seis y media de la tarde cuesta encontrar una tienda abierta. La verdad es que aunque uno deteste los tópicos periodísticos y las simplificaciones, siempre acostumbra a utilizarlos como horizonte sobre el que configurar sus expectativas cuando está en un entorno extraño. Poco importa que esta esquematización tenga su justificación teórica en el gran ensayo de Max Weber
La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Los "lugares comunes", procedan de la experiencia singular, los prejuicios colectivos o lasa especulaciones científicas, suministran la base para esperar determinadas regularidades en mundos y estados de cosas no familiares o desconocidos.
Ahora bien, aplicados sin precauciones ni matices, suelen ser de dudosa eficacia. Como quedó demostrado después de deambular casi una hora por el barrio. En Gràcia, cualquier domingo encuentras abiertos cerca de casa más de media docena de comercios en los que puedes encontrar desde pilas y CD's hasta cualquier clase de alimentos y no todos ellos regentados por los famosos "paquistaníes" a los que solemos adjudicar la propiedad de estos sitios. En Prenzlauer Berg no hallamos ni uno abierto. Seguramente más que con cualquier ética religiosa el asunto debe tener que ver con la normativa de horarios comerciales, los derechos de los tabajadores o el superior poder adquisitivo que permite dedicar el fin de semana a otras tareas.
Antes de comer fuimos al
Mauer Park para cumplir con el primer rito: ver una parte salvaje del muro. Unas decenas de metros sin pintadas artísticas, figurantes para turistas o, simplemente, sin vendedores de insignias, banderas, gorros y "regalia" variopinta
made in China, en lo alto de un talud que domina una explanada en la que hay un mercadillo. En el lado opuesto, "tras" los metros de muro que se conservan, un pequeño y ajado estadio deportivo de la antigua Alemania del Este. En el mercadillo cada cual fue a lo suyo. Esther y Marc a curiosear sin un objeto definido. Clàudia en busca de cuadros, fotografías o postales originales y uno a rastrear parafernalia de la antigua DDR, el Ejército Rojo o la
Wehrmacht. Tan sólo hallé una bandera de más de un metro y medio de largo de la Alemania socialista, gastada y deslucida pero bien conservada. Sin embargo, su gran tamaño la condenaba al sótano y por tanto no compensaba lo que costaba. Los cascos de combate soviéticos y alemanes de la II Guerra Mundial que se vendían también eran caros y, consideraciones familiares o pedagógicas aparte, tampoco encontrarían acomodo en casa y, además, eran difícilmente transportables en nuestras maletas saturadas de ropa. El resto de abundante "regalia" comunista o militar (sellos, condecoraciones, insignias, monedas) me resultaba indiferente pues hace mucho tiempo que perdí cualquier hábito coleccionista: será que los automatismos obsesivo-compulsivos se han sosegado con el paso de los años".