Con todo, la coincidencia entre la serie de factores puramente aleatorios que desembocaron en el viaje a Berlin y luego a Polonia y el curso del examen de la pulsión totalitaria que me dominó tantos años que estoy llevando a cabo en parte en este Blog fue afortunada. No vale la pena reconstruirla al detalle ni por economía ni para evitar un nuevo ejemplo del "todo está conectado con todo" así que uno puede limitarse a unos breves apuntes.
Desde que era pequeño y devoraba los comics de "Hazañas bélicas" quise visitar Berlin y vivir en Alemania. Dibujaba en mi infancia soldados de la
Wehrmacht y compraba sobres con soldaditos de plástico y algún
panzer en las papelerías del barrio. Sobres como
La campaña de Rusia,
Desembarco,
Afrika Korps... me suministraban las divisiones con efectivos de escuadra con las que imitaba en mis juegos el avance alemán por Europa que era lo único que conocía de aquella Alemania heredada en tramos de conversaciones cogidos al vuelo de mayores y profesores, junto a unos nombres de "políticos alemanes" según la Enciclopedia Sopena que compraron mis padres en 1970 para ayudarme en mis estudios: Adolfo Hitler, Rodolfo Hess...
En realidad, tan sólo sabía que Alemania había luchado contra Rusia y casi todo el mundo, que había perdido y que sus jefes eran Adolfo Hitler, Rodolfo Hess y un tal Heissman (Eichmann).
Aquellos nombres, pronunciados con reverencial odio por mi abuelo (republicano represaliado) en nuestras excursiones al monte y que, descontextualizados, sólo podía rellenar fragmentariamente con los escasos datos que obtenía del entorno, ejercían una poderosa magia desprovista de su verdadero sentido. Sólo en el séptimo curso de la EGB empecé a saber, gracias al libro
Deportación, que aquellos nombres se asociaban a actos salvajes y bestiales sin par en la historia de la humanidad (entonces no sabía nada de Armenia o Ucrania y durante años nunca creí que pudieran suceder Kampuchea, Srebrenica o Ruanda).
Sin embargo, el efecto mágico ya estaba grabado y Alemania, con su capital finalmente tomada, Berlin, (y aquí el tema del "asedio" en su vertiente psicoanalítica ejercía su singular fascinación asociada a la embrionaria personalidad de un crío en entorno hostil), constituyó el núcleo de una parte de mi imaginario.
Los estudios de Filosofía y la adopción del credo marxista, durante algún tiempo plasmado -aunque no fuera ejemplarmente- en la URSS y los países del Telón de Acero, acabaron de redondear esa construcción onírica de referencias afectivas e intelectuales con centro en Alemania y Berlin.
Con el paso de los años pude satisfacer mi pasión por Alemania gracias a mi amigo Wolfgang Borkner que me hospedó unas veces, o me buscó alejamiento otras, en Baviera. Pero siempre quedó fuera Berlin y demasiadas cosas estaban en la antigua capital: la
Götterdammerung nazi, la toma del Reichstag por el Ejército Rojo, las SS, la Gestapo, el Muro, el
checkpoint Charlie, la Stasi, Markus
Misha Wolf, la guerra fría, la unificación, la derrota de la URSS y con ella el fin del último sueño totalitario, la apoteosis del Fin de la Historia liberal-democrático, Hegel, el Baron Rojo, Mrax-Engels-Lenin-Rosa Luxembourg, Alfred Döblin, la
Bauhaus... La mayor parte del siglo XX se condensaba en Berlin y, sin embargo, siempre se posponía la oportunidad de ir.
Y este año, cuando la pasión totalitaria en este cuerpo y esta mente de cuarenta y seis años que responden a mi nombre ha sido, creo, definitivamente erradicada tras décadas de conflicto, justo este año, pude ir al centro del sueño totalitario europeo: Berlin.
Casi, por casualidad. Sin proponérnoslo. Como última solución de urgencia en primavera ante la evidencia de que nuestro destino de los últimos años, Saint Andrews, sería invadido por el
British Open de golf.
Mi amigo Ignasi tenía un apartamento en el Berlin este y nos lo dejaba a un precio muy asequible. Además podíamos aprovechar y viajar desde allí a Cracovia, Praga, Budapest o la costa báltica. Así que aceptamos su ofrecimiento y programamos una estancia de doce días en Berlin y cocho días en coche por Polonia pasando por Wroclaw (el antiguo Breslau) y Cracovia (incluyendo Auschwitz como parada) con Esther y los críos.
Tres semanas para, entre otras cosas, seguir explorando, ahora desde la piel y la mirada, el ajuste de cuentas de uno con el totalitarismo.