21 de septiembre de 2014

"Otro" viaje a Italia (XX): El Foro de la Roma Imperial y Marco Aurelio


28 de julio de 2012. Tercera parte.

Sin nada para alimentarnos, nos aprovisionamos de bebidas gracias a vendedores ambulantes que, furtivamente, venden carísimos botellines de agua (¿habrán tenido ellos también que pagar entrada y esa será la razón de escandaloso precio?) y recorremos a paso lento un Foro que, en mi memoria, era brillante, féraz y solitario. Incluso alguna foto que conservo de aquellos años lo atestigua. Sin embargo, el que vemos hoy está reseco, descolorido y atiborrado de turistas hasta el punto que el movimiento se hace difícil y molesto. El agotamiento hace tanta mella que, en realidad, deberíamos dejarlo para otra ocasión. Sin embargo, la misma fatiga nos nubla el entendimiento - especialmente a mí - y, por ejemplo, me emperro en ascender hasta una glorieta desde donde, recordaba, se gozaba de una extraordinaria vista del recinto. Fatalmente, la susodicha zona está cerrada por obras de restauración y lo único que conseguimos es una caminata correosa y desalentadora para no ver más que verjas, grúas, plantas sedientas y poco más.

A las cuatro y media, después de más de diez minutos recostados, a la sombra, sobre los restos de una columna y aun con partes del recinto sin visitar detenidamente, nos damos por vencidos e iniciamos un lento retorno a casa procurando resguardarnos en lo posible del violentísimo calor que a media tarde es tan intenso que quita la respiración. Como resultado, mientras descansamos en el poco acogedor apartamento, sufro un ataque de pánico agudo: una dosis extraordinaria de clonazepam acaba sofocándolo al anochecer después de un par de horas agónicas. Todos me contemplan con una mezcla de paciencia, comprensión y miedo que soy incapaz de apagar. Por fin, la medicación logra su cometido y nos encaminamos a la Piazza Spagna. Camino como un anciano, exhausto. Nos sentamos en la escalinata para ver cómo cae la noche sobre la eterna Roma y la vista de la ciudad, la mano de Esther y las frases de Clàudia y Marc rematan la faena del ansiolítico: todo vuelve a la normalidad y parece que hoy, tampoco, voy a morir de un infarto lejos en tierra extraña (como si hubiera una propia).

Cenamos casi de madrugada y, después, tomo las Meditaciones de Marco Aurelio para poder irme a dormir también descansado intelectualmente. Leo una hora y constato, definitivamente, que la distancia histórica es insalvable. Marco Aurelio no escribe para todos nosotros y menos aun para algunos europeos del siglo XXI aquejados de ansiedad. Cuando nos conmina a retirarnos a nuestra alma (IV, 3) para hallar allí la calma y la paz de las que el mundo nos priva, uno no puede por menos que sonreír y recordar a Freud. Cuando ese espíritu es, a menudo, la fuente principal de nuestros sufrimientos y agitaciones, ¿cómo encontraremos, sin el concurso de los psicotrópicos, refugio consolador en él? No obstante, en otros pasajes, la distancia se acorta un poco y la proximidad puede llegar a sentirse como tal. Entonces la ilusión de universalidad se hace casi realidad y parece que las barreras de la temporalidad histórica se levantan: "En suma, recuerda que dentro de brevísimo tiempo, tú y ése habréis muerto, y poco después, ni siquiera vuestro nombre perdurará" (IV, 6). O "Dirige tu mirada a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la gloria. Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el rinconcillo que habitamos? Y allí, ¿cuántos y qué clase de hombres te elogiarán?" (IV, 3).

Algo más confortado, no por el romano sino por el efecto de los ansiolíticos y el sosiego de la noche con los seres queridos, dejo distancias, solidaridades y universalidades para otro rato y, exiliado de mí mismo, me acuesto.