4 de septiembre de 2014

Crónica de la Nueva Edad (04/09/2014)


El pasado lunes uno recogió, a modo de apuntes dispersos y poco reflexionados, algunas de las impresiones más destacables de este agosto barcelonés empapado de entusiasmo secesionista. No fue un análisis equilibrado y apenas fue mediado teóricamente. Llevó aparejado, además, una carga de nostalgia justificable biográficamente pero irrelevante o más bien perjudicial cuando uno se confiesa abiertamente antinacionalista pero intenta combatir, con las escasas luces del sentido común y la racionalidad, el fanatismo religioso vestido de nacionalismo sin demonizar ni simplificar como los patriotas de cualquier cuño acostumbran a hacer.

Esta parte abiertamente subjetiva, por ello, quedaría incompleta sin el añadido del esfuerzo de un cierto procesamiento intelectual de estas y otras impresiones para apartarlas en la medida de lo posible de su calidad de anécdotas y añadirles algún valor pertinente para la acción. Así, es innegable que los secesionistas han recibido un duro golpe, otro más, en su descabellada valoración del contexto internacional. La ilusión irreflexiva, basada en el axioma de la vagancia española frente a la laboriosidad catalana, del subsidiarismo africano frente al emprendimiento catalán, se sigue mostrando tozudamente como ficticio: la última prueba ha sido el respaldo de Alemania a la política de Rajoy respecto al proyecto secesionista. No encuentra aliados la causa secesionista aunque los voceros de la causa, mi querido Vicent Partal especialmente, se empeñen en resaltar las migas y hacer pasar por oro el latón. Es cierto que esta situación no tiene por qué ser eterna, como parecen creer, soberbios, los nacionalistas españoles, pero es bien cierto que los asesores de Mas cometieron un error garrafal al confundir su elitista y engreída concepción del estado español con la realidad. Uno ya dejó constancia por aquí de que, aunque no tenga ningún valor probatorio sino sólo indicativo, simbólico, indiciario, entre los amigos que tiene en Alemania, de distinta extracción social y opción política, no se entiende en absoluto el secesionismo catalán que se ve como una forma de egoísmo insolidario y avaricioso propio de movimientos reaccionarios como los de la Liga Norte. Necesitarán mucha pedagogía, realismo, humildad, esfuerzo y suerte, para invertir esta tendencia en el futuro más próximo. A ver...

Por otro lado el "caso Pujol" puede hacer un relativo daño al programa secesionista pero no tanto como quieren los voceros españolistas. No hay que olvidar que aquellos que, en España y en Catalunya, ahora se rasgan las vestiduras, sabían el aroma a corruptela que emanaba del clan Pujol. Quien haya estado por la Cerdanya y haya visto las propiedades familiares no podía ignorar que había "gato encerrado". Ya se le escapó a Pasqual Maragall aquello del 3%, que era un secreto a voces y mostraba los índices de corrupción institucionalizada en los que se movía la Administración catalana. Mas el que fuera "español del año" para ABC, ahora vilipendiado, ya era poco honorable hace veinticinco años por lo menos a los ojos de uno. Lo que suecede es que a la clase política española y sus acólitos mediáticos ya les venía bien y nada tenían que decir respecto a cómo mangoneara su feudo. El problema ha surgido cuando ha querido convertir su feudo en reino. Como le comentó a uno el otro día un amigo madrileño abiertamente españolista, "Roma no paga traidores. Pujol ha roto el pacto, pues que se atenga a las consecuencias". En fin. Con  todo, es innegable que entre una porción de electores de Convergència,  nacionalistas, católicos y poco sofisticados ideológicamente, que se habían convertido en independentistas por inercia y por seguir a su partido y a Pujol, los reparos expuestos en privado acerca de la fortuna de la empresa secesionista pueden dejar de serlo. La mayoría de ellos acudieron al 11 de septiembre de 2012 bajo el lema del "Concierto económico", que era el estandarte oficial de la convocatoria, y se dejaron arrastrar por la movilización secesionista que secuestró, inteligentemente, el acto. Es probable que retornen paulatinamente a su posición catalanista pero no secesionista pero no conviene engañarse: ni conforman un núcleo especialmente numeroso ni mucho menos dinámico en el seno del catalanismo como para desacelerar un proceso bien embragado. Si Unió, como parece, se financia bien con el gran empresariado antisecesionista y se presenta en solitario cosechará, tal vez, los suficientes votos entre este colectivo como para dificultar un cambio de marcha del movimiento pero este freno se compensará con la radicalización de los más intransigentes: el escenario de enfrentamiento violento seguirá siendo el más probable a corto y medio plazo. Y, dicho sea de paso, la táctica unionista de extender la "corrupción" a todo el secesionismo identificando Pujol-nacionalismo-secesionismo y corrupción si sigue como hasta ahora no rendirá demasiado además de ser groseramente simplista e inaceptable conceptualmente.

Ahora bien, un ejemplo de que esa tendencia insurreccional tan sólo potencial en este momento, latente, puede actualizarse pronto, se ha tenido en el lamentable espectáculo que un grupo de trabucaires de Cardedeu protagonizaron hace pocos días. Uno ya advirtió, el año pasado, del acento que los secesionistas estaban poniendo en las marchas paramilitares y la parafernalia agresiva. El "fusilamiento simbólico", que tanto bombo ha tenido en los medios de comunicación españoles, no es algo tan aislado como los medios afectos al régimen de aquí se han empeñado en mantener aunque tampoco sea la euskaldunización que otros pretenden, pero sí sirve como muestra de que el camino hacia un conflicto violento no es únicamente una argucia criptoespañolista o el desvarío pesimista de gente de mal pensar como el que escribe, sino una posibilidad real que no será fácil conjurar: la mayoría de nacionalistas de ambos bandos se encaminan sin pestañear hacia allí.

Por último. Uno no está tan convencido como lo están los españolistas y unionistas de que el president Mas no "sacará las urnas a a la calle". Si no lo hace o no escenifica algún tipo de deslegitimación radical de la legalidad española quemará su ya escaso crédito político y moral quedando ante los suyos como un irresponsable aprendiz de brujo. Francesc de Carreras hablaba hace poco en El País del soufflé secesionista y apostaba por el regreso al seny. Dejando de lado la valoración implícita no está claro que, si se busca la secesión de Catalunya, la conducta racional sea la de no deslegitimar al estado del que se quiere salir: es racional evitar el enfrentamiento, al menos en el actual contexto, pero no necesariamente renunciar a acciones que den legitimidad al nuevo "poder constituyente" (por utilizar la terminología quizá no del todo obsoleta de Antonio Negri) y que, inevitablemente, pasan por minar el "poder constituido". Otra cosa es que, hasta ahora, en el planteamiento secesionista el realismo y la racionalidad no hayan podido someter al entusiasmo y la obcecación pero aun no es tarde y aunque pueda parecer paradójico tal vez desde el punto de vista racional Mas deba escenificar algún acto de desobediencia civil (sin consecuencias penales, claro está).