De vuelta tras un mes y medio de alejamiento de la blogosfera y relativa desconexión con el entorno habitual e inmediato, mes y medio dedicado al letargo, el viaje y el juego y pese a una complicada situación internacional que parece no presagiar nada bueno (los conflictos en Irak, Ucrania y Palestina pueden agudizarse y componer un panorama preocupante), por estos lares, ni literatura, ni política internacional, ni historias singulares parecen tener densidad alguna ante la saturación social, psicológica y lingüística que segrega el escenario de la lucha por la independencia de Catalunya y del pueblo catalán.
Así, el aterrizaje a principios de agosto en Catalunya resultó de todo menos agradable. Viniendo de la hermosa, aunque saqueada y desvencijada Grecia, donde uno se dedicó a buscar, como en Italia, las huellas de una pretérita universalidad quizás perdida para siempre, la llegada a Barcelona nos suministró la patencia de esa presencia que renuncia a la universalidad, posponiéndola como epifenómeno de una singularidad irreductible e imposible de extender más allá de unos límites que son, ante todo, sagrados y que, en el fondo, la niega. No es privativo, por supuesto, de Catalunya. Seguramente en la Grecia que uno renunció a ver debe poder observarse semejante fuerza y vigor de la frontera. Desde luego también allende el Ebro anida y en casi toda Europa es, cada vez más, un movimiento que parece en ascenso pero, en cualquier caso y egoistamente, no dominaba la Catalunya en la que uno ha vivido la mayor parte de su vida y que ahora añora aunque fuera, como lo era, una construcción más al servicio de las clases dominantes que amparan el nacionalismo español que de las que se sirven del catalán. En los nuevos tiempos, la nueva Catalunya no deja de ser "otra" construcción, al servicio en esta ocasión de quienes promueven el nacionalismo catalán: en ese sentido el cambio es mínimo, lampedusiano, casi nulo o tendente a cero. Pero en el terreno sentimental (cómo no tenerlo en cuenta si uno se pasa el verano releyendo a Proust) la fractura es notable e incluso algo desagradable aunque racionalmente pueda reconocerse su relativa "injusticia". Llegar a Barcelona y toparse con el intenso ruido mediático y social alrededor de "la consulta" y "el proceso" es de todo menos volver "a casa".
De todas formas, como tampoco es que uno se haya sentido nunca demasiado enraizado en lugar alguno, pronto el resabio romántico no tardó en dejar paso a esa perplejidad intelectual que me domina desde hace un par de años ante "el espectáculo" del conflicto catalán y las reflexiones que puede conllevar. Sin embargo, algunos detalles a ras de suelo que no deben, de momento, pasar de eso, de observaciones, me parecen dignos de mención.
Lo primero que cabe destacar es que el "compromiso" de los medios de comunicación con el proyecto secesionista no sólo no ha menguado sino que se ha intensificado. La propaganda, liminal y subliminal, basta y refinada, que infesta toda la programación de la
Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals lejos de atenuarse se ha intensificado ante la proximidad de un
11 de setembre que se considera decisivo y respecto a cuyo éxito algunos abrigan dudas: no deberían, está asegurado con la representación televisiva que se realizará. Ahora bien, el precio que paga - y pagará - la prensa del futuro (o no) estado catalán es posible que sea tan descomunal que acabemos ante unos medios de comunicación más cercanos a los de Rusia, Israel o Irán que a los de Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos, por poco que sean desde cierta mirada.
Uno ha podido constatar, también, que el secesionismo que aparece en los medios y que aparentemente domina en la ciudad de Barcelona, aparentemente pragmático, poco romántico y en absoluto etnicista, no se corresponde en absoluto con el que domina en el resto de Catalunya. En las cuatro provincias, quizás donde menos en la ciudad de Tarragona, el secesionismo etnicista es hegemónico y no atiende a tácticas ni componendas. De algunas conversaciones con simpatizantes de ERC que no viven en Barcelona y sus alrededores, la imagen del independentismo y de la futura Catalunya que uno puede extraer es de todo menos tranquilizadora y no debería ignorarse. El previsible fracaso del proyecto de los "iluminados" que asesoran al
president Mas parece que llevará, más pronto que tarde, a la radicalización del secesionismo y al predominio de su variante etnicista.
Asimismo, a modo de apunte anecdótico, a partir de las fiestas de Gràcia, en las que tuve ocasión de observar, en su salsa, la agitación de los grupos de la extrema izquierda independentista y las Juventudes de ERC, uno pudo constatar que el fenómeno, que ya se dio en Euskadi, de jóvenes procedentes de la inmigración española que se convierten al independentismo más fundamentalista e intransigente está fermentando con particular vigor por estos pagos. Y su furor de conversos es digno de análisis. Otra señal preocupante.
Finalmente, una última anotación: en menos de un año tres tiendas especializadas en productos de
merchandising independentista, desde zapatillas a camisetas pasando por bragas y calzoncillos (de momento uno no ha visto tangas tal vez por el regusto católico de una parte del secesionismo catalán, el que alimenta las bases de Convergència), mecheros, cubertería, menaje o ropa del hogar, se han inaugurado en las proximidades de mi domicilio en la parte este de Gràcia. El secesionismo es, también, una oportunidad de negocio no sólo para los intelectuales de izquierda descolocados por el auge del neoliberalismo y el fracaso del socialismo que nutren las filas de los "productores de opinión" sino también para muchos "emprendededores".
Cierto que estos "detalles" son sesgados y no respetan el principio de equidistancia que uno se ha propuesto seguir en estas notas pero ya intentaré compensarlo con el análisis racional y la observación de esos otros actores del espectáculo que se escudan bajo la bandera de España.