14 de septiembre de 2014

Crónica de la Nueva Edad (14/09/2014)


Resulta difícil pasar por alto las objetivas proximidades entre la estética secesionista y la propia de los totalitarismos. Esta semejanza no equivale, forzosamente, a nada. No se pueden extraer conclusiones apresuradas. Sin embargo, toda estética es, de hecho, una ética y como tal debe ser cuidada y sopesada. El problema es que el entusiasmo sólo admite unas pocas vías de expresión. Es un "sentimiento" altamente estereotipado en nuestras sociedades (tal vez lo sea en todas) y no entran entre sus rasgos distintivos ni el humor ni la pausa reflexiva: ni la distancia sonriente, ni el estudio y análisis de las implicaciones de la acción. El entusiasmo es trascendental, jubiloso, feroz y en despreocupado movimiento. No hay lugar en él para la calma. Ya decía Shaftesbury que el entusiasmo pierde "el testimonio de los sentidos", inflama "la imaginación" y consume "por completo en un instante la mínima partícula de juicio y de razón" (Carta sobre el entusiasmo, trad. de Agustín Andreu, p130).

Los secesionistas harían bien en cuidar los detalles estéticos, medirlos, no abusar de cierta fantasmática para no espantar a todos aquellos que, sin compartir su proyecto, no estamos, sin embargo, "en el otro lado". No se nos debería asustar si el propósito, en verdad, es ganar la mayoría, esa mayoría que todavía no tienen a su lado. Por ejemplo: el plan de reclutar 100.000 voluntarios para ir "casa por casa" convenciendo a los catalanes de votar "sí" a la independencia, puede tener un innegable tufo religioso-sectario dependiendo de cómo se organice y provocar un rechazo mayor. Podrá ser leído como una campaña "a la americana" (los partidos norteamericanos recurren al "casa por casa" frecuentemente) si los voluntarios se limitan a dejar la propaganda en los buzones y no se muestran invasivos ni vehementes, como acostumbra a suceder en USA. Pero uno se teme que ése pudiera no ser el caso general y acabemos encontrándonos más bien ante una actitud de colonización del domicilio privado por parte de entusiastas creyentes que nos traen la "buena nueva": la línea entre la legítima voluntad de informar y la persuasiva evangelización puede ser muy fina y debería ser ensanchada porque también es delgada la que separa estética de ética.