26 de marzo de 2011

26 de marzo de 2011: saltándose un propósito, la decepción de Argullol


Al poco de iniciar este cuaderno uno se apercibió de que, inconscientemente, había decidido hablar únicamente de los textos que le agradaban y, por tanto, de elogiarlos. Tras muchos años de lectura, parece evidente que criticar y menospreciar es fácil. Alabar cuesta más.

Mas este loable -o no- propósito, como tantos otros, tiene sus límites y su cabal cumplimiento puede ser más lesivo que su vulneración siquiera moderada. Viene este excursus a cuento de la decepción que el libro de Argullol, Visión desde el fondo del mar, ha supuesto.

En el fondo, la responsabilidad no es en absoluto de Argullol sino del que escribe. Cuando apareció el volumen con la vitola de la segunda edición, surgió el deseo de adquirirlo: a veces uno no es más que un animal de consumo. La voz autorizada de un novelista amigo intentó disuadirme: "Es un 'regalo' de los amigos de Argullol". No le creí. Más de mil páginas en Acantilado, a estas alturas, debían ser algo más que humo. Y lo son, pero no demasiado más.

Las exageradas loas publicadas en El País y la mayoría de medios parecieron suficiente argumento como para olvidar que padecí un curso suyo, hace muchos años, cuando estudiaba Filosofía. El juicio unánime entre el grupo de compañeros, algunos hoy amigos y más de uno bloggero frecuentado y frecuentable por este cuaderno, era que estábamos ante un individuo "fatuo, pedante y de poca consistencia filosófica" (más o menos la edulcorada versión de lo que verdadera y coloquialmente decíamos). Ninguno de nosotros aguantó sus clases y con el expediente del examen preparado por nuestra cuenta en base a los de años anteriores nos olvidamos de él.

No obstante, siguió presente su recuerdo: durante años, siempre que mencionábamos a "Goethe" utilizábamos su forma de pronunciarlo afectada (e insoportable, hay que añadir tristemente) como guiño cómplice. Asimismo, cuando nos encontrábamos a alguna de sus "admiradoras" (o amantes según las malas lenguas a las que no hay que dar crédito, realmente) repetíamos, como un mantra, las observaciones de siempre acerca de su deambular estirado y orgulloso por los pasillos de la Facultad. No cabe negarlo: era uno de los profesores que menos apreciábamos.

Mas todo eso hace ya años que quedó atrás y la fuerza de los medios y el intento de hacer justicia con los excesos del pasado aconsejaron gastarse los casi ¡30 euros! del libro y darle a Argullol un voto de confianza. Y supongo que eso también duele porque la economía familiar, tras los recortes del nunca suficientemente bien ponderado gobierno Zapatero acompañados de la perspectiva del aumento de la hipoteca y la entrada en la Universidad de Clàudia, no está para según que dispendios prescindibles.

El resultado es que, consumidas más de cuatrocientas páginas en el tránsito entre Herodoto y Tucídides, lucha uno con su buena voluntad para seguir el volumen. Sólo cuando Rafael Argullol se convierte en narrador de sus viajes, el texto casi llega a absorber. Sin embargo, las reflexiones son, en general, para quienes hemos estudiado Filosofía, de bajo nivel, groseras (en el sentido de poco atentas a los matices) y prototípicas. Seguramente no será el caso para el gran público pero hay que decirlo.

De los relatos oníricos mejor ni hablar. Alcanza, eso sí, un gran lirismo y profundidad conceptual al hablar de la locura: no cabe negarlo. Sin embargo, este logro que le impulsó a uno a seguir adelante se arruina pocas páginas después con la enumeración artificiosa, forzada y claramente egótica, de las mujeres que han pasado por su vida: por esas decenas de "fuegos fatuos" (como él mismo las llama) con los que gozó. La estadística prolija no es que produzca envidia (aunque todo podría ser, tampoco vamos a ser tan puros) sino que, a la provecta edad del autor y tomando en cuenta su trayectoria sentimental e intelectual, más bien acaba incomodando: uno acaba sintiendo una especie de vergüenza ajena del estilo "Dios me libre de relatar en unas memorias o algo que se le parezca mis, evidentemente, pocas relaciones -o conquistas porque algo de eso resuena, lejanamente, sí, pero resuena, en el fondo del libro".

Mejor no seguir. 30 euros, cuatrocientas de las más de mil páginas y la voluntad moral de ser justo con Rafael Argullol, llevan a esta encrucijada: había que saltarse el propósito para resolver qué hacer. Dejo el volumen reposar un par de días ahora que llegan las tareas del jardín. Por si acaso Tucídides, de momento, ya está en la mesa...