Me comenta un amigo a propósito de la entrada de ayer, y recordando mi poco aprecio respecto -por ejemplo- de la noción contradictoria de "desarrollo sostenible", si es que me he convertido al ecologismo más ortodoxo.
Como siempre que uno se expresa sin la suficiente claridad o con prisas los equívocos pueden aparecer. Uno no ha suscrito nunca la dogmática ecologista por completo pero sí algunas de sus observaciones. Ahora bien, mi posición favorable al cierre de las centrales nucledares es antigua y no se asienta en la obediencia a ningún "credo ecologista" aunque se coincida con él y con algunos de sus argumentos.
Respecto al pensamiento ecologista en general, y simplificando:
En este cuaderno recogí un día el argumento de alguien tan poco sospechoso de conservadurismo y antiecologismo como James Lovelock contra las formas más radicales y totalitarias de esta opción política:
"Hay salidas. Pero son salidas basadas en la tecnología, no en su abandono. Algunos ecologistas se equivocan cuando dicen que no se resolverán los problemas hasta que dejemos de desplazarnos en coche, quemar combustibles o comer alimentos transgénicos. Imagina un grupo de ecologistas sobrevolando el Atlántico con un jumbo y que, súbitamente, se dan cuenta de que están expulsando cantidades de dióxido de carbono a la atmósfera. Los pasajeros deciden enviar una delegación al piloto y le conminan a que apague los motores y deje que el avión planee: seguro que no funcionaría".
De igual manera, a uno le resulta sospechosa otra noción básica de las formas más atemperadas de ecologismo, la de "desarrollo sostenible". Por dos motivos: uno intrínseco y otro extrínseco. El primero: el desarrollo siempre comporta desequilibrios porque implica potenciar algunos elementos de un conjunto en detrimento de otros; no puede desarrollarse todo al mismo tiempo, al mismo ritmo y con la misma intensidad. El segundo: la sostenibilidad deseamos imponerla a países "en vías de desarrollo" cuyos habitantes tienen perfecto derecho a gozar de la sobreabundancia de bienes de la que gozamos los occidentales y Japón: ¿qué ocurrirá cuando más de 1500 millones de chinos puedan estar en condiciones objetivas de acceder al número de bienes a los que accedemos 300 millones de europeos, 250 de estadounidenses y 100 de japoneses? No creo que haya sostenibilidad posible en el actual estado evolutivo de las sociedades industrializadas.
Dicho esto, si los movimientos ecologistas hubieran logrado imponerse en la batalla mediática sobre el asunto de la energía nuclear no sólo no existiría una alarma nuclear ahora en Japón sino que no hubiera existido, probablemente, Chernóbil y los riesgos masivos para porciones amplias de la humanidad que hay ahora serían menores. Dicho está.