(Fuente: http://www.davidlouisedelman.com/barth/) Llevo una semana en compañía de John Barth y de mi hermano. De sus novelas, para ser más exactos. Y está siendo una semana extremadamente placentera (lo que sobra se lo lleva el soberbio Roger Wolfe con su nuevo libro). De las más de mil páginas de la edición de
The Sot-Weed Factor (
El plantador de tabaco) en Cátedra, con una extraordinaria traducción, creo, de Eduardo Lago, he leído casi seiscientas. Los aproximadamente doscientos folios de la novela de mi hermano ya están concluidos.
Suena nepótico colocar en la misma frase a un autor consagrado junto a un familiar. En efecto. De hecho, así es como acostumbran a funcionar los procesos de canonización subjetivos: por afinidades, vínculos, contratos no escritos y a veces escritos, intercambios, intereses... Afortunadamente en los procesos sociales de canonización intervienen más variables y por ello el parentesco juega un papel muy reducido. Pero mi canon lo construyo, también, yo. No sólo el Sistema, la Tradición, los Medios de Comunicación, etc. También intervengo yo. Poquito, pero lo suficiente.
El placer de la lectura de la obra de Barth, una novela fabulosamente escrita y que destila oficio y buen humor, se presuponía y ya hablaré de ella cuando la concluya. Ahora me quedo sólo con la novela de mi hermano. Y lo cierto es que no es porque sea mi hermano pero estoy asombrado y entusiasmado: se trata, y espero que cuando sea publicada, este juicio sea corroborado, de una de las novelas más impresionantes que he leído en los últimos años aunque nunca llegue a estar entre las más vendidas, ni reseñadas, ni comentadas, ni celebradas.
Excelentemente escrita, con un estilo que me recuerda mucho al estudiado desaliño de Baroja, bien armada y eficazmente desarrollada, es una soberbia interpretación del capital en su más amplio sentido: de los tipos de capital de los que hablaba Bourdieu que se anudan en torno al todavía dominante, el económico y de cómo estructuran a los sujetos y su mundo; de cómo estructuran nuestro mundo hoy día.
Sin dogmatismos, ni recetas, pero tampoco sin hacer gala de una neutralidad aséptica, después de leerla surge inevitablemente la obligación moral de plantearse la vieja pregunta de Lenin, "¿Qué hacer?" cuando nuestro ser es, ya, una mercancía más, una reificación más del capital.
Espero que esté pronto en el mercado.
Mientras tanto, en esta nueva tarde lluviosa voy a seguir con Barth y Lenin...