12 de febrero de 2010

12 de febrero de 2010: "Invictus" (I)


Con unos días de retraso, hubiera querido ir a verla el mismo día de su estreno por una vez y sin que sirva de precedente, algo que sólo he deseado con el Retorno del Rey de El señor de los anillos y el Episodio III de Star Wars, La venganza de los Sith, ayer fui con Esther a ver Invictus, la última realización de Clint Eastwood.

Supongo que no es una película tan soberbia como Unforgiven, Million Dollar Baby, Letters from Iwo Jima o Gran Torino, por citar algunas de las extraordinarias construcciones que Eastwood ha creado en los últimos viente años pero es una película, como casi todas las suyas, bien narrada, sobria y emocionante.

El título de la película proviene de un poema de William Ernest Henley (¡qué sería de nosotros sin la Wiki y todos los que contribuyen diariamente a su desarrollo!):

Out of the night that covers me,
Black as the pit from pole to pole,
I thank whatever gods may be
For my unconquerable soul.

In the fell clutch of circumstance
I have not winced nor cried aloud.
Under the bludgeonings of chance
My head is bloody, but unbowed.

Beyond this place of wrath and tears
Looms but the Horror of the shade,
And yet the menace of the years
Finds and shall find me unafraid.

It matters not how strait the gate,
How charged with punishments the scroll,
I am the master of my fate:
I am the captain of my soul.


Aunque Eastwood (o el libro de Carlin sobre el que está basada la película, eso no lo sé) se toma la licencia de situar este poema como nexo textual de unión entre Nelson Mandela y el capitán de los Springboks, François Pienaar, permitiendo que, en cierto sentido, la trama simbólica gire en torno a este poema, el auténtico protagonista de la cinta es Nelson Mandela. Y, nuevamente, a todos aquellos que han considerado, y consideran, a Eastwood como un reaccionario pese a su inequívocamente crítica trayectoria como director, les quedará una sensación ambigua porque, nuevamente, si es un conservador reaccionario muchos también lo somos aunque no lo sepamos.

La lectura que hace de Mandela no cae, en mi modesta opinión, en la hagiografía. Por ejemplo, muestra sin ambages su aislamiento familiar, su soledad afectiva o sus tics autocráticos. Pero lo muestra también como un notable estadista y, especialmente, como el sujeto de una cierta ejemplaridad ética, como un sujeto que aspira a cumplir una eticidad universal que se fundamenta en el perdón, la compasión y la reconciliación.

Esa eticidad, y todas las que se organizan en torno al perdón y la reconciliación, me producía náuseas hace años, como me la produjo durante mucho tiempo el propio Mandela. Entendámonos.

Mientras estaba preso, los círculos radicales de la extrema izquierda en cuyos ambientes más o menos intelectualizados me moví, lo tenían olvidado. Sólo a finales de los ochenta, cuando la campaña por su liberación -que en Occidente llevaban décadas promoviendo, más que los partidos comunistas, los círculos liberales y moderadamente progresistas-, pasó a convertirse en un icono. No era el Che pero casi. Además había defendido la lucha armada contra el apartheid, lo cual suponía que comulgaba con ese principio sagrado que prolongábamos a todo y hacia todo.

No obstante, fue un símbolo apreciado en ese ambiente hasta que fue liberado. Entonces, recuerdo, alguien me comentó que era una maniobra del gobierno sudafricano pactada con Mandela que garantizaba su sumisión. Era curioso: para aquellos sacerdotes revolucionarios entre los que me hallaba a menudo valía más preso que en libertad.

Empero, el desastre definitivo vino cuando renunció a la venganza, participó con el ANC en las elecciones, ganó, se convirtió en presidente y aplicó una política muy lejana de la ortodoxia revolucionaria o intelectual: gobernó para su país y renunció a la venganza aunque no a la justicia. ¿Y de la lucha armada? Ni una palabra: concordia y paz. Era intolerable. Yo también participé del menosprecio a Mandela que llegó al paroxismo cuando lo vi compartir escenario con Bono de U2. "¡Vaya par de payasos!" sentenciamos con soberbia y desprecio algunos.

Y nos olvidamos de Mandela: un traidor más...