25 de febrero de 2010

25 de febrero de 2010: conversaciones con el verdugo


Del libro de Gitta Sereny, Desde aquella oscuridad, podrían destacarse varios aspectos útiles en diferentes niveles para cualquier reflexión paciente y atenta sobre el genocidio perpetrado por el régimen nacionalsocialista contra los judíos.

Primero: no todos los nazis eran sádicos criminales ni tampoco todos los individuos internados en los campos de otras nacionalidades, incluidos judíos, puras víctimas en su totalidad. La estilización puede servir para aproximarnos al problema pero si penetramos en él los modelos se revelan como inadecuados.

Joe Siedlecki, uno de los pocos supervivientes de Treblinka, menos de un centenar, explicaba:

"¿Los alemanes? -dijo Joe-. ¿Qué puedo decirle?... En Treblinka , algunos de ellos eran unos animales, pero otros fueron buenos. Mire, los polacos eran peores que los alemanes, y los ucranianos también. Había por ejemplo un SS que si le viera hoy, si hubiera algo que necesitara, se lo ofrecería: Karl Ludwig. Era un hombre de verdad bueno. La cantidad de veces que me trajo cosas, la cantidad de veces que me ayudó, la cantidad de personas que probablemente salvó, apenas le puedo decir. No sé dónde está ahora, ojalá lo supiera.
Luego, claro, los había terribles: Kurt Franz, Küttner, Miete, Mentz: animales, sádicos. Pero también los había entre los judíos: el judenrath en Varsovia, la gestapo judía; y en Treblinka, los kapos, los chivatos, de nuevo algunos mejores que otros, pero en general me daban tanto miedo como los alemanes". (p271).

Segundo: más que la banalidad del mal, la tesis de Sereny, como la de muchos otros, es la de la responsabilidad absoluta e intransmisible de todos y cada uno de los criminales nazis. Todos pudieron, en algún momento de su "carrera" negarse a cumplir las órdenes, pedir un traslado o, simplemente, declinar su cumplimiento: jamás se tomaron represalias contra aquellos que renunciaron a implicarse en el exterminio de los judíos, tarea reconocida por Himmler como extremadamente dura.

Siguiendo a Foucault podría decirse que allá donde hay poder siempre hay contrapoder: siempre existe la posibilidad de la negación, de ejecutar el acto fundamental de libertad.

Tercero: la no por menos sabida todavía sorprendente evidencia de que mucha gente sabía lo que les sucedía a los judíos en los campos. Puede que, como muestra Sereny, efectivamente existiera un cierto secreto en Alemania o, como mínimo, un encubrimiento que no evitaba que quien quisiera de verdad saber supiera y que, de hecho, todo el mundo tuviera una percepción velada pero indudable acerca del destino de los judíos. Pero lo que es indudable es que los habitantes de los alrededores de los campos de aniquilación, polacos en su inmensa mayoría, sabían lo que sucedía. En Treblinka se acercaban a las alambradas exteriores para comerciar tanto con los guardias como con los prisioneros e incluso los había que merodeaban para curiosear. Asimismo, la existencia de decenas de cadáveres en estado de descomposición en los alrededores de la vía férrea y la estación de Treblinka durante las primeras semanas de funcionamiento, antes de que llegara Stangl para "poner orden", no pasó desapercibida en las cercanías. Eso para no hablar del inconfundible hedor de los crematorios...

Cuarto: los aliados no son responsables, en absoluto del Holocausto, pero algunos de sus dirigentes cometieron, también, crímenes de guerra por acción u omisión. No es sólo que conociendo lo que ocurría en Treblinka, Sobibor o Auschwitz no se bombardearan las líneas de tren y se obstaculizara de forma eficaz la masacre sino que, en determinados momentos, decisiones concretas causaron matanzas innecesarias:

"Uno de los recuerdos más aciagos para muchas personas en Gran Bretaña que luchaban para ayudar a los judíos, fue la negativa del gobierno en enero de 1942 a admitir en Palestina a setecientos sesenta y siete refugiados sin pasaportes británicos que habían llegado desde Rumanía en el cargero Struma. Este barco, que no estaba en condiciones de navegar, fue remolcado a alta mar por los turcos el 24 de febrero, y acabó hundiéndose. Se ahogaron todos quienes viajaban en él: setenta niños, doscientas sesenta y nueve mujeres y cuatrocientos veintiocho hombres". (p317)

Quinto: el testimonio de las víctimas no puede ser la única fuente de la que mane la descripción histórica porque es forzosamente parcial y afectada por el paso del tiempo. Las pruebas documentales deben ser la primera fuente de la descripción histórica. El mismo testimonio de Siedlecki muestra, con sus vacilaciones y reconstrucciones, esta debilidad estructural del testimonio de la víctima que, aunque pueda y deba ser el fundamento moral del relato histórico, no puede ni debe ser su fundamento epistemológico:

"¿Stangl? - dijo -. Nunca le vi matar ni herir a nadie. Pero, ¿por qué iba a hacerlo? No tenía porqué. No era un sádico como alguno de los otros, y era el comandante. ¿Por qué iba a ensuciarse las manos? Es como yo ahora en el trabajo, si tengo que despedir a alguien, no soy yo quien lo hace... Stangl tampoco azotó nunca a nadie -añadió-. ¿Por qué iba a hacerlo? Oh, él estaba allí cuando se hacía, por supuesto... bueno... -se retractó, como haría prácticamente em cada caso cuando mencionaba la presencia de Stangl en algo o su participación en ello-. Debió de estar allí; todos estaban. Y era el comandante. Se lo cuento exactamente como era. Yo estuve allí un año, y lo sé. Cualquiera que le cuente otra cosa, cualquiera que le diga que Stangl azotó o mató a alguien o cualquiera que le diga que Stangl les hablaba miente. Él no hablaba con los judíos. ¿Para qué?." (p273-274).