15 de octubre de 2014

"Otro" viaje a Italia (XXV): el "Moisés"


31 de julio de 2012.

Tenemos el tiempo justo para recoger las pertenencias y preparar una última visita que no estaba prevista. Normalmente, en nuestros viajes el último día está dedicado a las tareas de preparar el trayecto de vuelta para ir descansados y tranquilos en la medida de lo posible. Sin embargo, en esta ocasión, como tenemos bastantes horas por delante - el avión sale a media tarde - decidimos arriesgarnos e ir a visitar el Moisés de Miguel Ángel, que no pude ver hace treinta años sin que haya logrado recordar por qué razón.

La escultura de Miguel Ángel está en la basílica de San Pietro in Vincoli, cerca del Colosseo. Una de las basílicas romanas menores que, además, desconocía por completo (como cinco de las diez). Acabadas las tareas de recogida, cogemos el metro, bajamos en Cavour y caminamos hacia nuestro objetivo. Como cada día, el calor pasadas las doce de la mañana es insoportable. Para colmo, la Iglesia está en una elevación para llegar a la cual hemos de encarar un prolongado tramo de escaleras que, a los pocos metros, nos empapa de sudor. Cuando llegamos arriba, sin resuello, y nos acercamos al templo, nos sorprende no ver más que a una pareja de nórdicos al pie de las escaleras bebiendo agua cerca de un quiosco ambulante. No hay nadie más. No tardamos en averiguar la razón de tan poca gente gracias a la amabilidad, previa consumición de unos botellines de agua, del vendedor: la basílica cierra entre 12:30 y 15:00. Hace poco más de diez minutos que han pasado la llave.

Uno no sabe si reír o llorar ante la práctica evidencia de que se quedará sin ver la mítica estatua. Nos sentamos en el pórtico, a la sombra, y hacemos cálculos. Hay tiempo suficiente para regresar al apartamento, comer temprano y hacer un segundo intento. Luego, un taxi hasta Fiumicino. Las tarjetas de embarque están impresas desde el primer día y la facturación en Alitalia debería ser rápida así que, supongo que ante mi desánimo y para no dejarme con la miel en los labios, la decisión unánime y generosa es intentarlo nuevamente a las tres de la tarde.

Comemos con poca hambre y nerviosismo. La posibilidad de llegar tarde al aeropuerto hace que finalmente decidamos ir y volver en taxi, también, a San Pietro in Vincoli. Tenemos suerte y acertamos con la hora. Sobre las tres de la tarde en julio el terrible tráfico romano se toma un respiro y llegamos en pocos minutos a la basílica, ya abierta y entramos, apresurados y tensos, a encontrarnos con aquella estatua que Miguel Ángel golpeó a fin de que hablara. Un cordón establece un perímetro de seguridad que podríamos atravesar sin problemas: ningún guardia de seguridad merodea por la nave, pero nos abstenemos de la travesura. Tampoco hay visitantes así que entre el Moisés y nosotros nada se interpone salvo nuestra prisa, el cansancio y la historia de la escultura, como mínimo. Parece mucho más pequeño de como nos lo imaginábamos: ciertamente tomábamos como referencia el David más que La piedad. Es una escultura vigorosa e hiperrealista aunque no sé si le hubiera asestado un martillazo para obligarlo a abrir la boca. Comento, con perplejidad, los dos cuernos que surgen de la cabeza del divino enviado que, tozudamente, para salvar el realismo, intento interpretar como mechones de cabello ligados, ante el escepticismo de Esther y los críos. Sólo de vuelta en Barcelona, Wikipedia aclarará el hecho: "La estatua representa a Moisés con cuernos en su cabeza. Se cree que esta característica procede de un error en la traducción por parte de San Jerónimo del capítulo del Éxodo, 34:29-35. En este texto, Moisés se caracteriza por tener "karan ohr" ("rayos de luz") que salen de su cabeza, lo que San Jerónimo en la Vulgata tradujo por "cuernos". Cuando Miguel Ángel esculpió el Moisés el error de traducción había sido advertido, y los artistas de la época había sustituido, en la representación de Moisés, los cuernos por dos rayos de luz. No obstante Miguel Ángel prefirió mantener la iconografía anterior." Tras unos pocos minutos y una ojeada rápida a la capilla principal, prescindimos de cualquier principio serio de goce estético y nos precipitamos a por otro taxi. Nos acompaña la fortuna y la crisis. Quince minutos después estamos camino de Fiumicino: llegaremos con más de dos horas de antelación. Tiempo suficiente.

Sin acordarme lo más mínimo de Goethe en estas últimas horas en Italia, embarcamos rumbo a una España que parece precipitarse en el abismo del rescate y la bancarrota del Estado: un panorama nada halagüeño aunque parezca propicio a los intereses revolucionarios. También, pienso, es el escenario perfecto para los movimientos totalitarios...