7 de octubre de 2014

"Otro" viaje a Italia (XXIII): Rafael y Miguel Ángel


30 de julio de 2012. Segunda parte.

Al llegar a las inmediaciones del Appartamento Borgia aceleramos para superar a un nutrido grupo de asiáticos en la esperanza de disponer de unos segundos para contemplar el anhelado cuadro de Rafael con espacio y tiempo. El adelantamiento surte su efecto pero estamos confundidos: en las salas de estos aposentos hay obras de Vasari o Pinturicchio y otras inspiradas - o de fuerte ascendencia (de hecho, para uno indistinguibles) - del Perugino o Ghirlandaio. Las estancias con los frescos de Rafael están cerca y nos obligan a nuevos apresuramientos hasta que damos con la primera de ellas, la Sala di Constantino, en un momento relativamente tranquilo pues está pasando a la siguiente sala, la Stanza di Heliodoro, otra numerosa troupe y quedan tan sólo unos cuantos visitantes aislados que nos permiten movernos sin agobios por la habitación. Leemos en la guía que los frescos de la primera sala fueron diseñados por Rafael pero ejecutados por alumnos de su taller y de otros pintores como Giulio Romano. Es especialmente deslumbrante la Battaglia di Costantino contro Massenzio - que tuvo lugar en el Ponte Milvio - y también la colorida Donazione di Roma, pero el ruido que presagia la proximidad de otra cohorte de visitantes y las ganas de ver a Platón, Aristóteles y compañía hacen que no nos detengamos demasiado como tampoco lo hacemos en la de estancia de Heliodoro aunque la Liberazione di san Pietro atrae nuestras miradas y reclamaría más atención. Cuando todavía los turistas que nos preceden está escuchando la explicación de la guía, tomamos posiciones en la entrada de la Stanza della Segnatura donde se halla el famoso fresco del maestro. Conforme la comitiva se va moviendo entramos: viéndolo aparecer a nuestra espalda resulta aun más espectacular de lo que uno retenía en su memoria. Cuando por fin se van los últimos miembros y quedamos no más de media docena de personas hasta la aparición de la siguiente procesión, que se albira por la voz de otro guía a pocos metros, tomo un montón de fotos con el móvil buscando apoderarme de esa obra que durante años ha formado parte de mi canon pictórico y que, de adolescente, atribuí a Miguel Ángel hasta que en el BUP mi profesora de Historia me recreó la contraposición, ficticia, entre éste y Rafael y la atribuyó correctamente al de Urbino. Aquella oposición que, en mi primer viaje, cobró la forma de una gran admiración por el primero y un desprecio del segundo fue, con el paso de los años, cediendo gracias, entre otros, a la persistencia en la memoria de la Scuola di Atene - que acabó acercándose a la Capilla Sixtina con el tiempo - y al descubrimiento de otras obras suyas menos conocidas. Ahora, no quedan restos de aquel debate más que en el recuerdo. El resto de la dependencia apenas concita mi atención: ni el Parnaso ni tampoco La Virtú e la Legge merecen más que una rápida mirada mientras vuelvo a devorar todos los detalles posibles de la obra antes de que la sala se empiece a llenar de nuevo, lo cual sucede en menos de un par de minutos. Antes de que me pueda dar cuenta estoy en el extremo que da a la Stanza dell'Incendio y no hay marcha atrás posible. Renegando, una vez más, del turismo de masas, dejamos atrás a Platón, Aristóteles, Diógenes, Sócrates, Euclides, Parménides, Heráclito y compañía y nos adentramos en la última de las dependencias de Rafael aunque en este caso ésta no fuera completamente concluida por él. El Incendio di Borgo destaca pero el conjunto se ve afectado por la fascinación ejercida por el fresco anterior y casi no deja impresión alguna.

Nuestra siguiente parada es la Capilla Sixtina que anteponemos a la inicialmente prevista de la Pinacoteca. Esta vez la relativa suerte que nos permitió gozar de unos instantes con poca gente para ver la obra de Rafael, no se repite. Sin embargo, treinta años atrás, la Capilla estaba siendo restaurada y no la pude ver íntegramente. Esta vez, pese a la multitud y los constantes y ruidosos avisos de megafonía y de los guardias prohibiendo fotos y videos, podemos incluso sentarnos un rato para entregarnos a la contemplación de este prodigio para el que no hay ya, a estas alturas, adjetivos. Más tarde, en el apartamento, nos enzarzaremos en un debate que apuntamos nada más salir de la sala sobre si la restauración que se llevó a cabo estaba justificada: ¿debe intervenirse sobre la cuarta dimensión de una obra pretendiendo reencontrar una pureza originaria que nunca se podrá hallar?