24 de octubre de 2014

Crónica de la Nueva Edad (24/10/2014)


El domingo tuvo lugar la enésima manifestación "histórica" de los secesionistas. Por cierto, algún día habrá que hacer una reflexión detenida sobre cómo tantos antiguos marxistas, ahora reconvertidos, han transformado la soteriología comunista en nacionalista para poder sobrepujar psicológicamente, quizás, su frustración y creer que, al menos, ahora "hacen historia", como rezaba el llamamiento que el principal sindicato de la enseñanza catalán, de izquierdas y secesionista, hacía con ocasión de la última Diada: "Resérvate un sitio en la Historia" (con minúscula, claro).

A mediodía me topé con muchos de ellos que regresaban a Gràcia: en su inmensa mayoría eran gente mayor, de cincuenta en adelante. Lógicamente, los jóvenes debían seguir la celebración por el centro de la ciudad pero uno no pudo evitar la sensación de que eran el sector dominante en la concentración -lo cual seguramente es discutible- y que su actitud no difería en mucho de la que tenían hace unos años cuando iban a Misa pues aquí, incluso entre la "progresía" el catolicismo está muy presente y la mayoría de los niños han pasado, en un momento u otro, por Esplais y Caus y frecuentado las ceremonias religiosas progresistas, las de guitarra, hermandad, paz y amor, mucho amor.  En realidad, en cierto sentido, no sólo fue una asociación que brotó a raíz de su vestimenta, actitud y maneras sino que también surgió por la convicción que uno profesa desde hace años de que estas manifestaciones histórico-festivas tienen un aire de eucaristía innegable. Lo peor fue encontrarse a una pareja bien entrada en años ataviada con sendas esteladas anudadas en forma de capa de Supermán, como si tuvieran quince añitos. A uno le dieron ganas de reprenderles por esa ofensa al buen gusto y al sentido común: no se diferenciaban en nada de "Manolo el del Bombo" y sus conmilitones y eso me llevó a pensar en la diferente configuración que tiene, ahora mismo, el patriotismo hegemónico entre españoles y catalanes. Dejando de lado las similitudes en cuanto a comportamientos de mal gusto, xenofobias y tendencias totalitarias, el de aquéllos es irónico cuando no cáustico, humorístico, leve: es un patriotismo porque no hay otro remedio, por descarte. El de mis compañeros de juego de Call of Duty, por ejemplo, ninguno de los cuales se coloca la bandera española en sus personalizaciones. Únicamente tienen un asomo de actitud patriótica cuando pierden varias partidas seguidas contra jugadores extranjeros y les dura muy poco. El de los catalanes, por contra, es autoindulgente, exhibicionista, grave, serio. Es el resultado, evidentemente, de los diferentes momentos históricos de esas construcciones llamadas "España" y "Catalunya" pero no deja de ser significativo. Aunque a uno le siga dando mucho más miedo la profusión de banderas españolas que la de esteladas habrá que ver, con el paso del tiempo,y  si el patriotismo dominante en Catalunya no se atempera, si no acabará, también, dándole a uno pánico.

Un último apunte. Esther fue a cenar el otro día, como hace periódicamente, con un grupo de amigas y compañeras. Hace unos meses, aunque ninguna de ellas es secesionista pero todas se confiesan catalanistas y de izquierdas - todas votantes de Inciativa per Catalunya para ser más exactos -, el entusiasmo por la consulta era palpable. Ahora domina una sensación de desánimo, desafección y rechazo al ridículo ante el sucedáneo de referéndum organizado. Siguen siendo mayoritariamente favorables a la independencia pero no de cualquier manera: quieren una consulta legal y una victoria clara (lo cual no deja de esconder que, en el fondo, a juicio de uno, no desean la secesión a cualquier precio sino que más bien, como gran parte de Iniciativa, son partidarias de la fórmula del "Estado Libre Asociado" que propusiera años ha el PNV). Tan sólo una sigue pensando que la "charlotada" tiene igual valor y que se debe proclamar una Declaración Unilateral de Independencia ante la oposición de "Madrit". El resto ha adoptado una actitud más cauta y crítica con el Movimiento. Una muestra fueron las críticas a Muriel Casals y a Carme Forcadell por usurpar, en cierto modo, la legitimidad democrática nacida de las urnas y no de la calle. En ciertos grupos no gusta el aire bolivariano ni populista aunque sea en catalán. Incluso una repitió, sin incomodidades ni sonrojos, las ordinarieces sexistas que menudean por Barcelona en boca de españolistas, unionistas y algunos secesionistas acerca de la escasa vida sexual de ambas señoras, algo impensable hace unos meses. La volatilidad de la situación del movimiento se está traspasando a la sociedad civil y, si esta observación es acertada, eso sería una mala señal para la buena salud del secesionismo e implicaría que España tendría posibilidades reales de ganar la partida, que todavía no las tiene rebuzne lo que rebuzne la "Brunete mediática". Ahora mismo, aunque en el frente internacional lleva las de ganar, en Catalunya sigue llevando las de perder.