El pasado viernes, penúltima representación de la temporada en el Liceo y, de paso, de nuestras particulares temporadas: el año que viene los recortes de sueldo no nos permiten hacer frente a un dispendio como el del Gran Teatro de la Ópera que, lejos de bajar precios a los turnos más populares y subir a los más pudientes, ha optado por encarecer todos los turnos linealmente. En fin. Han sido unos cuantos años placenteros en los que uno ha aprendido mucho y ha disfrutado no menos del espectáculo operístico clásico y contemporáneo. Verdi, Wagner, Mozart, Monteverdi, Bizet, Gounod, Puccini, Charles, Martín y Soler, Weil... Es difícil saber si el dinero invertido ha sido objetivamente bien empleado mas subjetivamente uno tiene la impresión de que sí.
La ópera,
Street Scene, de Kurt Weil fue representada con una puesta en escena que más que sobria resultó escasa, más que minimalista, pobre. Orquesta y actores compartieron escenario sobre una estructura encargada de figurar una escalera de un barrio de clase baja de New York y el sonido de algunos instrumentos se resintió. No obstante, la estupenda ópera de Weil pudo con las limitaciones de la dramaturgia: más contemporánea que nunca (incluida la escena de "deshaucio" de la América de la década de los cuarenta), sin sacrificar el compromiso con "lo político" ante "la política", y con esa peculiar arquitectura a medio camino entre la tradición de la ópera europea y el musical estadounidense que con tanto acierto cultivó. Únicamente se echó de menos una mayor capacidad dramática en algunos actores y tal vez haber aprovechado más la interpretación "de musical" que permitía el primer acto. De cualquier manera, a falta del
Lucio Silla de Mozart, una de sus obras menores, de hecho creo que fue su primera ópera y uno la vio hace más de veinticinco años aburriéndose soberanamente, fue un buen final para estos años.
Una nota más. Las cada vez mayores dificultades de la mayoría de la población para acceder a la "alta cultura" pueden ser interpretadas como un síntoma más del proceso de desagregación que viven las sociedades capitalistas. El repertorio de la "alta cultura" facilita una parte de la argamasa necesaria para garantizar la cohesión ideológica, la adhesión a una normatividad básica de consenso que creemos hallar en una línea que comenzaría en los presocráticos y llegaría hasta la actualidad, sin la que la vida social en Occidente se resiente: la cultura canónica puede ser tanto una fuente de opresión como un enorme archivo de herramientas para la emancipación. El capitalismo, en su forma vigente hoy día, prefiere la desregulación, el disenso y la reescritura de estructuras feudales para conseguir sus fines. Ahora bien, toda cara tiene su cruz. El
dobule bind del que hablaba Derrida. Difícilmente el mercado global podrá sobrevivir en una organización más semejante al feudalismo que a la edad moderna. Si la ilusión del "contrato social" se quebranta, las consecuencias son impredecibles o, más bien, altamente predecibles: una especie de
On the road de McCarthy sin necesidad de catástrofe biológica...