Fin de semana en el que el anuncio de otra primavera más se ha adivinado próximo. El cielo se ha alejado arrastrando pesados y colosales cúmulos con él y ha comenzado su viaje de retorno: nos ha dejado de cubrir, apoyado sobre las columnas de macizo acero de la Gran Fábrica del Mundo que cierra. Ha dejado de ser su artesonado, su techo de confinamiento y en su elevación parece como si nos entregara de nuevo la prenda de la negación y, con ella, de la esperanza.
Y es ahora cuando la desnudez del jardín muestra la crudeza del tiempo vencido: ramas desvencijadas, esqueletos descoloridos, olores desvanecidos. Y para colmo, la hiedra testamentaria ya no será herencia de nada: se secó. Como uno.