28 de julio.
Aprovechamos el pronóstico favorable del tiempo, que en Escocia debe ser tomado con precaución extrema, y la evidencia de que la mañana se presenta soleada, para dirigirnos al sur. Cogemos el tren hasta la entrañable Edinburgh-Waverley para visitar el
Botanic Garden de la capital. El recorrido por la costa sur de Fife es radicalmente distinto del de la zona este que tenemos planeado recorrer, antes de irnos. Aunque ya lo hemos hecho varias veces, no deja de sorprender esa "otra" Escocia que nada tiene que ver con las representaciones tradicionales
à la Braveheart.
La primera dificultad estriba en aclararse con el tren que corresponde. La privatización del ferrocarril en la Gran Bretaña ha dejado sentir sus efectos. Ahora los accidentes han disminuido pero lo que no ha mejorado son los retrasos, la mala información, la suciedad y el caos generalizado. Comparado con el funcionamiento de la red británica, RENFE parece Alemania. En Cupar cogemos un
Scottish Rail, preferible a los grandes expresos que alguna vez hemos cogido, plagados de malos olores y suciedades varias, y enfilamos la costa sur para toparnos con la cruda realidad de la "otra" Escocia, la que se acerca a Glasgow y poco tiene que ver con Inverness: la poblada Kirkcaldy, con su aparatoso estadio de fútbol -lo único de interés que se vislumbra desde el tren-, el sórdido Burntisland, con su aspecto de fundición abandonada, sus naves amarillentas y oxidadas y sus edificios ruinosos o los descuidados y poco protegidos Dalgety Bay e Inverkeithing. Por fortuna, antes de llegar a la primera pudimos observar un grupo de focas haraganeando en unas rocas a pocos metros de la costa que hicieron que la estampa de contaminación ambiental, explotación laboral y descomposición social, se amortiguara un poco: el tren se tomaba uno de sus habituales descansos no fuera a ser que llegara a su destino con poco retraso...
En el hermoso
Botanic Garden una auténtica avalancha taxonómica, cromática y metódica. Saltándonos el recorrido habitual, empezamos por los invernaderos que acogen las orquídeas "salvajes". Entre todas, destacaba una azul cuyo intenso color y enormes raíces evocaban con persuasiva claridad su existencia fuera de los entramados humanos de conservación, en algún lugar que aun pueda ser "natural". Luego pasamos a los que contienen las múltiples variedades de helechos propios de estas tierras algunos tan gigantescos como los que ya pudimos admirar años atrás en Glencoe y que, según nos contó el guía del viaje, aparecían en
Jurassic Park. Y después... Después
ciclámenes, prímulas, gencianas, arces, sauces, cedros, los rododendros de la
Chinese Hillside, el laberinto de mirtos del
Queen Mother's Memorial Garde...
Concluida la visita por hambre, cansancio y algo de "síndrome de Stendhal", nos hemos estirado en la hierba, rodeados de ardillas, a la sombra de un cedro y hemos comido unos sandwiches comprobando, una vez más, la afirmaciòn de Goethe sobre la diferencia entre la luz y los colores del sur y del norte:
"Se impone al mismo tiempo un esplendor y una armonía, una gradación
desconocida en el norte. Ahí todo es claro o nebloso, abigarrado o
monótono" (
Viaje a Italia, p469).
Hoy, una vez más, el mundo del norte ha sido, ante todo, abigarrado...